Ronchamp figuró muy temprano en mi búsqueda de la arquitectura. Era además bastante común en ese tiempo que si el destino era Francia había que llegarse hasta el que ya en ese entonces (comenzaban los sesenta) podía calificarse de edificio mítico.
La viuda de nuestro compañero fallecido demasiado joven no hace mucho Jorge Rigamonti, Helena Correa, me contó como Jorge, recién salido de la Facultad, había llegado hasta el lugar (probablemente en 1961 o 62) y como era tarde había encontrado la capilla cerrada debiendo quedarse fuera pernoctando en algún rincón. Allí lo encontró al día siguiente uno de los curas que, al conocer que venía de tan lejanas tierras lo invitó a desayunar y lo guió después hacia el interior de la capilla antes de los servicios. Lo ocurrido a Jorge ejemplifica lo que fue el peregrinaje a Ronchamp para todos los de mi generación. En su insistencia quedándose allí al descampado para no dejar trunca su visita, resume la actitud de muchos de nosotros yendo a esa colina ansiosos de experimentar el goce que menciona Corbu. El goce interior, regalo de la gran arquitectura.
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«El libro de Ronchamp» que menciono en la nota de hoy, fue parte del constante esfuerzo de Le Corbusier por documentar su obra. Hay allí una serie de textos que ayudan a entender bien los principales aspectos de esta obra central de la arquitectura del siglo 20, algunos de los cuales cito parcialmente en lo que sigue.
Si sumamos lo que publicó en sus Obras Completas (también incluyo un texto que allí figura) tenemos un cuadro que contrasta con lo poco que existe, como testimonio de sus autores, en el caso de las dos «cajas de Dios» que he reseñado aquí, o si se quiere, lo poco que existe de forma ordenada y asequible sin dificultad. Y es que lo sustantivo del esfuerzo por publicar de Corbu es la finalidad pedagógica que tiene. Finalidad que por otra parte ha sido reducida por sus críticos al deseo de ponerse como ejemplo, presentarse, como se dijo muchas veces en tiempos posmodernos, como una suerte de Mesías de la arquitectura.
Pero hoy, ya aplacadas las reacciones en contra de su avasallante presencia como referente, quedan bien expuestas las virtudes de sus esfuerzos editoriales: estudiar su obra con el deseo de aprender de ellas se convierte en tarea sencilla. Se abren ante uno multitud de vías para extraer lo que nos interesa, lo que podría convertirse en nuestro conocimiento.
Corbusier publicó no sólo para mostrar logros y vanagloriarse sino para compartir generosamente (recalco generosamente) conocimientos adquiridos en el proceso de construir. Hoy podemos percibirlo así. Y sus publicaciones eran, por otra parte, económicas, accesibles, sencillas, tal como fue sencillo y costeable todo lo que publicó Jean Petit y particularmente los Cahiers des Forces Vives de los cuales era parte el Libro de Ronchamp. ¡Radical contraste con lo que hoy ocurre!
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Dice Corbu, cerrando las palabras que pronunció el día de la consagración del templo:
«…Algunos signos dispersos, y algunas palabras escritas, dicen alabanzas a la Virgen. La cruz -la cruz verdadera del suplicio- está instalada en esta arca; y ahora el drama cristiano tomará posesión del lugar.
Excelencia, entrego esta capilla de concreto leal, moldeada tal vez con temeridad, con coraje ciertamente, con la esperanza de que ella encontrará en usted, en quienes subirán a la colina, un eco de lo que todos nosotros hemos puesto en ella…»
Y dicho como para hacernos reflexionar sobre lo que hoy sucede:
«…Ni un minuto tuve la idea de hacer un objeto de asombro. ¿Mi preparación? La simpatía por el otro, por el desconocido, y una vida que se ha deslizado entre las brutalidades de la existencia, las maldades, el egoísmo, las cobardías, las trivialidades, pero también cuanta gentileza, bondad, coraje, ardor, sonrisa, sol, cielo. Y el resultado es una selección: el gusto, la necesidad de lo verdadero. ¿Ronchamp? Contacto con un sitio, situación en un lugar, palabra dirigida al lugar. A los cuatro horizontes…»
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Escribe el Padre Marcel Ferry, sobre Ronchamp, su iglesia, poco después de que fuese consagrada:
«…Entre otros, podemos subrayar dos principios que han tenido constante injerencia en la inspiración del edificio. El primero una adaptación, o más bien un diálogo directo con el inmenso paisaje que lo rodea a cielo abierto. No hay un simbolismo misterioso que llama al espíritu, sino formas abiertas, una plástica que golpea directamente los sentidos y a través de ellos actúa sobre el alma. Autoridad de la torre que forma el eje, señal blanca en un paisaje que envuelve. Curvatura de los muros, impulso de la cubierta hacia la luz y hacia la vida…»
En el volumen 46-52 de sus Obras Completas, Le Corbusier había escrito:
«,,,Las búsquedas plásticas de Le Corbusier lo habían llevado a la percepción de una intervención acústica en el campo de las formas». Una matemática, una física implacables deben animar las formas que se ofrecen al ojo; su concordancia, su recurrencia, su interdependencia y el «esprit de corps» y de familia que les une, conducen a la expresión arquitectónica, fenómeno tan flexible, tan sutil, tan exacto, tan implacable, como el de la acústica… Empezamos entonces por una acústica paisajista, tomando como testigos a los cuatro horizontes: el llano del (río) Saone, del lado opuesto (la montaña) el Ballon de Alsacia y sobre los lados dos valles. Se crearon formas para responder a estos horizontes, para acogerlos»
Son dos maneras de hablar de la arquitectura. Una responde a la percepción desde afuera, de quien observa; y su instrumento es el lenguaje poético («…diálogo directo con el inmenso paisaje…»). Otra, la del autor que se esfuerza por explicarse «inventando» una racionalidad que se le hace esquiva: decir «acústica de las formas» es intentar convertir en conocimiento lo intrasmisible, lo intuitivo. Ferry dice más con su lenguaje poético, con la metáfora, que Corbu con su frase ingeniosa. Porque Ronchamp es el único caso en el que Corbu pasó por alto su decisión manifestada con énfasis más adelante en su vida, de «alejarse de todo propósito filosófico» en relación a su obra. Pero este edificio es tan radicalmente in-explicable que tal vez quiso justificarse ante los racionalistas que lo seguían. Como Giulio Carlo Argan (1909-1992) erudito profesor de historia del arte, quien como marxista llegó a ser Alcalde de Roma, autor de un divulgado artículo acusando a Corbu de inconsecuente.
Ronchamp evade la explicación, eso es lo definitivo. Además, en cuanto a Argan, pese a su cultura, la ideología suele nublar la capacidad de comprensión del arte.
LA CAJA DE NUESTRA SEÑORA
Oscar Tenreiro
(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 1 de Noviembre de 2014)
Sobre esta caja de Dios podría escribir muchísimo y precisamente por eso me resulta difícil hacerlo. Ha sido el templo más divulgado y con seguridad el más visitado de la arquitectura moderna y sin duda una de las obras maestras de Le Corbusier, por lo cual abundan los escritos que la estudian buscando las claves que influyeron en su concepción.
Y siendo además Le Corbusier de tal modo famoso, admirado, seguido, criticado, denostado, y dado definitivamente por muerto, son incontables las referencias acerca de ésta, por otra parte modesta capilla católica, edificada en una colina que mira a un amplio paisaje de la campiña francesa, no lejos de los Alpes. Lugar sagrado ya en los tiempos paganos y sitio de peregrinaje consagrado a la Virgen María, Nuestra señora de los Altos de Ronchamp.
Corbu no era un hombre religioso y, pese a su formación familiar en la tradición calvinista podría ser considerado un agnóstico, si bien evitó siempre cualquier etiqueta que pretendiese resumir su posición ante la dimensión religiosa del ser humano, a la cual se acercó a partir de lo que insistía en llamar el sentido de lo sagrado. Modo de entender su papel de arquitecto en este caso particular que resumió así …Al construir esta capilla he querido crear un lugar de silencio, de oración, de paz, de goce interior. El sentimiento de lo sagrado anima nuestro esfuerzo… Fue en ocasión de la consagración de Ronchamp cuando habló ante los representantes de la jerarquía católica allí presentes. Palabras que publicó después, en 1961, Jean Petit. su amigo del mundo editorial, en El libro de Ronchamp, parte de la colección Cuadernos de las Fuerzas Vivas, aún hoy un ejemplo de cómo la divulgación de la obra de un arquitecto puede ser también un personal testimonio estético y poético.
II
El Padre Marcel Ferry, escribió la introducción de esa hermosa y sencilla publicación. Y allí da cuenta del papel que jugó en la arquitectura la comprensión de la liturgia católica: El conjunto está sometido a la función litúrgica y al altar que está en primer término bajo la mirada de la Virgen María… Lo cual es por cierto un aspecto clave de Ronchamp (que puede pasar desapercibido), el cual me hacía notar hace poco un amigo arquitecto alemán, profesor en Weimar, Karl Heinz Schmitz, así: «Ronchamp no puede ser sino una iglesia católica porque los bancos no se orientan hacia el altar sino que ven hacia la figura de María. Sólo los católicos oran a Dios a través de María o de los santos. Los protestantes rezan directamente a Dios…»
Lo obvio es que los bancos estén agrupados hacia un lado para dejar espacio a los feligreses de pie que se acercarían hacia el Altar Mayor, pero este otro modo de verlo (de un luterano)… si non è vero, è ben trovato. Se alinean casi hacia la figura de Nuestra Señora colocada alta en una caja de concreto de sección trapezoidal visible también desde el exterior para la misa al aire libre, separada del Altar Mayor.
Schmitz sigue: «…la iglesia tiene dos escalas: al interior tiene la escala de una capilla y en el exterior la de una catedral. Esto se debe parcialmente a que su presencia externa llega lejos dentro del paisaje y tiene también que ver con la fachada cóncava de la entrada y la fachada cóncava del lado Este que actúa como un lugar para el altar de afuera y describe un gran espacio eclesial externo…»
Esas concavidades de las fachadas, cubiertas por las prolongaciones del techo-cáscara de doble curvatura, las transforman en atrio cubierto monumental, inesperada demostración de que el manejo de los componentes del edificio puede introducir cambios esenciales en la percepción del espacio y las dimensiones. Una enseñanza (hasta ahora, para mí al menos, oculta) de esta continua y permanente lección sobre arquitectura que es Ronchamp.
III
Habla de nuevo Corbu: «¿La capilla? Cáliz de silencio, de dulzura. Un deseo: Sí! Llegar a los sentimientos evocados aquí mediante el lenguaje de la arquitectura. Si, de la arquitectura sola. Porque la arquitectura es la síntesis de las artes mayores. La arquitectura es forma, volúmenes, color, acústica, música…»
Es esta una arquitectura tan diferente de las que comentamos en semanas anteriores, todas concebidas dentro de los límites de la llamada modernidad, que nos obliga a cuestionar el intento posmoderno de convertirla en uniformización, en camisa de fuerza, en dogma.
Y evocamos también a Lewerentz trabajando junto al pastor luterano cuando sabemos de los sacerdotes (como el Padre Ferry) que, yendo como se fue en esos años recién terminada la guerra hacia los valores evangélicos esenciales, se abrieron sin reticencias a la inspiración de uno de los grandes artistas del su tiempo esperando que el resultado fuese lo que fue: una nueva síntesis entre arte y liturgia. Un ejemplo que se basa también en lo que podríamos llamar comprensión cultural, condición que induce al respeto de las capacidades personales, reconoce los límites de las visiones individuales y abre espacio al arte de construir.
Tal vez por eso, como narré una vez en este mismo espacio, recién transcurrida una última visita al monumento, al sentarnos en esos bancos orientados hacia la caja de María, tuve el deseo, y recité junto a mi mujer, Dios te salve María, oración escrita en trazos del arquitecto en los vidrios de color de la fachada contigua, la del Sur. No sé si fue un acto de Fe profunda lo que lo motivó pero sí que respondí a la atmósfera creada por la arquitectura. En ese impulso hacia el reconocimiento de lo sagrado, de gentes venidas de lejos desde otra cultura, otras geografías, se cumplía el propósito de un artista y su síntesis.
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Siguen fotografías personales tomadas durante la última visita hace unos seis años, además de una serie de reproducciones de las páginas del «Libro de Ronchamp» que ayudan a conocer mejor (esto sobre todo para los más jóvenes, para quienes Ronchamp está más distante).