Oscar Tenreiro / 17 Octubre 2010
Unos días antes de las pasadas elecciones el Jefe la toma con Los Roques. Anuncia quitárselo a los ricos para permitir que lo goce el pueblo.
La cuestión me interesa en lo personal porque mi Venezuela es el mar. Visité ese archipiélago por primera vez en 1957 en buque prestado. Volví dos docenas de veces en veinte años, algunas veces por períodos largos, hasta conocerlo por arriba y por debajo del agua en virtud de mi pasión por el mundo submarino. La última vez fue hace ya bastante tiempo, más de veinte años, porque me molestó y aún me molesta el toque excluyente y superpuesto del turismo que allí se practica. Ya se fue del mundo hace tiempo esa extraordinaria mujer, Mercedes Mata, que custodió la capilla del poblado del Gran Roque durante décadas y junto a su esposo nos ofreció, ya desde nuestra primera visita, amistad y hospitalidad desde su pobreza. Siempre que iba la visitaba, hasta que supe de su muerte. Y no he vuelto más, prefiero conservar los recuerdos.
Pero el que no me guste el mundo de las avionetas y la distorsión en el estilo de vida sencillo que induce el turismo exclusivo no significa que comparta lo que nuestro improvisador dijo.
Los Roques es un lugar muy delicado. Es Parque Nacional, y la única forma de hacerlo accesible a más gente sería estudiando una estrategia que preserve el equilibrio ecológico sin tener por ello que excluir lo que viene ocurriendo allí. Y sea cual sea la modalidad que se adopte envolvería altos costos de infraestructura fija o móvil y un mantenimiento a lo largo del tiempo extremadamente exigente, costoso y alejado de las muy limitadas capacidades del Estado venezolano para hacer las cosas bien.
Potencial costero
Aparte de eso, vale hacer notar que nuestro sistema costero, incluyendo las islas, nunca ha estado en la agenda del Régimen. Lo del Litoral de Caracas, sin ir más lejos, es una muestra tajante de ceguera y mediocridad. Aparte de que cuando el Líder habla de Los Roques se le olvida que su gobierno encargó proyectos para La Tortuga, la isla más cercana de tierra firme, apoyados en un estudio general que puede considerarse serio. ¿En qué quedó todo eso? ¿Fue simplemente parte de la catarata de proyectos inconclusos que están regados por todo el país sin importar costos, dinero perdido, corruptelas sin culpables?
Y es muy probable que ignore que La Blanquilla, sitio casi paradisíaco, tiene una base naval que sirve para muy poco y pudiera prestar apoyo a circuitos turísticos originados en la muy cercana Margarita, una travesía por mar mucho más tranquila que la de La Guaira-Los Roques. O que el viaje Margarita-Los Testigos, también generalmente tranquilo, es de apenas 45 millas náuticas. Y como ese hermoso archipiélago tiene condiciones naturales que permitirían construir un muelle a costos razonables, está llamado a ser un destino asociado al turismo de Margarita.
Y no hablo de las Aves de Barlovento y Sotavento, con hermosísimas lagunas internas y barreras coralinas, porque son tan delicadas como Los Roques, y allí reposan ignoradas por Venezuela, entre Los Roques y Bonaire.
Y es que a las islas, lugares únicos donde debería expresarse nuestra soberanía caribeña, la revolución no ha pensado hacerlas de todos. Ni siquiera han hecho lo evidente en esos lugares bañados por el sol y los alisios: utilizar la energía eólica y solar como fuente de electricidad y de producción de agua dulce.
Una joya
He dejado para lo último a una verdadera joya natural: La Orchila. Tiene en su parte Norte una laguna-bahía (llamada por los pescadores Los Americanos, no sé por cual razón) rodeada de islotes coralinos poblados de manglares que delimitan un gran espacio de aguas cristalinas de color turquesa. Del lado Este, separada de la laguna por un istmo, hay una playa oceánica de un kilómetro de largo, al sur de una isla de por lo menos tres kilómetros cuadrados que sería apta para cualquier desarrollo turístico. Las playas del suroeste protegidas del oleaje por una barrera coralina, son de arena muy blanca, y como más allá la profundidad es grande, las aguas son extraordinariamente claras, llenas de fauna. La topografía es de colinas altas en su zona central, desérticas, desde las cuales el panorama es espectacular.
Pude visitarla dos veces a fines de los setenta, cuando daban permiso para recalar allí. Y no entendí nunca que permaneciera durante los períodos democráticos la decisión tomada por Pérez Jiménez de hacerla un sitio secreto para él y sus gustos, exclusivo de la Presidencia, Base Naval tan injustificada como la de Turiamo, que por cierto, merece un capítulo especial.
Pero lo que me interesa destacar es lo falaz de los pronunciamientos amenazantes del Gran Jefe. Porque la única isla venezolana que podría abrirse de inmediato, con previsiones perfectamente a la mano, sin mayor dilación, al turismo masivo interno, sería La Orchila. Tiene puerto, pista de aterrizaje de casi tres kilómetros de largo, vialidad básica, servicios y energía disponibles. ¿Por qué sigue siendo patrimonio presidencial exclusivo?¿Por qué se sigue con el cuento de la Base Naval?
Las razones de que eso fuese así en el pasado pueden atribuirse a cortedad de miras y a una de las más graves carencias de los años que precedieron a la pesadilla actual: falta de coraje político. Sin embargo, que eso pase hoy a pesar del dominio total del Poder, se debe a pura y simple hipocresía, porque sirve mejor al estilo gobernante andar amenazando que exhibir un mínimo de transparencia.
A menos que La Orchila tenga funciones que nos son vedadas a todos los venezolanos.
Hablar sin fundamento y tener agendas ocultas: esa es la suprema guía del régimen venezolano. He aquí una muestra irrefutable.