Oscar Tenreiro / Publicado en el diario TalCual de Caracas el 8 de Febrero de 2014)
Hace un par de años le regalé a mi hijo ingeniero el libro de Peter Rice «An engineer imagines», escrito antes de su muerte a los 58 años (1935-1992). Me había hablado del libro y de Rice, hombre clave en una de las empresas consultoras de ingeniería más prestigiosas del mundo, Ove Arup and Partners, fundada por el ingeniero británico de origen danés Ove Arup en 1946, el colega Jorge Rigamonti (1940-2008), y tiempo después decidí regalárselo a Esteban con la idea de leerlo yo también, cosa que hago en estos días. Jorge sabía de Rice porque era un arquitecto bien formado en el manejo de la cuestión estructural, lo cual le permitió concebir la hermosa estructura del Pabellón de Gimnasia de los Juegos Deportivos Nacionales de 2003, construido en San Carlos, Edo Cojedes, repetida con ajustes en San Cristóbal cuatro años después. Colaboró activamente en su realización el ingeniero catalán Francisco Niubó Ribó quien residió muchos años entre nosotros.
Recomiendo el libro encarecidamente a los estudiantes (que hablan inglés, porque no ha sido traducido al español), porque ayuda a darle el lugar que deben tener los ingenieros en la concepción de la arquitectura. Y lo recomiendo también porque muestra la relación dependiente que existe entre la arquitectura, la tecnología y la industria, asunto que queda muy patente en su narración con la que se inicia el libro: la construcción del Centro Pompidou de París, cuando Renzo Piano y Richard Rogers ganaron el concurso que se organizó al efecto.
Y sería aún mejor que lo leyera el estudiante de la Universidad Bolivariana que le dio la bienvenida a Richard Rogers el día de su conferencia, porque sin duda le ayudará a su formación.
II
Aprenderá que la arquitectura surge de una realidad económica y cultural, en la cual lo político tiene una palabra que tendría que ser la de propulsar la capacidad productiva de una sociedad en lugar de destruirla. Que la ideología no suplanta las realidades. Que en toda sociedad es necesario hacer, saber hacer y convocar a la tarea de hacer a la gente que ha tenido el privilegio de educarse; como lo tiene él, aunque sea en una Universidad distorsionada por la tutela ideológica.
A su lectura deberá agregar algunos datos. Remontarse a los tiempos no muy lejanos, cuando Venezuela comenzó a tener acceso a los niveles del mundo moderno y debió recurrir a técnicas sobre las cuales se carecía aquí de experiencia, mediante la contratación de empresas extranjeras. Las obras de la Ciudad Universitaria, por ejemplo, el Aula Magna y los estadios olímpico y de baseball, requirieron de la empresa danesa (hoy tailandesa) Christiani y Nielsen; y las obras de la Autopista de la Guaira, de la francesa Campenon-Bernard que aportó la asesoría del mítico ingeniero francés Eugène Freyssinet. En otros casos se trató de asesorías o proyectos hechos también por ingenieros de muy alto nivel como Ricardo Morandi para el Puente sobre el Lago y el viaducto Nueva República. Pero siempre con firmas venezolanas en la construcción o como contraparte en el diseño, como el ingeniero venezolano Paul Lustgarten (1928-2011) en el caso del puente. Eso no hay que olvidarlo: el aporte extranjero estaba muy bien vinculado con la participación de gentes de aquí a los que nunca se les pidió carnet político ni certificado de obediencia. Escogidas por su experticia, a la vista de todos. Así adquirimos un saber hacer que puso a nuestro país al día en el uso del concreto armado, del pretensado e incluso del postensado, con una industria del cemento pujante, técnicas por cierto en las cuales el componente importado (los cables especiales y los gatos hidráulicos) es mínimo en relación a la inversión total. Por eso el concreto, se ha dicho bastante, es el material de construcción por excelencia en países como el nuestro.
III
En el caso de las estructuras metálicas nuestra experiencia es más limitada a pesar de que contamos con una industria metal-mecánica bien desarrollada gracias a su conexión con la industria petrolera. Pero es muchísimo menor si se trata de estructuras tensionadas, en las que predomina el uso de elementos tensores para evitar momentos en los puntos de encuentro de columnas y vigas. Los llamados nodos, de diseño y fabricación especial, con aceros de alto rendimiento, que hasta incluyen rodamientos a medida, procesos de soldadura atípicos, especificaciones de fabricación óptimas. Criterios que además se extienden a casi todos los elementos del edificio llegándose a un producto final de muy alto costo, poco apto además para la transferencia tecnológica, por estar atado a la industria siderúrgica altamente especializada. Es la arquitectura high-tech, amarrada al espacio tecnológico del Primer Mundo, siendo Richard Rogers uno de sus apóstoles.
Tropezamos así, amigo estudiante, con el escenario político nuestro, donde se vende una imagen revolucionaria, independiente y soberana; se ataca a la globalización para negar el libre intercambio entre nosotros y el mundo, usando como uno de sus instrumentos el control de divisas extranjeras; y se maneja una política económica dirigida a la importación de casi todo, con una inflación monstruosa que obliga a sus nacionales a ahorrar en divisas extranjeras. ¿Es lógico en ese contexto invitar a un arquitecto high-tech a construir aquí? ¿No lo saben acaso los teóricos que hablaron siempre de una arquitectura enraizada en nuestro espacio cultural y técnico?
Y le aclaro enfáticamente que no se trata de nacionalismo herido; lo que rechazo es una visión de la disciplina radicalmente ajena al mundo de aquí; y lo hacemos denunciando una política que le ha cerrado el paso a nuestra arquitectura. Ya basta de tanta hipocresía.