Se habla de amor platónico cuando la relación entre dos seres está basada en la idea que nos hacemos del otro más allá de sus pequeñeces humanas, un amor idealizado. En el texto de hoy me refiero a esa forma de amor a propósito de Miguel Ángel y Vittoria Colonna, relación que inspira mucho, reconociendo a la vez que se nos presenta tanto más atractiva, cuanto más lejos en tiempo está de nosotros.
Es una manera de ver la relación con la mujer, con lo femenino, que está en desuso en estos tiempos de trivialización en los que la relación hombre-mujer está planteada sobre todo en términos de transacción sexual. Pero no por ello es menos real y tal vez, como oí que decía un intelectual francés sobre el amor en la poesía, es disparado por el amor no correspondido. Cuando la mujer se nos aleja, en efecto, hacemos de ella una construcción ideal y depositamos en su figura muchas cosas que en realidad son nuestras, o más bien, que pertenecen a nuestro Eros personal. Porque cuando el amor se realiza pareciera que todo desciende a niveles terrenales. Se esfuma nuestra Beatriz y se convierte en Eva.
Jung trató extensamente este tema pero nuestro escaso conocimiento de su obra nos impide extendernos. Me remito sin embargo a la carta que Mahler le escribe a Alma Schindler quien sería su esposa hasta su muerte:
“Lo que ejerce sobre nosotros esta fuerza de atracción mística, es que toda criatura, tal vez las piedras mismas, saben con toda certidumbre ser el centro de su ser, es lo que Goethe – usando todavía para ello una imagen – llama el Eterno Femenino; es decir, el reposo, el término por oposición al deseo, al esfuerzo, a la lucha con vistas a la consumación (el Eterno Masculino); lo ves con claridad cuando lo llamas la fuerza del amor. Goethe lo expresa con una claridad y una convicción crecientes yendo directamente a la Madre Gloriosa, la personificación del Eterno Femenino.”
Y canta así el Chorus Misticus en el impresionante final de la Octava Sinfonía del compositor, una de las expresiones musicales más sobrecogedoras de la historia de la música:
“Todas las cosas transitorias / no son sino parábolas / Todo lo insuficiente / se encuentra aquí colmado / Lo indescriptible / se realiza / El Eterno Femenino / Nos lleva a lo más alto.
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Cedo a la tentación en el texto de hoy, de establecer una relación entre el impulso de innovación en el arte de Miguel Ángel y su personalidad inquieta, anti-convencional, independiente, sorprendente, tal como consta en la documentación existente, unida a sus inquietudes de orden religioso-espirituales. En otras palabras, trato de ver una correspondencia entre el orden ético-moral y el artístico la cual, como bien se ha discutido en el campo de la filosofía, no es en absoluto clara o lineal, y podría calificarse de inexistente. Muchos años atrás, leí un libro de Jacques Maritain “La responsabilidad del artista” que fijaba esa no correspondencia con claridad estableciendo que se trata de dos planos diferentes entre los cuales si bien existe comunicación en el sentido de que se recortan ambos en la conciencia, influyen en el proceder de modo independiente.
Pero lo hago precisamente porque resulta tentador en el caso de un ser de personalidad tan compleja como Miguel Ángel tal vez porque en su tiempo la pintura se veía como narración y particularmente como narración de hechos del mundo religioso, el cristiano, y el de la sociedad en que ese mundo se hacía presente. Así, su “forma de narrar” la “manera de representar” estarán sin duda influidas por la perspectiva personal que tomaba desde el campo de sus convicciones morales, de su ética religiosa. ¿Hasta qué punto por ejemplo su visión reformadora de la Iglesia no tuvo que ver con las decisiones que tomó como pintor? Incluso Gayford insiste en la tesis de que su gusto por representar a figuras esenciales de la imaginería cristiana como desnudos atléticos tenía que ver con la idea de que el cuerpo había sido creado “a imagen y semejanza de Dios”, por lo cual debía ser expuesto sin atenuante alguno.
Y por allí podríamos continuar discurriendo. Pero es un tema complejo. Y resbaloso.
SEÑORA HERMOSA
Oscar Tenreiro
(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 28 de marzo de 2015)
Recién termino el libro sobre Miguel Ángel de Martin Gayford que comenté ya la semana anterior y descubro algo nuevo (para mí) en sus años de hombre mayor: la intensa relación que tuvo con Vittoria Colonna, Marquesa de Pescara, intelectual, escritora, poeta, 15 años más joven, a quien conoció en 1536, cuando él contaba 61 años.
Aparte de las cosas que pueden decirse de esta relación de amor platónico y mutua admiración, la que más me atrae y estimula el pensar es que la dama (de cuya hermosura da fe el retrato del amigo de Miguel Ángel, Sebastiano del Piombo) fuese parte activa de un grupo renovador de la Iglesia Católica conocido con el nombre de Los Espirituales.
Son los tiempos de la Contrarreforma, y el grupo tuvo relación con personalidades claves de ese proceso como el predicador Bernardino Ochino, después convertido al protestantismo, o Ignacio de Loyola (quien en algún testimonio personal hace referencia a Miguel Ángel), pero con puntos de vista que buscaban una renovación más profunda. Esto les ganó sospechas de heterodoxia que desencadenaron en un proceso póstumo abierto a ella (y a otros) por la Inquisición Romana. Entre los más activos del grupo, en cierto modo mentor de Vittoria, estaba el Cardenal inglés, Reginald Pole, personaje extraordinario e irrepetible según Gayford, hijo de Margaret Pole, Condesa de Salisbury decapitada por Enrique VIII y beatificada tres siglos después en 1888 por el Papa Leon XIII. Era ferviente partidario de la unidad de la iglesia, candidato a Papa, llegando a perder una votación por sólo un voto. Posteriormente actuó como consejero de la Reina María I de Inglaterra (1516-1558), siendo además el último católico Arzobispo de Canterbury.
II
Según el biógrafo, Miguel Ángel estaba pues entre los intelectuales romanos que operaban al borde del peligroso terreno de la innovación religiosa. Allí era donde ya se encontraba Vittoria… lo cual permite suponer que uno de los aspectos que los hizo cercanos fue coincidir en la necesidad de un rescate del mensaje evangélico en medio del oscurecimiento moral de la Iglesia Católica de ese tiempo. Decadencia que hizo surgir una vez más dentro de la institución una búsqueda de renovación que, pese a sus debilidades, ha sido constante en su historia.
Cuando se inicia la reforma luterana habían pasado tres siglos desde la impulsada por Francisco de Asís, cuyo cronista pictórico fue el gran Giotto, más de un siglo después de la muerte del santo. Y atrae pensar que el conocimiento que por su cercanía tuvo de las contradicciones vividas por los altos dignatarios eclesiásticos espolease la conciencia crítica de Miguel Ángel hasta llevarlo a ser parte de la intelligentsia que acompañaba a la Contrarreforma. Fuera de toda militancia por supuesto, pero seguramente con persistencia hasta el final de su vida.
Su relación con Vittoria comienza cuando se encontraba pintando el Juicio Final (25 años después de haber pintado el techo de la Capilla Sixtina) y dura hasta la muerte de ella en 1547, cuando Miguel Ángel tenía 72 años, ausencia que lo sumió en la desesperación hasta escribirle a su amigo el sacerdote Giovan Francesco Fatucci: te aseguro que solo las distracciones le impiden a uno estar fuera de sí de dolor.
Le había dicho de ella al mismo Fatucci en uno de sus numerosos poemas que…más bien un Dios habla por su boca… revelando que la veía como una amistad inspiradora, idealizada, la de la búsqueda del eterno femenino, cantado por el Dante.
III
Este conjunto de vínculos, este compartir la pasión por el arte, junto a lo que pudiéramos llamar el panorama ético-moral que le sirve de escenario, abre una puerta que permite conjeturar hasta qué punto los impulsos de renovación del arte que protagonizó Miguel Ángel no eran parte de una visión del mundo mucho más amplia que era la fuente esencial de sus impulsos casi sobrehumanos de artista excepcional.
Se recorta en su persona un ansia de totalidad que tal vez fue lo que le hacía mantenerse separado de las convenciones sociales de su tiempo, creándose un espacio en cierto modo autónomo ante el cual los poderes temporales, encarnados por Papas (a lo largo de su longeva vida tuvo contactos personales con trece Pontífices) o autoridades de distinto orden, en cierto modo se rendían hasta aceptarlo como particularidad.
Por eso se ha dicho que el logro más grande de Miguel Angel fue tal vez la reinvención de la figura del artista, porque lo hizo hasta cierto punto independiente, lo hizo con su actitud vital el necesario correlato de un arte del más alto nivel confiriéndole una dignidad de las más altas. Y como eslabón decisivo de esa cadena que va desde el arte a la vida y como destino último la trascendencia en el misterio del más allá de la muerte, está Vittoria, a quien se dirige como escritor que también fue, estableciendo una inesperada y hermosamente poética relación entre persona amada y arte: No tiene el gran artista ni un concepto que un mármol sólo en sí no circunscriba / el mal que huyo y el bien que me prometo / en ti señora hermosa, divina, altiva/ igual se esconde.
Un mes antes de la muerte de Vittoria en Enero de 1547, Miguel Ángel, a los 72 años de edad, había sido nombrado por el Papa Pablo III, arquitecto responsable de la Basílica de San Pedro. A esa edad, avanzadísima para su tiempo, abriría caminos para nuestra disciplina en la iglesia más grande de la cristiandad.
Pero eso no impidió que escribiera en una carta: Soy un viejo y la muerte me ha robado los sueños de la juventud: que aquellos que no sepan lo que es la ancianidad la soporten con la paciencia que puedan cuando lleguen a ella… Estaba en un ánimo triste cuando lo dijo, como nos ocurre a todos. Tal vez creía cerca su fin. Y le llegó más tarde, a los 89 años.