Oscar Tenreiro
He ido leyendo desde hace algún tiempo a Günter Grass, Premio Nobel (1999) y que no hace mucho alborotó el ambiente cuando confesó haber sido miembro de una de las organizaciones paramilitares nazis, inesperado gesto para quien se había comportado como perdonavidas en el medio intelectual alemán de la posguerra.
El que menos me ha gustado de sus libros fue la novela El Tambor de Hojalata, la cual precisamente lo hizo acreedor al Nobel y ha sido calificada por muchos, incluyendo el crítico Marcel Reich-Ranicki (1920-2013) quien por otra parte fue duro con Grass, como una de las novelas modernas importantes de la literatura alemana. Me pareció construido a base de anécdotas artificiosas protagonizadas por un personaje igualmente artificioso, que parecen querer abrirle paso a un «realismo mágico» alemán. De todos modos no es posible negar que es un libro importante, y los otros que he leído, Mi Siglo, Pelando la Cebolla, autobiográficas, y el que leo ahora Es Cuento Largo, están llenos de agudas observaciones y puntos de vista sobre cosas y personas, expresadas con un estilo de escritura que atrapa, brillante, profundo en su retrato de la psicología de los personajes. Con la importante salvedad de que en este último, que aún no termino, Grass se dedica a superponer tiempos y personajes empobreciendo la capacidad de comunicación de la novela. Aparte de que exige un cierto conocimiento de la historia y hasta la geografía alemanas, la constante transposición de tiempos y personajes hace su lectura trabajosa revelando con ello que se ha cedido a la tentación de estar técnicamente al corriente, de ser actual, sin que importe si eso agrega o no valor a la obra. Tentación que se le presenta a todo artista. Y con frecuencia al arquitecto, dicho sea de paso.
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Pero me ha sido muy útil percibir a través de los personajes de la novela el conjunto de limitaciones y prescripciones que eran moneda corriente en tiempos de la RDA. Porque se hacen muy claras las analogías con nuestro Régimen y me descubren hasta qué punto efectivamente, dejando fuera todo eufemismo, lo definen como dictatorial y de claras aspiraciones totalitarias. Algo que los encumbrados negaban y ahora, a medida que se va desmoronando, ya reconocen abiertamente cuando hablan sin rubor pero entre líneas de su aspiración de convertir a Venezuela en una versión actualizada de la Cuba comunista …mientras los líderes de los países latinoamericanos ven hacia otro lado, negados a reconocer (no quieren ser atacados desde las «izquierdas» siempre incómodas) que comunismo es opresión y limitación de derechos esenciales. Escenario que si ha sido imposible en ningún otro país de Latinoamérica porque la economía hubiera terminado desmontándolo, aquí también comienza a deshacerse…pero después de 1 millón de millones de dólares petroleros que le permitieron camuflar su perversidad durante 16 años.
Que esas realidades sean desconocidas por los líderes latinoamericanos nos indigna a los venezolanos, aplastados como estamos aún en las redes de un poder casi absoluto que manipula además los mecanismos electorales. La inercia diplomática que se fundó sobre los dólares petroleros y la máscara «revolucionaria», sigue activa, lo cual explica la actitud de la Presidenta Bachelet, que se abstiene de mostrar el más mínimo gesto de solidaridad hacia el enorme contingente (más de la mitad del país según todos los sondeos y pese a la manipulación electoral) de la población venezolana que busca el regreso a la democracia.
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Un pequeño comentario sobre mi relación con Alemania. Lejana en cuanto a mis contactos personales, pero hasta cierto punto cercana en la sangre porque mis bisabuelos maternos nacieron todos en Alemania. Lo cual explica mi aspecto físico y mis deseos relativamente recientes de aprender alemán, contrariados por aquello de «…loro viejo…»; porque pese a recibir clases durante un corto tiempo no soy capaz siquiera de acercarme al idioma con un mínimo de propiedad. Una relación de sangre que explicaba que en la casa de mi abuela Elizabeth, en Valencia, hubiese muchas cosas que recordaban a Alemania, Discos por ejemplo, de esos que se quebraban al caerse, de 78 rpm, con arias de ópera, oberturas y hasta sinfonías completas. Y una Enciclopedia de la Ópera en español, de cuyas páginas pudo haber salido la semilla de la pasión por Wagner de mi hermano Jesús. Un piano que mamá tocaba con dificultad pero que la tía Alesia dominaba mejor hasta ejecutar algunas piezas de las cuales recuerdo una, precisamente del repertorio popular alemán, que disfrutábamos de muy niños porque en un momento dado se usaba una de las teclas para imitar el pitido de un tren. Y muchas otras cosas sumadas desde luego a la presencia de tías-abuelas y sus primos, todos alemanes puros pero nacidos en Venezuela. Hasta algún nazi llegó a haber, casado con una prima de mi madre, cuya condición permaneció oculta hasta que una tarde cualquiera siendo yo adolescente, mamá mencionó el tema. Y lo vi corroborado en la novela de David Alizo «Nunca más Lili Marlen» que leí hace poco.
Pero no hace mucho, mi empeño en dedicarme al estudio del Concurso de Arquitectura de 1958 que menciono en la nota de hoy, me llevó a estudiar el centro de Berlín. Y nació con ello una especie de cariño curioso por esa ciudad, en la que desde luego he estado poco tiempo, cariño que tal vez sea la razón por la cual el tema del Muro y todo lo que lo rodea me lo haya tomado de modo tan personal. Ya hablaré en alguna entrada, de este asunto, experiencia que culminó en un trabajo publicado en Barcelona por Pep Quetglas en la revista Massilia pero que no pude publicar aquí porque no sé tocar las teclas que hay que tocar. O las toqué mal.
DIE MAUER UND DIE LINKE
Oscar Tenreiro
(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 15 de Noviembre de 2014)
El pasado 9 de Noviembre se cumplieron 25 años de la caída del Muro de Berlín y en todas partes del mundo se recordó la fecha, se habló de antecedentes y consecuencias y sobretodo se insistió una y otra vez en el absurdo humano y político que fue la existencia de este ominoso Muro. Llamado por el Régimen comunista alemán, practicando esas huidas hacia adelante que nuestro Régimen imita tenazmente, Muro de la Protección Anti-Fascistapara disfrazar a lo que fue por casi treinta años un Muro de la Vergüenza.
Y nos llama la atención que el Muro y su historia, la alegría producida por su caída, lo veamos, lo sintamos como un asunto nuestro. Hasta las narraciones referidas a testimonios humanos de todo tipo que con frecuencia incluyen lágrimas derramadas un 9 de Noviembre hace 25 años, nos conmueven personalmente. Países tan distintos, culturas tan diferentes, frente a esa especie de adversidad casi insuperable que es la mentira como política de Estado, de repente se hermanan, lo cual en mi caso despierta resonancias de sangre del lado de mi madre y tocan, curiosa casualidad, mis lecturas de este momento.
La novela Es cuento largo de Günter Grass, escrita algo después de la caída del Muro, hurga en el pasado prusiano a propósito del novelista Theodor Fontane (1819-1898) mientras mantiene la narración en el presente justamente en los meses inmediatos a la caída del Muro y la posterior reunificación. Se asoma uno con ella a esa ciudad que hace poco conocimos mejor mientras redactábamos un trabajo sobre un Concurso de Arquitectura promovido en 1958 por su Alcalde Willy Brandt (1913-1992).
II
Luego de un par de visitas en tiempos de subsidio a los viajes y mucho revisar planos, conocí lugares y nombres, y hasta pude darme una vuelta por el sitio donde, junto al pesado y triste Dom, la Gran Catedral luterana adyacente a la Isla de los Museos, en pleno centro de Berlín junto al río Spree, mi madre, soltera aún, y mi abuela, se tomaron juntas una foto en 1931. Ciudad que hoy va camino, de nuevo, a ser centro de importancia mundial, sin perder su carácter de símbolo de la resistencia frente a las dos utopías reaccionariasque ha sufrido Alemania.
Reflexionando sobre las utopía nazista y la comunista, a través de la novela de Grass, descubre uno paralelismos entre lo que allá fue y aquí ha querido ser, que revelan la verdadera naturaleza de nuestro propio drama. Puede decirse por ejemplo que Venezuela es el único país latinoamericano que le ha permitido a dictaduras de signo opuesto, dirigir el Estado, con un grado de Poder que podría considerarse absoluto. Ni las de derechas ni la actual tienen el grado de coherencia propio de los escenarios europeos, pero dentro de su insuficiencia aceptan una comparación. Que despierta en nosotros una fibra sensible cuando se evocan los acontecimientos carentes de toda violencia y por ello mismo de validez duradera que llevaron a la caída del Muro.
Nos descubre por ejemplo la necesidad de que el Muro de aquí caiga a raíz de un gran acuerdo nacional, masivo y con fuerza de evidencia convincente e irrefutable. Capaz de hacer que despierten aquellos que obstinadamente se empeñan en sostener la maraña de complicidades del Régimen venezolano a partir de lo que, precisamente el filósofo alemán Peter Sloterdijk (lo mencioné hace un tiempo) reprochaba a cierta izquierda política: el haberse convertido en una especie de Banco que sirve para que quienes se piensan progresistasdepositen en él sus frustraciones y obtengan como intereses posturas políticas que tranquilizan la mala conciencia, sin compromiso real con los hechos.
III
Es el problema de quienes buscan, al ubicarse a sí mismos en esa supuesta izquierda, una fórmula segura para ocultar omisiones e inconsecuencias. Como cuando la Presidenta Bachelet balbuceando digresiones sin pertinencia alguna evitó hace poco pronunciarse ante las preguntas directas de un periodista sobre lo que aquí viene ocurriendo, como que si no conociera el alcance de los inocultables atropellos que hemos sufrido los venezolanos a manos del Poder.
Cara del mismo mal que llevó a buena parte del grupo de doce diputados del grupo político Die Linke que, como su nombre lo indica es La izquierda en el Parlamento Alemán, a ausentarse de la sesión que conmemoraría la caída del Muro, debido a que en lugar de un orador de orden sobre el cual no hubo consenso, se llamó a actuar ese día al cantautor Wolf Biermann, de origen judío (su padre víctima de Auschwitz) quien desde el Este había huido de la represión para instalarse en el Oeste como poeta y cantante y convertirse en durísimo crítico de la dictadura democrática. Una de sus canciones, dedicada a un amigo preso en las cárceles comunistas titulada Ermurtigung: Dando Ánimo se hizo muy popular en tiempos anteriores a la caída y pude leer su letra en el blog de Fernando Mires, quien escribe también en este diario. Así reza la primera estrofa, anunciadora de lo que ocurriría: Que no te endurezcan / En estos duros tiempos… / Los más duros se rompen / los más filudos pinchan / Pero se rompen igual…
Oírla era demasiado para esa izquierda que vuelve sobre los mismos pasos de un pasado sombrío que nadie reivindica en Alemania. Pero allí estaban durante la sesión, incómodos, unos cuantos de sus diputados; y a ellos se dirigió Biermann, tranquilamente: ustedes no son la izquierda, son reaccionarios. Y agregó lo que podremos decirle nosotros a los que aquí, al igual que ellos, cubiertos con ese adjetivo salvador como escudo, siguen sosteniendo lo que nos aplasta a todos los demás, robándonos el futuro, sofocando esperanzas:
«Los que están aquí sentados son los miserables restos de lo que con suerte superamos».
Algo parecido diremos aquí también.
Siguen fotos tomadas en 2005, la de mi madre y mi abuela en 1932, y la portada del trabajo que menciono.