A veces converso con mi hija Victoria, educadora en filosofía, muy vinculada a las cuestiones de la ética social, hoy haciendo un doctorado sobre el tema en Valencia, España, del tema que más resuena en mí en los últimos tiempos y he mencionado aquí en más de una oportunidad. Es el de la sensación de desasosiego que asalta al profesor cuando trata de comunicar cosas y le parece que caen en terreno árido. Y también el del distanciamiento, a veces radical, por parte del antiguo estudiante, de los principios que uno creyó inculcar, especialmente en los más dispuestos a abrirse hacia lo que uno ofrecía. A los que establecieron con esos principios una relación que parecía duradera y sólida. Ambas cosas las he mencionado aquí con demasiada frecuencia porque los acontecimientos venezolanos las plantean y replantean una y otra vez en quienes hemos sido profesores comprometidos con los aspectos éticos de la disciplina que quisimos enseñar.
Mi hija aventura respuestas que en general me convencen. Me recuerda por ejemplo que uno no puede ser responsable de la conducta de los hijos, haciendo al respecto razonamientos de muchos tipos. Y trae a colación, respecto a lo del terreno árido, que uno puede sorprenderse al ver como germinan las enseñanzas en los lugares más insospechados, y que se necesita hacer acopio de paciencia, una de las virtudes de las que adolezco.
A sus razonamientos hago el esfuerzo de agregar los míos teniendo a la vista el universo bíblico, la historia y la literatura, todos los ejemplos, historias o parábolas posibles, para lograr tranquilizarme. Pero lo confieso, el desasosiego regresa y se me agudiza con episodios como el Concurso al que me refiero en la nota, en el cual participaron activamente unos cuantos de esos antiguos estudiantes que creí seguidores de unos principios.
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El Concurso en cuestión vino a ser un nuevo síntoma que revela el estado de cosas venezolano, oculto con vestiduras revolucionarias que siguen siendo muy efectivas. Fernando Mires, chileno residente en Alemania, intelectual conocedor a fondo de la situación venezolana, decía la semana pasada que los chilenos piensan que la única dictadura que ha existido es la de Pinochet. Yo agregaría a los argentinos y brasileños con sus dictaduras militares y haría la distinción de que piensan que las dictaduras tienen que ser de derecha, que no hay dictaduras de izquierda. Una posición que parece de ignorancia histórica pero que es más bien un prejuicio aplicable sobre todo a los dirigentes latinoamericanos que hacen política de equilibrio respondiendo al tradicional chantaje de las izquierdas populistas locales. Porque si no se han dado cuenta de que en Venezuela hay en la práctica una dictadura basada en elecciones escandalosamente manipuladas, lo que se revela de parte de estos «hermanos de región» es ceguera.
Leía yo en el momento de tener lugar la parodia del Concurso, el libro «Mi Vida» del crítico literario alemán Marcel Reich-Ranicki. judío que padeció el gueto de Varsovia y que con ese libro logra un lúcido testimonio sobre los fundamentos y circunstancias del Holocausto. Mi indignación ante la coreografía del evento de premiación me ayudó a ver, repentinamente y de modo muy claro que estábamos asistiendo aquí en este país tropical y casi tres cuartos de siglo después, a una reedición pública y estridente de las perversidades de la exclusión racial nazi, pero en versión ideológica, sin situaciones cruentas, utilizando los métodos del siglo XXI y con la abundancia de dinero para extremar absurdos de un Petroestado moderno. Es una analogía perfecta y tiene la ventaja de estar parcialmente camuflada.
Allí estaba la clave del episodio: explicitaba un proceso de exclusión perfectamente comparable a la atroz experiencia europea, pese a las distancias de tamaño, circunstancia y consecuencias. Los venezolanos, pensé, estamos soportando desde hace varios años un modo de manejar la cuestión profesional que no tiene precedentes en cuanto a su tenacidad y su modo de disfrazarse tras lemas y manejos publicitarios. Una situación que en ese alcance y consecuencias no se ha visto ni en las peores dictaduras de derecha que en nuestra región se han producido.
Y creo que la mejor manera de despertar la conciencia en quienes participan como protagonistas activos o pasivos del lado que ejerce la represión, es describir, como hago, a la manera de un cronista que simpatiza con lo que allí sucede, lo ocurrido. De una mediocridad abismal. Muestra del punto en el que están aquí las cosas de la arquitectura.
Y de paso llamo la atención a esos estudiantes que mencioné al principio, que parecen haberse sumado a ese escandaloso proceso de división del mundo profesional, proyección del modo como se actúa en casi todas las actividades públicas. A ellos y a los demás sumisos a un Poder mal ejercido les hago notar que su conducta marcará su futuro. Y será difícil que recuperen el respeto de sus pares. Eso vale algo para quien aspire a una mínima integridad personal.
Y una última cosa: el miembro del Jurado que excusó su asistencia al acto es el arquitecto gallego César Portela. ¿Daría su aprobación a un asunto así en su país?
UN CONCURSO COMO POCOS
Oscar Tenreiro / (Publicado en el diario TalCual de Caracas el 16 de Febrero de 2013)
Todo transcurrió sin sobresaltos. Se reunió el Jurado, cuidadosamente constituido por profesionales fieles a la causa. Faltó, por desgracia, un importante miembro extranjero, pero no importó porque fue enterado usando modernos medios y envió su opinión. Se dieron los premios y todo quedó en casa: tanto el Primer Premio como las Menciones recayeron en gente amiga del Régimen.
En ese aspecto específico, en el perfeccionamiento de los métodos de exclusión de indeseables disidentes, el desempeño de la Oficina Presidencial organizadora del Concurso oficial para el Recinto Ferial en La Carlota ha sido impecable. Es una oficina que ha creado numerosos precedentes dirigidos a excluir a los enemigos de la causa. Precedentes que podrían convertirse en modelos para otras dependencias del Estado que todavía se comportan de modo demasiado abierto, democrático podría decirse, contrarios a la ideología revolucionaria. Los directivos de esta oficina, debe reconocerse sin mezquindad, se han destacado poniendo en práctica procedimientos eficaces para que en sus actividades participen solamente personas de probada fidelidad ideológica y política a la Revolución.
Esa destreza en la aplicación de diversas modalidades de exclusión tal vez se deba a que los directores de la Oficina Presidencial y sus organismos de apoyo, son arquitectos formados en tiempos muy marcados por la discusión ideológica. Recordemos que en la renovación universitaria de los años 69 y 70 del siglo pasado, que tanto conmovió a nuestra Universidad Central, nuestra Facultad y la de Ingeniería se llevaron la palma en cuanto al apego a los principios rupturistas del movimiento, que se proclamaban en asambleas y manifestaciones con especial dureza, haciendo un distintivo de la capacidad de análisis ideológico para definir enemigos y objetivos a ser derrotados, tal como se hace ahora desde una posición real de Poder. Y una buena parte de los arquitectos-funcionarios vinculados al Concurso y a las cuestiones oficiales que atañen a la arquitectura tuvieron gran figuración en esos eventos.
II
Fue una noticia muy coherente con este útil empeño de mejorar la pureza ideológica de quienes trabajan para el Régimen (al menos en el campo de la arquitectura revolucionaria para Caracas) que el Primer Premio del Concurso haya sido para un arquitecto que ha sido contratista de la Misión Vivienda. Esa condición fue destacada por la nota de prensa; y las declaraciones del galardonado tuvieron sin duda un buen impacto en el mundo del debate arquitectónico puertas adentro, entre compañeros ideológicos, por su precisión y agudeza, particularmente en lo que atañe al uso de materiales del proyecto premiado: sobre todo el concreto mezclado en la planta de La Carlota, planta que definió como bolivariana, es decir ideológicamente afin.
Y también debe destacarse que uno de los miembros del jurado, persona joven que ha dejado su huella profesional precisamente en la Misión Vivienda, declaró a la prensa que desde ese momento el Jurado entraba a trabajar estrechamente con el equipo ganador, declaración que podría ser interpretada como una afirmación de la autoridad final de quienes convocaron el Concurso sobre las características definitivas del proyecto que sería construido.
Y formó parte de la nota de prensa una fotografía que mostraba al Jefe de la Oficina convocante del Concurso, ataviado con camisa roja, pasando revista a una impresionante maqueta del eje de la Ave. Bolívar, que remataba, en el primer plano de la foto, con la Plaza de La Hoyada, rodeada de unos super-esbeltos edificios perimetrales que rodean un inmenso espacio central, la cual se llamará Plaza de la Revolución tal como la que existe en la Habana y ha sido escenario de innumerables concentraciones políticas en esa isla.
III
Esta presencia del responsable principal en cuasi-uniforme, sumada a la constitución de la mesa del Presidium del acto, donde se encontraban dignatarios entre los cuales al menos dos tienen muy selectos rangos académicos de la Universidad Central de Venezuela, confirió al acto no sólo especial prestancia sino lo presentó al público como garantía de que todo estaba bajo un estricto control superior.
Se destaca así la lógica de todo el proceso seguido para este Concurso, su condición inédita como lugar de encuentro de gentes del mundo profesional que pueden considerarse puros desde el punto de vista de sus convicciones políticas, asunto que las confusiones en las cuales ha caído el capitalismo internacional han hecho cada vez más improbable en el mundo occidental.
Toda la escenografía y los detalles del acto recordaron ciertas cosas de la historia. Es por ello que no faltarán quienes de manera maligna pretendan establecer comparaciones entre este deseo de pureza local en el terreno de las ideas; y las viejas experiencias europeas que buscaban la pureza racial. Admitamos que hay similitudes, pero ellas son completamente casuales. El Jurado, los dignatarios que lo componen o sus asesores no podrían ser comparados con la burocracia política de esos convulsos tiempos europeos porque en aquel caso se trataba de una guerra cruel y en este se habla de guerra sólo en sentido figurado, pese a que últimamente el lenguaje se ha hecho más duro. Y tampoco puede compararse una camisa roja informal con el muy bien confeccionado uniforme de un Obergruppenführer de las SS.
Además en aquel entonces el asunto era racial, terrible, agresivo, mientras que aquí puede ser agresivo pero de ninguna manera terrible. Y definitivamente no es racial. Así pues, esta exclusión se justifica por ser criolla, política y popular. Mucha gente que fue digna de respeto la defiende. Y los excluidos la soportamos, estupefactos.