Oscar Tenreiro / 4 de Marzo 2014
La propuesta Rotival-Domínguez que sirvió de guía para el desarrollo de la primera etapa de la Avenida Bolívar no estuvo exenta de polémica, aunque no de carácter público sino reducida a comentarios puntuales entre gentes del oficio. Porque es necesario recordar que en Venezuela en esos años había muy pocos arquitectos y los comentarios críticos corrían siempre el riesgo de orientarse hacia lo personal. Por otro lado no puede olvidarse que eran tiempos de dictadura y resultaba cuesta arriba diferir de lo que se proponía desde el alto gobierno; y la Avenida Bolívar era también un emblema político. Eso restringía la expresión de puntos de vista divergentes y supongo que poco de eso llegaba al nivel de nosotros, estudiantes que comenzábamos en la carrera (entré a la Facultad en 1955).
Fue sólo cuando cursaba segundo o tercer año que tuve conocimiento de una crítica que se atribuía a Villanueva que destacaba como inconveniente el carácter de barrera que la avenida tiene en relación al casco central de la ciudad. En efecto, el conjunto masivo de las primeras cuadras divide espacialmente a la ciudad (que no funcionalmente porque las conexiones Norte-Sur vehiculares y peatonales funcionaban y funcionan aún hoy muy correctamente) contribuyendo a crear un sector más desasistido hacia el Sur versus el sector Norte mejor equipado (Plaza Bolívar, centro tradicional de la ciudad, y las sedes de los Poderes Públicos), servido además por otra Avenida abierta en la misma época, la Este-Oeste 1, o Avenida Urdaneta, de bastante importancia institucional y comercial, que sólo fue emulada muchos años más tarde por la Este-Oeste 10, Av. Lecuna, la única importante del lado Sur. Este inconveniente fue atenuado por la apertura a mediados de los años sesenta de la Ave. Baralt, que pasa tangente al extremo Este de los edificios Norte y Sur de la Avenida Bolívar y atraviesa todo el casco central en sentido Norte-Sur. Pero nunca existió por parte de las autoridades en relación a ninguna de estas dos últimas Avenidas, una política de incentivos que hubiera permitido colonizarlas con edificaciones comerciales o institucionales que compensaran la dinámica del lado Norte. Sólo ahora, gracias a que a lo largo de la Av. Lecuna se construyó una línea del Metro de Caracas, podría esperarse una reversión de ese estancamiento, cuando se superen las contradicciones políticas que han detenido las inversiones privadas en todo el casco.
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En líneas generales pues, la Avenida Bolívar en su primera etapa fue aceptada por los habitantes de la ciudad de un modo muy positivo. Puede servir de referencia para apreciarlo, lo escrito hace unos años por el crítico de arquitectura, colega William Niño Araque (1953-2010):
«Las torres de El Silencio se convierten en la primera experiencia en Venezuela que pone en práctica un organismo arquitectónico multifuncional en el nuevo corazón de la ciudad…La estratificación de las diferentes funciones, las plataformas equipadas, la espacialización del tránsito de vehículos, la experiencia de sus pórticos estructurales metálicos y la importancia otorgada a las áreas cívicas y peatonales, lo señalan como empresa de diseño a escala cuyo valor revolucionario modificó el espacio físico para la sociedad moderna venezolana convirtiéndolo en un icono de valor continental ..»
Y también:
“el collage perfecto de dos perspectivas urbanas; la abierta, presidida por las Torres hacia el espacio infinito que enmarca Los Caobos (y el cañón del valle al fondo) y la perspectiva cerrada, enclaustrada hacia los bloques blancos y horizontales de El Silencio; la síntesis de un heroico esquema académico que a partir de la simetría orientaba el crecimiento de la ciudad hacia el este; el encuentro de las tres principales avenidas de la ciudad (Sucre, San Martín y Bolívar) y finalmente, el descomunal impacto del primer edificio corporativo de los tiempos modernos, dimensiona la fuerza de un fragmento arquitectónico perfectamente acabado como ningún otro en su objetivo de hacer de la ciudad una utopía construida”
Estas palabras tal vez demasiado entusiastas, reflejan bien lo que fue para los caraqueños y para quienes conocieron los tiempos iniciales de su irrupción en el paisaje urbano de Caracas de un conjunto que venía a ser la afirmación de la ambición de convertirse en gran ciudad de la capital de Venezuela.
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He mencionado la actitud del habitante de la ciudad en esos tiempos, cuando Caracas empezaba a convertirse en ciudad moderna, destacando la antipatía respecto al damero colonial y sus limitaciones combinada con un cierto desdén hacia el patrimonio arquitectónico no monumental heredado del pasado, del cual una persona de mi edad pudo ser testigo y hasta protagonista. Las viejas presencias en la ciudad de los techos de tejas españolas (La ciudad de los Techos Rojos fue llamada Caracas, legado poético -1875- de Juan Antonio Pérez Bonalde), los muros de tapia o de adobe encalados, los aleros hacia las estrechas aceras a ambos lados de las también estrechas calles, podían verse como incómodas herencias que hacían peso contrario al surgir de nuevos modos y nuevas modas. Y así, el ciudadano con aspiraciones de progreso podía ver con simpatía los derribos, los intentos de dejar atrás esas herencias; sin que existieran los contrapesos de quienes podían valorarlas mejor, eterno drama de un país con muy precaria vida institucional. Y de modo análogo a la ama de casa gallega (como pude oír un día en conversación en la península) que denostaba de las viejas paredes de piedra que sudaban en invierno y aumentaban la humedad, en Venezuela en esos años el impulso hacia la modernización implicaba la destrucción de lo anterior. Ahora es casi un lugar común hablar de respeto, entonces a poca gente le importaba.
Al respecto vale la pena leer lo que dijo nuestro Dictador de entonces (en la entrevista que ya cité la semana pasada) respecto a la destrucción de una casona colonial, construida en 1783, hermosa y documentada antes de su desaparición por los alumnos de la Escuela de Arquitectura bajo la dirección de Willy Ossot, Decano de nuestra primera Facultad de Arquitectura en la UCV. Se trataba del Colegio Chaves, fundado por Juan Nepomuceno Chaves en 1842, el único ejemplo auténtico de arquitectura doméstica heredado de la colonia que quedaba en Caracas a mediados del siglo veinte.
Veamos:
«…déjeme decirle lo que ocurrió cuando nosotros decidimos demoler muchas casas en el centro para la construcción de la Ave. Urdaneta. A mí me lo criticaron muchas veces, pero yo, en estos casos, después de haber estudiado juiciosamente, con detenimiento, el problema, si no me daban unos argumentos superiores a los míos yo mantenía mi punto de vista. Resulta que en Caracas había una casa donde había funcionado el Colegio Chaves. Recuerdo que Gerardo Sansón, eso era en la época de la Junta Militar (1948) llevó el proyecto de la Avenida y dejaba al centro, como en una isla, al Colegio Chaves pasando una vía por un lado y la otra por el otro. Yo. después de estudiar la cuestión, le dije a mis compañeros de Junta, esto no es posible, porque hay dos razones para dejar una edificación: que tenga valor arquitectónico, número uno; o que tenga valor histórico, número dos. Si no hay esas dos cosas, no hay por qué interrumpir la rectitud de una Avenida por dejar algo atravesado que ni vale arquitectónicamente (sic) ni tiene credenciales históricas para su permanencia allí. Entonces le dije a Sansón, usted elimina esto…le di mis razones…porque ellos habían venido a la reunión con el propósito de salvar al Colegio Chaves. Y resulta que el Colegio Chaves había tenido reformas, de manera que no era ni siquiera la construcción original.»
Un juicio esquemático como el que puede esperarse de un militar, poseído además por el hechizo que la arquitectura, con su capacidad de transformar y crear nuevas referencias en la ciudad, ejerce en quienes tienen poder. Porque el Colegio Chaves, pese a las modificaciones esperables en cualquier construcción heredada del pasado, jamás debió haberse destruido. Algo recuerdo de cuando lo visité, en mis trece años, probablemente en Diciembre de 1953, llevado por mi tío sacerdote, Monseñor Pedro Pablo Tenreiro, quien acudió a visitar a sus amigas, regentes del colegio, las hermanas Trujillo. Todavía hoy funciona en otra zona del Suroeste de la ciudad.
Poco después se demolería también una casa de menor valor pero de contenido simbólico especial: la casa natal de Francisco de Miranda en la esquina de Padre Sierra, frente al Palacio legislativo. Dos ejemplos de desprecio por la memoria de la ciudad que fueron antecedidos y continuados por muchos más.
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Ya hemos comentado lo que fue aconteciendo a partir de 1958. Al hablar de los distintos episodios hemos hecho algunas apreciaciones críticas que son como un prólogo a lo que pensamos acerca de la situación actual cuando la Avenida ha sido invadida por iniciativas públicas de un modo que amenaza ser un cierre definitivo de opciones.
Hoy me detengo en un aspecto de esta reciente invasión que es el de mayor gravedad. Me refiero a la idea de colonizar la Avenida Bolívar con vivienda del más bajo nivel de ingresos. Proceso que está muy adelantado como puede verse en las fotografías que incluí la semana pasada.
Esa decisión se debe al arquitecto Sesto Novás en su rol de máxima autoridad para Caracas, y se basa según lo ha dicho él mismo, en la idea que ha orientado todas las inserciones en terrenos vacíos o sub-utilizados, sin noción de conjunto, que se ha aplicado en la Misión Vivienda en Caracas. La de que dándole a gente de los estratos económicos más bajos la posibilidad de habitar de modo puntual y aleatorio en zonas muy bien equipadas de la ciudad, se está realizando una operación subversiva. Sesto ha hablado de subvertir el orden social, (cada bloque albergaría, supongo, una avanzada) que aceleraría las contradicciones revolucionarias y obraría en beneficio de la democratización de la ciudad.
Eso puede servir para inflamar el entusiasmo de los adeptos, pero, aparte de que considera a la vivienda como una especie de arma arrojadiza desvirtuando su papel de sitio de recogimiento y refugio para el desarrollo de la familia, hace algo mucho más grave: pasa por alto las dinámicas que rigen la vida urbana.
En efecto, en las ciudades no opera solamente lo monetario para la determinación de los niveles económico-sociales propios de sus diferentes sectores, sino lo que pudiéramos llamar una economía urbana, que incluye lo sociológico (y dentro de ello por supuesto lo cultural) y la eficiencia de la ingeniería urbana, es decir, la relación entre el costo de las infraestructuras (la vialidad, el transporte, las canalizaciones, las distintas prestaciones de un sector de ciudad) y la participación de los habitantes servidos por ellas en los procesos de creación de riqueza de la sociedad. No se trata de quienes disponen de dinero sobrante, sino del rol que ocupen en la sociedad como entes productivos, un aspecto que también atiende al nivel cultural y social del habitante. En consecuencia, en un sector de la ciudad en el cual los servicios son altamente costosos, sus habitantes tienden a estar ubicados en los niveles superiores de la escala productiva aunque no se trate de los más altos. Esa relación de interdependencia se da en todo sistema económico, sea socialista o capitalista porque, repito, obedece a una dinámica urbana que no depende sólo de lo económico-monetario.
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Los servicios de la Ave, Bolívar (en infraestructura básica, vialidad, transporte, educación y cultura) son de los de más alto costo en el área urbana de Caracas. Ubicar en esa zona vivienda para los ingresos más bajos implica darle a esa vivienda un nivel altísimo de subsidio que debe, tiene que ser justificado (no importa en cual sistema económico) tanto por el que va a recibirlo como por quien lo concede. Especialmente si se piensa, como debe pensarse, en la necesidad de hacerlo recurrente, es decir, aplicable a otros. Ya los subsidios de la Misión Vivienda son tan altos que se hacen económicamente insostenibles (prácticamente regala el derecho de uso de la vivienda pero sin conceder la propiedad) precisamente por la dificultad de hacerlos recurrentes. Un problema que ya se viene manifestando con la casi paralización de las obras en distintos puntos del país (y por supuesto Caracas) en los últimos meses debido al recorte del dinero petrolero. Esa misión se ha llevado adelante en contra del principio universal de que la vivienda debe merecerse en términos de economía urbana. Recordemos el viejo principio que se usó en la Francia de los gobiernos socialistas de la posguerra: El equipamiento se da, la vivienda se merece. Resalta entonces, una vez más, el carácter perverso del financiamiento rentista derivado del petróleo: se piensa que será permanente, que se repetirá, que vendrá de nuevo, por lo cual el dinero no debe ser rentable en, al menos, el sentido de que lo que se gasta pueda volver a gastarse sin requerir de dinero nuevo, una rentabilidad con beneficio regulado necesaria para sostener la inversión. Eso no pasó por la mente de quienes concibieron ese sistema de subsidios escandalosos e injustos. Sí, injustos, porque se impone la pregunta: ¿por qué para esos y no para aquellos? Un modo de actuar, en resumen, que se debe a la improvisación y el voluntarismo financiero típico de los funcionarios populistas de los petroestados.
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En el caso de la Avenida Bolívar el subsidio se hace aún más insostenible e injustificable, si se considera el impacto de estas edificaciones en el corazón mismo de una capital. Regalar en ese lugar de la ciudad viviendas sin merecerlas en el sentido que hemos anotado, viene a ser un privilegio de tal magnitud que puede decirse que aquí lo ideológico se estiró hasta límites de irracionalidad. El asunto es simplemente absurdo e indefendible.
Y no viene mal una referencia venida de las economías del socialismo real: la Karl-Marx Allee en el centro mismo de Berlín, construida como su nombre lo indica (se llamó primero Stalin Allee) en tiempos de la RDA, fue obra emblemática de la Alemania socialista dura, que combina vivienda con la apertura de una Avenida monumental. Allí los apartamentos se destinaron a obreros especializados, profesionales o funcionarios de nivel medio-alto (profesores universitarios etc.), siguiendo una lógica que no se ha alterado con el cambio de sistema económico: es ese mismo tipo de propietarios quienes las ocupan hoy en día.
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Concluimos hoy, ya va muy largo, haciendo notar que este episodio reciente de las viviendas en la Avenida Bolívar es una muestra de lo que ha sido anécdota permanente en nuestro país: la ciudad padece las consecuencias del uso discrecional de su autoridad de parte de un funcionario ensoberbecido o improvisado que tiene a su disposición enormes recursos económicos que maneja con ligereza dado su carácter rentista petrolero que permite ir contra la lógica económica, en este caso obedeciendo al deseo de complacer a un Autócrata. Y siempre están a la mano, atributo del dinero fácil, los pretextos, en este caso los ideológicos, para darle sentido al sinsentido.
Ya pueden verse los efectos de la llamada subversión. Se han ido conociendo, a medida que se habilitan los primeros edificios, los problemas ocasionados por el conflicto entre los patrones de conducta de los nuevos habitantes y los de los edificios vecinos; los ocasionados por la ausencia de un enfoque de conjunto, que ha colocado en primer plano la falta de servicios a escala comunal, asunto agravado porque los edificios se han construido restringiendo drásticamente los espacios libres en Planta Baja; las dificultades de adaptación de las familias (problema nunca bien atendido por los programas de vivienda en la historia populista de Venezuela) a las restricciones de espacio de apartamentos de áreas mínimas. Y se ha revelado con gravedad la carencia de áreas de expansión a nivel de calle, que ha producido absurdos como motocicletas (el medio de transporte individual asequible más popular en Caracas) transportadas en ascensores hasta los pisos superiores por el temor de que sean robadas en las noches en una ciudad dominada por el crimen.
Son problemas que de un modo u otro afectarán a los edificios que se vienen construyendo en la Avenida Bolívar, a pesar de que en este caso pudo haberse dado un enfoque de conjunto. Ante las preguntas surgidas se anunció que los servicios comunes se ubicarían en la Plaza de la Hoyada, pero hasta el momento no se han iniciado obras allí aparte del edificio en el cuadrante Sureste cuyas fotos mostramos la semana pasada. No sabemos si se ha previsto suplirlos en la Plaza del Alba en construcción porque no se informa y se obstaculiza el esfuerzo por informarse, una muestra más del rostro dictatorial del Régimen.