Todos hemos imaginado tener Poder para realizar nuestros sueños. Lo que no percibimos es que, al tener Poder, seríamos otro, habríamos sufrido una radical transformación. Ese es un tema que atañe a nuestra psique, y la literatura nos ofrece sobre él una mirada extraordinaria. Dostoievsky lo examina en una de sus novelas, «El Adolescente». Y Borges lo hace de un modo extremadamente sugerente en su relato «El otro» incluido en su ¨Libro de Arena». En el primer caso, el protagonista juega a ser «un Rotschild», es decir un miembro de la familia de banqueros más importante del siglo 19, sólo para darse cuenta de que, al serlo, su perspectiva de las cosas del mundo cambiaba por completo. Dejaba de ser lo que era, se transformaba. Y Borges imagina que ya anciano se encuentra con Borges joven y mantienen un diálogo que los lleva a descubrir sus diferencias y semejanzas. «El hombre de ayer, no es el hombre de hoy» dice que «sentenció algún griego». «Demasiado distintos y demasiado parecidos» agrega después.
Al recibir Poder repentinamente, o incluso progresivamente, aunque fuese sólo el poder que da la sabiduría de haber vivido como en el texto de Borges, nos transformamos en «otro».
Esa es una de las explicaciones que encuentro al hecho de que colegas capaces de señalar críticamente, con agudeza y saber profesional los errores de la acción u omisión del Estado sobre la ciudad, se hayan transformado ahora, como funcionarios e investidos de una nueva condición, la de «revolucionarios», en ejecutores e impulsores de un modo de actuar que contradice lo que sostenían como gente común.
He aventurado antes algunas explicaciones. Pero al aproximarme más ahora a la visión de la psique humana de Jung, veo las cosas con más claridad. Estos antiguos amigos dejaron atrás su «persona» («máscara» en latín) como profesionales críticos, para adoptar la de ejecutores de un mandato. Su nuevo rol público les exige otra «persona» que corresponda a su nuevo rol. Y se adaptan a sus exigencias, por lo cual cambian de conducta hasta en el modo de razonar.
Dice así Jung en ¨Tipos psicológicos»: «Mediante su identificación más o menos completa con la actitud adoptada en cada caso engaña cuando menos a los demás, y a menudo se engaña también a sí mismo, en lo que respecta a su carácter real; se pone una máscara, de la que sabe que corresponde, de un lado, a sus intenciones, y, de otro, a las exigencias y opiniones de su ambiente; y en ello unas veces prepondera un elemento y otras el otro. A esa máscara, es decir, a la actitud adoptada ad hoc, yo la llamo persona. Con ese término se designaba la máscara que en la Antigüedad llevaban puesta los actores teatrales.»
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Está por otra parte la eterna cuestión de las tentaciones. Me gusta mucho referirme a la definición de Wittgenstein: «La diferencia entre un mal arquitecto y uno bueno consiste hoy en esto: el primero sucumbe a cualquier tentación, el segundo la resiste» Frase que los que estamos en la lucha de la arquitectura sabemos lo certera que es. Porque la tentación se da en muchos momentos del proceso de proyecto. Puede ser ante una decisión de diseño que nos seduce, la selección de un material, escoger un modo de organizar el edificio, un color, una textura, un modo de recibir la luz. Ante todas estas cosas se nos pueden ofrecer salidas fáciles o convenientes que son sin embargo engañosas. Son tentaciones que pueden o no ser resistidas. A eso sobre todo se refiere la frase de Wittgenstein.
Y la tentación puede aparecer con otros ropajes, antes de la intención de dar forma a un edificio, antes del Proyecto. Cuando se nos ofrece la posibilidad de hacer que otros hagan, dominar sobre otros, dirigir, como corresponde a los muy altos funcionarios. O cuando se trata de hacer la obra de dimensiones significativas que nos llevará a la celebridad.
Son tentaciones que pueden ser irresistibles. Pero en ambos casos, si cedemos, habrá consecuencias, como las hay en toda circunstancia análoga de la vida. Pasamos a ser «otro» Un otro que antes rechazábamos.
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José Oubrerie me contó una vez que a Le Corbusier un gran empresario americano le había propuesto hacer un gran desarrollo en los Estados Unidos. No me dio detalles, pero comentó que Corbu había rechazado el ofrecimiento sin titubear. Y se lamentaba Oubrerie que hubiera sido así. Lo atribuía a la obcecación de Corbu en ciertas cosas cuando la edad ya lo tocaba. Y en este caso a su rechazo al modo norteamericano y a la falsa gloria que parecía ofrecerle. Hoy, pero también en el momento cuando me hizo el comentario (aunque me abstuve de decírselo), difiero de Oubrerie. Porque pienso que lo que impulsó a Le Corbusier para rechazar el ofrecimiento fue que no quiso convertirse en un «otro» que podía detestar. Toda su vida había sido una lucha en favor de la arquitectura como liberación, como respuesta a las exigencias de un tiempo histórico, resultado de una ética cultural. Un modo de situarse frente a la obra contrario al de un típico especulador inmobiliario de los Estados Unidos. No iba a renunciar a esa imagen de sí mismo, a esa «persona» porque se le ofreciese poder. Para él sería una claudicación, un rendirse ante el halago. Que se le ofrecía ahora en virtud de su fama, de la aceptación más o menos superficial de su mensaje.
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La Misión Vivienda como oportunidad perdida hace evidente el carácter de ficción de la «Revolución Bolivariana». En otros petroestados del mundo se viven ficciones análogas, desde el otro extremo de espectro político. Ambas prosperan en las contradicciones sociales y políticas. Allá los jeques inventan ciudades corporativas o recreacionales de alto costo, caprichos autoritarios financiados como si se tratara de dinero personal, aquí se promueve una redención social y un «liderazgo revolucionario» basado en la demagogia política, el despilfarro, la corrupción y el engaño. Pero al menos los jeques árabes han dejado un patrimonio construido. Tal vez son, al igual que tantas cosas de aquí, empresas in-sostenibles destinadas al deterioro. Pero quedan como utopías urbanas hechas realidad que parecen destinadas a permanecer, al menos como monumentos (o vestigios en el peor de los casos), mientras que aquí ni siquiera hay muestras de alguna amable utopía, modelos que podrían sobrevivir como han sobrevivido algunas de las que en este mismo país se construyeron en tiempos anteriores, una de ellas la Ciudad Universitaria de Villanueva, hoy orgullo nuestro. Pero no ha habido visión para concebirlas. La mediocridad y el engaño, la cortedad de miras y la falta de impulso y convicción han predominado. Tal vez quede algún pequeño progreso, pero será siempre demasiado modesto para lo que pudo haber sido.
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Hablaba la semana pasada en la Universidad Simón Bolívar, del silencio de los arquitectos sobre los dislates de la Misión Vivienda. Los que siempre se ocuparon del tema en tiempos anteriores, gentes muy notorias, «expertos» en vivienda, también callan. Una buena parte de ellos figuró en las Mesas de Trabajo de la oposición política para proponer un Programa de Gobierno, pero aparte de eso silencio. ¿No será que en el fondo habrían hecho algo parecido? Porque nunca plantearon de modo prioritario el tema de usar la vivienda para hacer ciudad. Eso se hizo en tiempos de Pérez Jiménez, según lo que se entendía de ello en el momento, hace sesenta años, pero nunca más en los períodos que siguieron. Me inclino entonces a pensar que están paralizados por el peso de los números, viejo fantasma populista que favorecían.
LOS TÍMIDOS DE AQUí
Oscar Tenreiro
(Publicado en el Diario TalCual de Caracas el día 1o. de Dic. de 2012)
Me voy a repetir al hablar de la Misión Vivienda, pero decido regresar a ella por lo que comentaba la semana pasada sobre el conservadurismo norteamericano. Y es que no era posible imaginar mejor oportunidad para demostrar deseos de cambio que la ofrecida por esa Misión: plena autoridad para expropiar o confiscar, mucho dinero y apoyo total del Rey.
Para empezar, hubiera podido el equipo director de la Misión hacerle notar a Su Majestad el error de enfoque que tuvo el plan de Ciudad Caribia, anterior a la Misión pero referencia para lo que no se debe hacer. Allí la visión de largo alcance cedió ante la improvisación y un supuesto saber cubano que ha demostrado no saber. Ciudad a medio hacer (1500 viviendas en cinco años) donde motorizados intimidantes rodean a los visitantes extranjeros confirmando su condición de ghetto (ver Noticiero Digital 22 Nov.). De altísimo costo por unidad, sobre-subsidiada, mal construida, ecológicamente agresiva, aislada…y en definitiva una suma de edificios sin noción de ciudad.
Ya hablando de la Misión en la Caracas urbana, sus altos dirigentes podrían haber propuesto el uso de la vivienda para hacer ciudad: para detener su deterioro, para ordenarla visualmente, para que los servicios contribuyan a resolver sus accidentes, característicos del general abandono al tejido de las últimas décadas, para reajustar la vialidad, para coordinar el transporte colectivo, y sobre todo para ganar espacio público. La vivienda en sí exige criterios mínimos de calidad, explorar opciones de distribución interna, resolver la ventilación cruzada, el aislamiento acústico que preserva la intimidad, promover la dotación de balcones, ese espacio intermedio esencial en nuestro clima, proponer acabados externos e internos durables, de bajo mantenimiento. Lograr que el edificio resultante, por sus alineamientos o características formales, forme conjunto con lo existente o con sus semejantes.
II
Podrían haber luchado ante las altas autoridades para hacer entender que según la experiencia universal el aporte privado en la concepción y en la ejecución es esencial. Que hablar de vivienda exige hablar de la ciudad y no sólo de números, lo cual permitiría una mejor comprensión de su tarea a los responsables del gobierno pero también ilustraría a la oposición que lo ignora por igual, revelando la raíz cultural de la incomprensión.
¿Han dejado los directivos del programa al menos un documento interno para corregir errores y proponer líneas de acción?. Se hace sólo propaganda. Aparte del pobre montaje en la Bienal de Venecia hacen aquí una exposición en un Museo que se define como lugar para hablar, debatir y exhibir la arquitectura (MUSARQ), en la cual la arquitectura brilla por su ausencia, tomando su lugar la propaganda y los lemas ideológicos. Dice allí un panel «Aquí viven los ricos (Altamira) aquí los pobres (un barrio)» ¿Lucha de clases en un Museo especializado? Una sandez más, que de paso califica injustamente como rico a un directivo del Museo, que vive por allí. Vacío intelectual y disciplinario. Y mucho más que eso, señala la enorme distancia de esta Misión respecto a la experiencia de Villanueva en el Taller del Banco Obrero (TABO) de hace más de medio siglo. Los hijos traicionan a los padres. Los ayudantes de arquitectos a los arquitectos.
Y hablaré otro día de la agresión contra la Ave. Bolívar flanqueada de vergonzantes edificios, ordinarios, adocenados. Lo mencionaba en este diario la semana pasada el colega Gonzalo Denis a propósito del que está junto al Hotel Alba. Agresión que algún día deberá corregirse como han hecho los alemanes en Berlín Este.
III
A todo esto que menciono se puede alegar con justicia que en un programa de emergencia que se lanza con doce años de retraso no se pueden responder todas las exigencias. Tomó doce años convencer al Soberano, lo aceptamos, pero entonces ¿por qué no reservar un porcentaje de las enormes inversiones para programas referenciales, abiertos a nuevos aportes, a la experimentación de nuevos modelos de organización o de construcción? Viene a la memoria la experiencia que en ese sentido impulsaron, hace cuarenta años en La Isabelica cerca de Valencia, los colegas Henrique Hernández y Leopoldo Martínez Olavarría, ya fallecidos, en el Banco Obrero. Programa que aún con todas sus deficiencias permitió sin embargo reunir importante experiencia en el terreno técnico.
¿Qué han hecho en resumen los jerarcas revolucionarios de la vivienda? Salvo en la decisión de no conceder la vivienda en propiedad, único y perverso elemento de corte colectivo, se limitan a reproducir unidades para que se anuncien números en una cadena nacional. Al trabajar en el tejido existente, como en Caracas, no lo hacen para la ciudad sino contra la ciudad. Cuando construyen en el extra-radio proponen ghettos aislados entre centros urbanos que se ignoran. Es la continuación del populismo venezolano de la Cuarta pero con más dinero y la pretensión de hacerlo distinto. Y lo más curioso, en términos conceptuales siguen la línea norteamericana de promoción del suburbio, con la casa individual o el bloque concentrado como protagonistas o, hilando un poco más fino lo peor de la reconstrucción europea o soviética: las unidades se agrupan sólo según exigencias constructivas sin proyecto de espacio urbano o sistemas de espacio público. No hay ningún aporte innovador.
Nuestros revolucionarios son demasiado tímidos. Temen al Rey, a la presión política, a las taras populistas, a la influencia de las otras facciones del Poder, a los colegas del otro lado. Y se justifican con mucha ideología y ocasionales frases de adulación.