Oscar Tenreiro / 14 de Diciembre 2009
Esta opereta que vivimos desde hace once años cesará por insostenible, absurda y petrolera. Quedará una economía más rentista que nunca, destruida por una «marcha hacia el socialismo» disparatada e incomprensible. Y por la huella funesta del autoritarismo militar.
Como habitante de esta ciudad me inquieta sobre todo la recuperación de Caracas, tan abandonada hoy como lo estaba hace una década pero con enormes demandas de crecimiento insatisfechas.
Será imprescindible terminar y complementar la red de transporte masivo, domesticar el automóvil y construir la vialidad indispensable. Recuperar espacio público, mejorar y sustituir viviendas y dotar de sedes institucionales a nuestra ciudad informal. Construir parques y plazas, espacio peatonal, un sistema de recolección de basura moderno, reconstruir el cementerio público, recuperar hospitales y centros de salud (¡una morgue!), copar el déficit de escuelas públicas. Rescatar el patrimonio histórico y el moderno. Humanizar las cárceles. Limpiar nuestros cursos de agua, hoy cloacas de todas nuestras ciudades.
El panorama es paralizante porque las necesidades sobrepasarán los recursos.
Y la situación se hace tanto más preocupante cuanto pensamos en lo que ya ha sido reconocido por muchos estudiosos: el problema principal de este país es el problema urbano. Sin ir más allá, el terrorífico aumento de la delincuencia no es sino una de las consecuencias del bajísimo nivel de la calidad de vida en nuestras principales ciudades. Agravado por un discurso político de guerra, de separación agresiva entre sectores sociales, cuyo objetivo es sobre todo sostenerse en el Poder.
FINANCIAR LA ACCIÓN.
Para financiar la inmensa tarea a emprender habrá que tomar medidas radicales:
En primer lugar, se reducirá al mínimo el presupuesto militar. Como no habrá necesidad de inventar guerras ni apoyar guerrilleros amigos, se pondrán en venta con descuento los submarinos, tanques, misiles, helicópteros de combate, fusiles Kalashnikov, aviones supersónicos y toda la chatarra militar revolucionaria. Que suma más de tres mil millones de dólares. Se rescindirán todos los contratos de adquisición militar que han alimentado las sonrisas de algunos altos funcionarios europeos y empresarios españoles, brasileños o argentinos. Se eliminarán las milicias creadas para «defender la revolución». Se reducirá el personal militar en un 70 por ciento porque no será necesario que voces uniformadas sigan diciendo patria, socialismo o muerte. El objetivo final será el que Costa Rica señaló hace años: no habrá fuerza militar sino fuerza de custodia, no habrá Marina sino Guardacostas, red aérea de transporte en zonas aisladas y emergencias en lugar de Fuerza Aérea. Como se eliminarán dieciocho mil puestos militares, la misma cantidad de empleados de la industria petrolera que cesanteó sin prestaciones sociales el gobierno «revolucionario» al acusarlos de golpistas, parte del ahorro en sueldos se destinará a un aumento general para maestros y profesores de la red educativa pública. Se suspenderá el convenio con Cuba para suministro de personal médico y medicinas y el monto invertido en él se destinará al aumento del sueldo a médicos y personal no secuestrado políticamente del sistema público de salud. Se eliminará la enorme partida secreta de la Presidencia y se destinará a crear un fondo rotativo de mejoramiento urbano para gobernaciones y alcaldías en proyectos destinados a ganancia de espacio público en todas las ciudades del país.
¿IRONÍA O NECESIDAD DEMOCRÁTICA?
Todo lo anterior parece irónico, pero la situación de las ciudades venezolanas es de emergencia. Desplegar una acción vigorosa y sostenida en el tiempo para torcer el rumbo hacia el deterioro que las caracteriza, es un asunto de prioridad nacional. Es tiempo de que el mundo político y la opinión pública en general entienda lo que ello significa: cambiar de modo radical las prioridades de la acción pública. Durante estos once años de absurdos éstas se han alterado de modo tal que a veces da la impresión de que todos hemos perdido el sentido de la realidad. Y todos los días hay nuevas muestras de que se nos impone una agenda perversa inaceptable para nuestra conciencia democrática.
El Jueves pasado por ejemplo se presentó al país una milicia rural armada lista para «defender la revolución». Aparte del intolerable abuso repetido una y otra vez de hacer el anuncio a través de una cadena informativa nacional de cinco horas de duración, se hacía del proyecto político de la facción gobernante un asunto de Estado, a cargo de un Jefe Militar que hizo gala ese día de ser aprovechado alumno de Estado Mayor en el país, Cuba, con una de las más viejas dictaduras del mundo. ¿Por qué no eliminar esa «milicia» una vez recuperada la democracia y destinar ese dinero a ganar en calidad de vida? ¿Y no debe tener el mismo destino el dinero empleado en un sistema paralelo de salud manejado por personal y directivos cubanos que reciben pagos en dólares por montos que son hoy secretos? ¿Y cual es el costo de las servidumbres de mantenimiento de la chatarra militar comprada en nombre de la revolución? ¿Y tantas otras costosísimas inversiones para consolidar un capitalismo de Estado destinado a un seguro fracaso pero elogiado e impulsado desde el tope de una pirámide de basura ideológica cantada a los cuatro vientos por el Comandante el día de la cadena? Son unas cuantas preguntas entre decenas que pueden hacerse ante el acoso antidemocrático que desconoce nuestras necesidades reales. Como las de nuestras ciudades. Y habremos de suplirlas durante los largos años que tomará recuperarnos del delirio de Poder tan bien relatado por Enrique Krauze.