Oscar Tenreiro / 14 de Mayo 2014
He aquí el texto de Le Corbusier sobre Gaudí al cual aludí y parte del cual cité en la nota publicada el fin de semana pasado en TalCual:
«Fue en 1928, bajo el signo del Concurso para el Palacio de la Sociedad de Naciones de Ginebra: se me había llamado para hacer una disertación en la Ciudad Universitaria de Madrid, sobre Arquitectura (de la que salió poco después el libro «Una Casa-Un Palacio».
Recibí en Madrid un telegrama firmado José-Luis Sert (a quien yo, entonces, no conocía), citándome a las 10 de la noche en la estación de Barcelona, escala del rápido Madrid-Port Bou, para que fuese, sin perder un minuto, a dar una conferencia en algún sitio de la ciudad. En la estación de Barcelona. me recibieron cinco o seis muchachos, todos de baja estatura pero llenos de fuego y energía. La conferencia se dio, improvisada…
Al día siguiente fuimos a Sitges; en la carretera me intrigó una casa moderna: Gaudí. Y a la vuelta, en el Paseo de Gracia, atraían mi atención grandes inmuebles…; en el fondo, la Sagrada Familia…¡el acontecimiento Gaudí hacía su aparición!
Tuve la osadía de poner en ello un vivo interés, encontrando en esas obras el capital emotivo del 1900. Aquel 1900 fue la época en que puse por vez primera la mirada en las cosas del arte, y he guardado siempre hacia ese tiempo un recuerdo emocionado.
Arquitecto de la «caisse à savons» (las casas La Roche, Garches, Villa Savoie), mi actitud de entonces desorientó a mis amigos.
¿Antagonismo entre el 1.900 y la «caisse à savons»? Para mí ese conflicto no existía. Lo que vi en Barcelona -Gaudí- era la obra de un hombre de una fuerza, de una fe, de una capacidad técnica, extraordinarias, manifestada durante toda una vida de cantero; de un hombre que hacía tallar las piedras ante sus ojos sobre trazas verdaderamente muy pensadas. Gaudí es «el constructor» del 1900, el hombre de oficio, constructor en piedra, en hierro y en ladrillo. Su gloria aparece hoy visible en su propio país. Gaudí era un gran artista; sólo aquellos que conmueven el corazón sensible de los hombres quedan y quedarán. Pero habrán de verse muy maltratados en el curso del camino, incomprendidos o acusados de pecado a la moda del día. La arquitectura cuyo significado se evidencia cuando dominan elevadas intenciones, que triunfa de todos los problemas reunidos en la línea de fuego (estructura, economía, tecnicismo, utilización), gracias a la ilimitada preparación interior, la arquitectura es fruto del carácter, justamente eso: una manifestación de carácter.
Permítaseme decir aquí cuanto quiero a Barcelona, ciudad admirable, ciudad viva, intensa; ese puerto de mar abierto al pasado y al porvenir.
París el 30 de Octubre de 1957″
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Se le concede el premio Príncipe de Asturias a Frank Gehry.
Comienzo por recordar el lugar común que mencioné la semana pasada: a los premios no hay que tomárselos en serio. Y habría que incluir en ese desdén, desde luego, a la visión periodística de los premios, la que se centra en la noticia y lo noticioso.
De esto último hay en la nota crítica sobre el premio en El País de Madrid donde se destaca que Gehry celebró su último cumpleaños instalado en uno de los pisos más altos de un rascacielos neoyorkino (firmado por él), junto a dos conocidos artistas plásticos además de Bono y Candice Bergen. La nota, además, comienza diciendo que Gehry le diseña sombreros a Lady Gaga y joyas a Tiffany según se lee en la revista Vanity Fair. Un conjunto de datos que se citan tal vez con ironía y poco tienen que ver con el valor de Gehry como arquitecto, y sí mucho sobre su éxito y sobre todo sobre su éxito en el mundo «pop», éxito que en el mismo texto pareciera explicarse al calificarlo como «el más osado entre los más creativos«, rasgos muy a propósito para encontrar cabida en ese mundo glamoroso y cómodo donde se mueven los ricos y famosos.
No hay duda, Frank Gehry es, junto a algunos de sus compañeros de la arquitectura del espectáculo, una figura del mundo pop con rasgos análogos a los de cualquier estrella rock. No vende millones de discos como Lady Gaga, pero Lady Gaga se le acerca para pedirle que le diseñe un sombrero porque lo considera de su mismo mundo.
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En ese rodearse y ser requerido por gentes tan sonoras está lo específico de Gehry: su arquitectura es parte del mundo pop. Es una obra que vulgariza algunos de los valores de la arquitectura, los más aparentes, los que conciernen a la sorpresa y la seducción. En Bilbao las formas sinuosas como punto de fuga de algunas de las perspectivas urbanas y el volumen pulido al borde del agua son hermosas, únicas podría decirse. Supongo, no lo conozco, que cosas análogas pueden decirse del Centro Disney en Los Ángeles. En esa dimensión particular de la presencia en la ciudad la arquitectura de Gehry es efectiva y seductora. Por haber logrado esos destellos, esos fragmentos de escala colosal pertenecerán siempre a la historia de la arquitectura. Logrados con inteligencia, con ingenio y ese toque de perfume propio de un artista que intuye la eficacia y pertinencia del resultado.
Es el triunfo de la vestidura, de la piel que envuelve y se mueve simulando una libertad formal que se superpone a una estructura convencional, incluso torpe, pesada, sin fineza porque no está allí para ser vista, hecha de entrecruces de perfiles metálicos que se tuercen según las leyes de la improvisación actuada por el maestro y su tijera en el momento primigenio en el cual frente a la maqueta decidió donde pegar los papeles recortados. ¡He allí su secreto! Gehry en realidad no hace arquitectura sino que la oculta. Y la oculta con inteligencia, con conciencia del posible resultado, con tino mayor o menor (porque muchas veces lo cosa no marcha, como por ejemplo en las estridentes bodegas Marqués de Riscal, en el Stata Center de Boston y en otros etcéteras). Todo mediando dinero extra para que la superposición sea posible y el volumen sobrante que va entre los pliegues externos, la estructura, los plafones y revestimientos internos, pueda ser asignado al rubro desperdicios sin que haya ningún escándalo financiero.
Estamos pues, con Gehry, ante un gran artista del camuflaje. No en el sentido de ocultamiento en el entorno sino ocultamiento de lo que se es para crear una apariencia. Un producto propio de una cierta cultura norteamericana que fue buscado con ahínco por el postmodernismo hasta lograrlo hoy de un modo tardío pero indiscutible. Triunfó un gran artista, artesano excepcional de la tarea de disfrazar la arquitectura. Tarea que nos deja exhaustos de apariencia. Ya recuperaremos el rumbo, esto fue una borrasca. Fuerte, pero borrasca al fin.
Concluyo suponiendo con cierto irrespeto a su memoria, que Luis Kahn, quien una vez comparó la arquitectura de los rascacielos de la Sexta Avenida neoyorkina con damas encorsetadas, diría, usando un término que entendemos bien los venezolanos, que los edificios de Gehry son como damas desatadas.
Y agrego que ocultar con tino una intimidad poco atractiva hasta convertir el envoltorio, lo accesorio, lo epidérmico, en centro de atención, siempre le ha interesado a la humanidad. Y es aplaudido.
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¿Y no tiene acaso mucho de ironía que sea la recia España, la difícil España, la irreductible España, la España que ha parido tanta humanidad profunda, la España (fuera separatismos) que en figuras como Antonio Gaudí nos dejó como herencia la necesidad de dirigir la mirada atenta hacia lo esencial, hacia los orígenes del acto de construir; mirada que nos podría permitir aspirar a nuevos significados; ser humano excepcional que nos dejó el ejemplo de una vida austera dedicada con humildad «a la mayor gloria de Dios«; no es, repito, irónico que sea desde allí de donde se conceda un solemne reconocimiento a la simulación?
Siguen dibujos hechos en El Parque Güell, el Palacio Gùell y la Sagrada Familia, en 1985, por quien esto escribe. En lápiz 11 x 8 cm. También fotos de obras de Frank Gehry.