Oscar Tenreiro / 8 de Febrero de 2014
Terminaba mi comentario de la semana anterior diciendo que el Arq. Carlos Gómez de Llarena iba a tener durante el período de gobierno de Jaime Lusinchi una voz muy importante en las decisiones sobre la Avenida Bolívar. Y fue así en varios sentidos. No sólo en cuanto a la construcción de ese importante edificio que será al terminarse el Palacio de Justicia sino en otras cosas que se decidieron a lo largo de dicho período.
Decía también que esos primeros dos años (1984-85) se caracterizaron por la línea política de cuestionar y revertir las decisiones anteriores, que, con la perspectiva que tenemos hoy como sufrientes de un autoritarismo cuasi-totalitario, fue propulsora de vicios que sumados a otros, terminaron minando las bases institucionales de la sociedad venezolana.
Y fue en ese contexto que CGLL desempeñó su rol profesional.
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Gracias a mi amistad con el Arq. Beltrán Alfaro, quien había sido nombrado Gerente de Proyectos del Centro Simón Bolívar, me fue dado conocer como observador lo que venía pasando en relación a la Ave. Bolívar.
En primer lugar supe que la propuesta del Parque Cultural de Caracas en la cual había trabajado mi oficina durante parte del período presidencial de Luis Herrera Campins (1978-1983) había caído en desgracia. Abarcaba la zona de Caño Amarillo, aledaña a la Plaza O’Leary de El Silencio, comienzo del eje de la Ave. Bolívar. Era un Proyecto Urbano en terrenos del Estado, sector Caño Amarillo, ocupados originalmente por la estación de tren La Guaira-Caracas. Dentro de sus límites se encontraban diversos monumentos de la historia de la ciudad del último cuarto del siglo diecinueve y la Academia Militar de Alejandro Chataing (1906). Allí se proponía ubicar edificios institucionales dedicados a la cultura, entre ellos la Escuela de Artes Plásticas proyectada por Henrique Hernández y Jesús Tenreiro, hoy fallecidos, el Teatro del Oeste y la Galería de Arte Nacional, proyectos nuestros, (este último objeto de un Premio Internacional en la Bienal de Buenos Aires de 1985). Todos los proyectos, incluyendo la vialidad, estaban listos para construir y uno, el Teatro del Oeste, ya comenzado.
Aparentemente el proyecto parecía complicado, tenía muchos enemigos y se identificaba demasiado con el gobierno anterior. Y como progresaba la noción de que en los terrenos disponibles de la Avenida Bolívar se insertara arquitectura institucional, se podía pensar en colocar allí las dos sedes que estaban sólo en proyecto. Se confirmaba así lo que mencioné en una de las entradas anteriores: esos lotes se veían como una «colcha de retazos«; ofrecían una alternativa simple a la intención, por positiva para la ciudad que fuese, de construir en sitios que exigían procesos de apropiación más complejos. Parecía imponerse, como siempre en esos tiempos de nuestra historia democrática, lo expeditivo, lo inmediato.
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Se impuso finalmente la noción «parque«, desestimando de nuevo, tal como había ocurrido con la decisión de Sucre Figarella veinte años antes, el papel regenerador de ciudad de la Avenida Bolívar, esbozado con claridad por Cipriano Domínguez en 1947. Y Gómez de Llarena tuvo en ello un importante papel instrumental pues su vinculación con el Centro Simón Bolívar como proyectista del Palacio de Justicia, le daba acceso para proponer esquemas destinados a darle forma a la idea. Se convirtió en instrumento principal de la decisión, que se bautizó como Parque Vargas, porque el Presidente Lusinchi insistía siempre en rendirle homenaje a la figura del que fue primer Presidente civil de nuestra historia republicana (1835-1836), su colega médico José María Vargas. Y estuvo a la mano la «colcha de retazos«: en el lado Norte se insertó la Galería de Arte Nacional (en el extremo Oeste del espacio que iba a ocupar el Conjunto Bantrab), y más al Oeste la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas, en los sótanos ya construidos de la Contraloría General de la República. Desconozco el papel que en esas decisiones tuvo Gomez de Llarena, pero en todo caso él me hizo notar en las conversaciones recientes que en el caso de la Escuela influyó la presión pública de ese momento, por parte de alumnos y profesores demandando una sede adecuada. En cuanto a la Galería no lo sé. Lo definitivo es que se le encargaron ambos proyectos. Ya existían los del Parque Cultural pero, lástima, eran del gobierno anterior.
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El proyecto del Parque Vargas, cuya construcción parcial incluyendo una sección del Palacio de Justicia tomó dos o tres años, hasta fines del período de gobierno en 1988, propone rebajar en algunos puntos el nivel de la Avenida (construida originalmente sobre un terraplén que bloqueaba algunas de las conexiones Norte-Sur), proveerla de anchas aceras punteadas de chaguaramos (un tipo de palma tropical) detalle que según el proyectista buscaba establecer conexiones con las imágenes del Plan Rotival de 1938; complementadas por un sistema de pórticos desde Parque Central hacia el Oeste con el fin de definir bordes y circulaciones peatonales sombreadas. En el extremo Este, junto a Parque Central, consta de una plaza elevada (construida) que actúa como remate visual. Los terrenos no ocupados se definían como espacios verdes, y en el distribuidor de La Hoyada se ubica una enorme explanada que abarca el vacío del distribuidor de tránsito (350 x 200 metros aprox. con una depresión de unos 8 metros promedio respecto al nivel de la avenida) representada en los dibujos que se han hecho públicos como un espacio abierto, con la zona central suponemos sobre estructura para resolver el fuerte desnivel, rodeado en sus extremos Norte y Sur por zonas arboladas. La propuesta plantea preguntas, sobre todo porque lograr allí un espacio abierto unificado exige mucha construcción para superar las barreras conformadas por la vialidad de alimentación de las dos Avenidas (la Bolívar y las Fuerzas Armadas), con lo cual el término parque, adquiere aquí un carácter un tanto retórico. Tal vez por eso y atendiendo a la lógica urbana, un tiempo después de haberse oficializado ese esquema y completada la reglamentación del Parque, trascendió que en el seno de la Comisión Presidencial nombrada para conocer de la propuesta, se ubicarían en los niveles inferiores servicios públicos de importancia, una opción que reconoce la vocación del espacio.
Esa Comisión Presidencial (que se reunió en trece oportunidades según me informa Gómez de Llarena) estaba formada por los Arquitectos Víctor Artís, Fruto Vivas, Juan Andrés Vegas, Tomás José Sanabria, Antonio Cruz Fernández (estos últimos tres ya fallecidos); la Arq. Carmelita de Brandt y el Arq. Lindolfo Grimaldi como representantes de la Oficina Metropolitana de Planeamiento Urbano (OMPU); y el arquitecto proyectista. El grupo contribuyó a la redacción de la Ordenanza del Parque (aprobada posteriormente por unanimidad por el Concejo Municipal) y elaborada por OMPU, y, como digo más arriba, consideró la configuración definitiva de algunos de sus sectores, como fue el caso de La Hoyada.
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Podría uno resumir la impresión que deja este recorrido y lo que en su momento pudo vivir como testigo, que todo el capítulo Parque Vargas estuvo marcado por una tutela política que presionó las decisiones que debían tomarse. Lo de hacer parque se impuso y de un modo u otro obligó a las respuestas de diseño. Esa fue su debilidad y en cierto modo el factor que dejó mal sabor en muchos de los que diferíamos del enfoque por encontrarlo en gran medida insincero. La ausencia de arquitectura en sus márgenes era su pecado original. Y la preocupación a ese respecto puede ilustrarla lo que me narra Gómez de Llarena sobre la idea planteada por Tomás José Sanabria en la Comisión Presidencial respecto a densificar, mediante modificaciones de la Ordenanza del centro de la ciudad, los bordes externos a lo largo de los terrenos de la Avenida, asunto que parecía de lógica simple y sin embargo nunca se realizó, prolongándose la carencia que se venía presentando desde los tiempos de la propuesta Domínguez-Rotival. Porque el esfuerzo importante (felizmente construido) de Gómez de Llarena de darle a la Avenida características de boulevard mediante su nivelación y apertura de los cruces Norte-Sur, hasta entonces bloqueados, exigía bordes construidos. Y para lograrlo, tal vez sabiendo que la idea de Sanabria no sería posible, surge en su proyecto el diseño de los pórticos de protección a la circulación peatonal que parecen responder a la intención de construir bordes arquitectónicos. Con el problema, no obstante, de que estaban sueltos, es decir, no asociados a un volumen arquitectónico que pudiera contenerlos, como ha ocurrido siempre con los soportales urbanos a través de la historia y en todas las latitudes. Ni tampoco estaban asociados a un borde natural, como es el caso del pórtico de entrada de Villanueva en la Ciudad Universitaria, el cual discurre teniendo de un lado la colina del Jardín Botánico. Los del proyecto Parque Vargas que se construyeron (a lo largo de lo que era el Caracas Hilton y de un lado de la Galería de Arte Nacional) dan la sensación de artificialidad, de ser sustitutivos de algo que debía estar allí.
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Y quedó el Parque Vargas finalmente como todo lo que lo antecedió, inconcluso. Y la Avenida Bolívar olvidada, apta siempre para lanzarle algún edificio según las circunstancias de Poder lo decidiesen. En 1994, durante el último período presidencial de Rafael Caldera se le abre espacio en el lado Sur, a una cuadra de La Hoyada, a un Museo de Estampas y Diseño bautizado con el nombre de Carlos Cruz Diez, un edificio de muy bajo nivel de acabados y de concepción improvisada, de autoría desconocida, tal vez concebido en alguna oficina gubernamental: un producto que refleja el grado de deterioro de la democracia que abonó lo que hoy vivimos.