Oscar Tenreiro / 3 Octubre 2010
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Las reacciones oficiales ante lo sucedido el domingo pasado nos descubren con toda claridad la naturaleza antidemocrática del régimen venezolano, su visión excluyente y atrasada, su vocación de violencia frente al adversario propia de lo que Norberto Bobbio llamó «las utopías reaccionarias del siglo veinte», el fascismo y el comunismo. Visión que de ninguna manera puede corresponder a una definición moderna del término izquierda y prueba lo descaminados que andan buena parte de los que desde la izquierda americana y europea observan la situación de Latinoamérica.
Va este botón de muestra: están en este momento terminándose un grupo de escuelas que este servidor proyectó para la Gobernación de Miranda. Una experiencia que ha sido para mí gratificante en términos profesionales. Pues bien, en una de ellas, la Territorio Federal Amazonas de Marare, Ocumare del Tuy, se necesitaba para los toques finales contratar con la planta regional de gas comunal de PDVSA nuestra petrolera estatal, el servicio de gas para la cocina de la escuela. Hacia allá se acercó el Director el martes siguiente de las elecciones. Y fue recibido así: aquí no le damos gas a opositores, muéranse de hambre.
¿De donde sale tamaña imbecilidad si no es del discurso arrogante del mismísimo Presidente de la República? ¿Es que no se puede entender que ese modo de ver el país, de ver el mundo como escenario de guerra, no de lucha, de ver la realidad como enfrentamiento dualista entre buenos y malos, no produce sino reacciones de ese tipo?
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Me toca votar en una escuela pública ubicada en La Lagunita, una de las zonas de Caracas preferidas por la gente acomodada del país. Tiene un nombre pintoresco: Unidad Educativa Conopoima. Son un conjunto de pabellones desperdigados en un terreno bastante grande. No se ven por ninguna parte áreas deportivas, quizás están fuera de la vista inmediata. Las áreas verdes son maticas aquí y allá con escaso cuido. Paso a hacer cola y observo con cuidado el sitio en el que me encuentro: ventanas toscas, mal hechas, techo precario, lo más barato posible, seguramente caliente aunque a la hora que voto hace fresco. Rejas viejas y desvencijadas, el pintor que se encargó la última vez de «mejorar» fue implacable con lo que rodeaba a la brocha: manchas por todos lados. Los muebles parecen una caricatura, despintados, feos objetos de uso que a nadie le importan. En las paredes del «aula», un sitio minúsculo, mal ventilado, preside una cartelera rodeada hace dos o tres siglos con adornitos en el marco. Las veredas exteriores con escaleras improvisadas, construidas apresuradamente por el último «contratista.»
Y en el centro, justo en la entrada, un portón como de estacionamiento de alguna venta de chatarra, está el nuevo pabellón, de dos pisos, construido recientemente. Concreto mal hecho que ha debido pintarse, no hay detalles, no hay ninguna señal de identidad. Parece un cuartel, podría ser cualquier otra cosa.
¿Es esto una escuela? ¿Hasta donde ha llegado la degradación institucional venezolana?
Estoy hablando de una escuela pública en el corazón del sitio donde viven las fortunas más grandes del país petrolero que riega dólares por el mundo. ¿A nadie le da vergüenza? ¿Hasta donde llega la indiferencia?
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Hay (todavía continúa) una situación grave, de motín y violencia generalizada, en la cárcel de Tocorón, ese sitio terrible de confinamiento humano, muy cerca del hermoso recurso natural ignorado por las ciudades cercanas que es el Lago de Valencia. He pasado alguna vez frente a él siempre sintiendo un cierto escalofrío. La última vez, al ver las paredes exteriores cubiertas de impactos de bala como si fuera la ruina de una reciente guerra. El motín parece haber sido extremadamente grave. Los familiares de los presos también se han amotinado en el exterior exigiendo noticias sobre muertos y heridos. Tres días después de iniciado el problema, no se ha logrado el «control de la situación».
¿No es esto suficiente para saber lo que realmente pasa en Venezuela? ¿Es posible que en doce años de dominio total del Poder y con la inundación de dinero petrolero las cárceles sean el infierno que son?
Pero la construcción política del régimen actual no reposa en nada de lo que pudiéramos llamar soluciones de problemas. Eso se ha dicho una y otra vez.
Y no creo que la sociedad venezolana haya entendido bien que «solucionar los problemas» no es un asunto mágico dirigido a acciones esporádicas y declaraciones de televisión. Mejorar radicalmente las cárceles venezolanas es un asunto difícil que tomará años, pero que debe emprenderse de modo progresivo y continuo como tarea colectiva, sin exclusiones. Este de las cárceles, lo digo de nuevo, es el primer problema de educación (sí, de Educación) en Venezuela. Que exige, también repito esto, un replanteo a fondo de la concepción del edificio carcelario. La cárcel, como todo lo que tiene que ver con las instituciones, es también y de modo muy importante, un problema de arquitectura. La cárcel es también el reflejo de la sociedad. Lo de Tocorón como hecho humano y Tocorón como imagen física debe alarmarnos.
Resumo.
Son tres imágenes de una realidad de indiferencia ante lo público de la sociedad venezolana en su conjunto. Lo público no nos importa, así de simple. Su degradación se soporta. Basta con cumplir el deber privado. Los abogados aceptan tribunales kafkianos. los médicos hospitales infernales los maestros escuelas marginales, los ciudadanos una ciudad en decadencia,. El dinero público es para asuntos personales, no para edificar la Ciudad.
¿Entenderán los parlamentarios democráticos recién electos que la política es instrumento para superar la degradación de lo público?