Oscar Tenreiro /31 de Mayo de 2014
Varias veces he tocado el tema de impacto pedagógico, positivo o negativo, que en una sociedad tiene la conducta de sus dirigentes. Tuve por primera vez oportunidad de reflexionar sobre eso a raíz de la charla de Ivan Ilich (1926-2002) pensador austríaco, sacerdote en dispensa desde fines de los 60, muy conocido a partir de los años setenta, que el colega Julián Ferris (1921-2009), quien lo había conocido durante un viaje y fue junto a otros responsable de invitarlo a Venezuela, organizó en la Sociedad Venezolana de Arquitectos.
Me impresionó la importancia como instrumento formativo que le daba Illich a la educación no escolarizada, es decir a la que se deriva del intercambio social y en particular a la que es resultado de la influencia de las dirigencias en una sociedad determinada. Llegaba incluso a decir que, la escuela, los maestros y el sistema escolar eran un obstáculo para una educación más auténtica, porque para él la educación estaba sobre todo fuera de la escuela.
En las sociedades del Tercer Mundo, pensaba Illich, el rol pedagógico de los dirigentes políticos era fundamental; y hacía notar como ejemplo, sin necesariamente tomar partido, el impacto en la sociedad cubana de una figura como la de Fidel Castro. Eran tiempos en los que el Dictador aún seducía.
Coincidiendo con ese enfoque de la educación como un proceso social, se habló en ese tiempo del concepto de Educación Permanente, lo cual oí por primera vez de Virginia Betancourt cuando presidía el Banco del Libro e insistía en el papel de la Biblioteca Pública como instrumento esencial de la educación.
Leí Némesis Médica, un libro donde Illich habla de cómo la profesión médica, mediante la llamada iatrogénesis está en permanente riesgo de producir enfermedad en lugar de salud. Un tema que fue tomando cuerpo hasta vulgarizarse, gracias al juicio a los excesos de los sistemas de salud de los países avanzados, crítica que junto a las que dedicó a la educación, se convertirían casi en lugar común a raíz del auge de las visiones alternativas en esos años, restándole novedad a sus tesis hasta llevarlo a un relativo olvido, pese a que en México, donde vivió, existen hoy instituciones fieles a sus enseñanzas (www.ivanillich.org.mx/).
II
Evoco estas ideas sobre la educación porque ahora que desde el Régimen se habla de Consulta Educativa, sus impulsores harían bien en reflexionar sobre el papel que en la educación del pueblo venezolano han tenido los modos de actuar de sus dirigentes. El Ausente, por ejemplo, instauró el insulto como arma política, asunto nada nuevo en ambientes de bajas exigencias éticas, pero sí extremadamente grave en el caso del presidente de una República que él mismo proclamaba como promotora de una nueva democracia. Y su sucesor ha seguido celosamente ese ejemplo. Cada vez que se deja llevar por el impulso de agredir con la palabra, hace pedagogía negativa del mismo tipo que la que hacían los dirigentes de la Cuarta que él y muchos de sus compañeros hoy en el Poder criticaron y siguen criticando sin darse cuenta de cuanto se parecen a ellos y hasta qué punto los han superado.
Y siguiendo estas reflexiones, me pregunto si los arquitectos que defienden al Régimen; los instalados en las alturas del Poder como actores importantes o de segunda línea, los que son beneficiarios, o los simplemente defensores; se han preguntado cual es el impacto que ha tenido en la sociedad venezolana, como referencia educativa que promueve conductas, la política hacia la arquitectura que se ha desarrollado en los últimos años.
Habría que pedirles que superando al silencio crítico revolucionario, reflexionen sobre dos o tres asuntos principales.
El primero, que se pregunten cual es el mensaje educativo que se envía a los actores sociales cuando se exige sujeción política a los arquitectos para incluirlos en los programas gubernamentales más emblemáticos. Si no se está con ello diciendo que la idoneidad profesional importa mucho menos que plegarse, con sinceridad o sin ella, a los sesgos ideológicos de quienes manejan el Poder político.
El segundo, que si, en virtud de lo anterior se establece que la sujeción política es más importante que la calidad profesional, hay que concluir que cualquier esfuerzo del estudiante de responder a las exigencias de la formación universitaria tiene menos importancia que estimular en él el estudio y la adhesión a la ideología revolucionaria. Y como ésta carece de estructura lógica clara, el propósito de estudiarla tendría que ser sustituido por el estímulo a la habilidad para la adulación o el halago al poderoso. Esa sería la destreza prioritaria que un profesor defensor del Régimen debería cultivar en sus estudiantes.
Y no puede dejar de mencionarse tampoco el mensaje que envía a la sociedad venezolana la invitación para construir aquí que se le ha hecho a arquitectos extranjeros, el último al gallego César Portela, encargo muy publicitado en su ciudad, Vigo.
Según hemos venido razonando, esas iniciativas educan a la sociedad venezolana. Dicen con toda claridad que no hay aquí arquitectos capaces de hacer arquitectura con suficiente peso cultural, de convertir su obra en un salto cualitativo de importancia colectiva. En una muestra de la energía cultural de una nación. Se erosiona así la confianza en lo que somos capaces. Y a la vez se señala a esas arquitecturas como portadoras de los valores culturales hacia los cuales debemos orientar los arquitectos de aquí nuestros mejores esfuerzos.
Si esas fuesen las razones queda claro el carácter engañoso de lo que vivimos políticamente en Venezuela. Si no lo fuesen, se revela su frivolidad. No hay escapatoria posible: es una inmensa hipocresía.
Leyenda de las fotografías:
Iván Illich pensador austríaco, visitó Venezuela en los años sesenta.