ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

Uno tiene la impresión, en esta Venezuela-víctima, de que en cierto modo el tiempo se ha detenido. Porque mientras esperamos que se confirme el comienzo del fin de nuestra pesadilla política (las elecciones se acercan, inexorables) el ánimo es parecido al de quien espera y haciéndolo busca sin conseguirlo otras cosas en las cuales ocupar la atención. Y las horas se hacen demasiado largas.

Habrá muchos que simplemente han seguido las rutinas de la vida de siempre, pero si me remito sólo a quienes conozco y frecuento o a los que me encuentro en el curso de la vida normal, veo en ellos también esa actitud de espera ansiosa de una fecha que se nos presenta como el primer escalón para liberarnos de la pesadísima carga de haber visto como se destruye el país en el que vivimos con la excusa de salvarlo de sí mismo. Destrucción adornada con ideología y usando como instrumentos la demagogia, el cinismo, la mentira y por sobre todo la carencia total de escrúpulos morales.

Desde el punto de vista de la experiencia personal y dejando aparte la tristeza de haber visto alejarse buena parte de nuestros mejores sueños, hemos vivido años excepcionales porque se trata de un período que casi pudiera llamarse de expiación. Da la impresión de que lo que ha venido ocurriendo es consecuencia de pecados anteriores, de irresponsabilidades, de errores nunca reconocidos; y que luego de este período difícil vendrán años de mayor lucidez y sobre todo de más transparencia, porque si hay algo que pareciera intrínseco a nuestra manera de vivir lo público ha sido la simulación y el ocultamiento.

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En efecto, la transparencia es vista hoy en día como un requisito esencial para la gestión pública, pero resulta muy significativo que se aplique casi exclusivamente al ámbito de lo político y administrativo, tal como si no fuese necesaria o conveniente en otros aspectos de la actividad humana. El mundo de las finanzas, por ejemplo, está muy lejos de ser transparente a pesar de que no es posible negar que en los últimos tiempos ha habido algunos avances en esa dirección. Pero estamos todavía muy lejos de que el movimiento internacional del dinero se realice con siquiera un mínimo de transparencia.

Y si hablamos de otros ámbitos como el de las artes del espectáculo, allí no hay ninguna consideración especial acerca de la necesidad de transparencia: el objetivo esencial de la gran industria es el beneficio económico por encima de cualquier otra exigencia. Lo cual no impide que la intención de acercarse a lo más verdadero esté en sus mejores productos.

Y lo que se celebra en el mundillo del Arte en general, entre críticos, galeristas y curadores, tiene como uno de sus principales ingredientes, sobre todo en los centros de difusión más importantes, los que presiden la escena mediática, una búsqueda del asombro que nada tiene que ver con lo transparente o lo veraz, haciendo también aquí la salvedad de que hay excepciones.

Y en nuestro espacio, la arquitectura, sabemos que las distintas tendencias que algunos pensaron que nos relevaban del deseo de ir al origen (búsqueda de transparencia en fin de cuentas) del Movimiento Moderno, no fueron sino estrategias de simulación y ocultamiento. La apertura hacia lo esencial se quiso sustituir por la glorificación de una inspiración que daba valor renovado a las búsquedas estilísticas. Y esos polvos trajeron los lodos de la arquitectura del espectáculo, asunto que se olvida con demasiada frecuencia.

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Termina por revelársenos una curiosa dualidad: se exige transparencia y veracidad en ciertos aspectos de la actividad humana y en otros se considera innecesario y hasta cierto punto inconveniente. O por lo menos un requisito ajeno a las vertientes más importantes de esa actividad, lo cual sin duda alguna es sumamente debatible, porque de lo que estamos hablando es de una Ética cuyo valor podemos considerar universal.

En esa perspectiva ética podemos decir que el deseo de transparencia y el rechazo a la simulación, si bien es verdad que no son moneda corriente, se presentan sin embargo como un desiderátum que vale la pena perseguir. Y que tener esos valores como objetivo en el actuar, sea cual sea la esfera o el nivel del que se trate, no caracteriza a quien lo hace como cultor de un objetivo superado por los tiempos que corren sino más bien, y eso es muy interesante en medio de la confusión actual, como promotor de un valor propio de los estadios más evolucionados de la sociedad futura.

Sin olvidar que en todo lo que hacemos hay una cierta dosis de ocultamiento que protege nuestra intimidad; y que además, tal como dice Jung y otras veces he comentado aquí, todos experimentamos una cierta disociación de la personalidad según lo que nos exige el medio y la actividad que en él desarrollamos (la persona) y puede funcionar como una máscara que oculta nuestra verdad personal, podríamos decir que si aceptamos como objetivo de nuestra actuación la búsqueda de la transparencia y la distancia a la simulación, estamos cultivando un valor superior.

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Al escribir estas cosas me adentro en temas filosóficos cuya amplitud y profundidad me rebasan, pero percibo su solidez de modo intuitivo y los comento aquí porque ayudan a situarse mejor frente a la enorme variedad actual de estímulos externos, muchos de ellos descaminados y desorientadores. Lo que me parece más interesante es que nos descubren la relación subyacente en las distintas esferas de la actividad humana, que existe sin que nos demos conciencia clara de ello. Más allá de las apariencias hay una corriente común en lo que buscan las sociedades modernas que es útil hacer notar.

En lo que se refiere al medio en el que me desenvuelvo, Venezuela, una sociedad del Tercer Mundo, atrasada y agobiada por múltiples carencias, resulta asombroso constatar hasta qué punto las agresivas realidades diarias, los hechos impulsados por nuestra gigantesca crisis, nos han recortado la mirada.

Da la impresión de que no somos capaces de ver más allá de lo inmediato. Y es difícil entonces darse cuenta de que los límites del proceder ético en la esfera pública que se han violentado aquí son los mismos que se violentan por todas partes en el mundo actual. Lo que viene ocurriendo en Venezuela ha sido posible en su absurda dimensión porque universalmente se ha dejado en segundo plano la noción de lo que está permitido, como acostumbraban a decir desde una perspectiva ética los pensadores de tiempos anteriores. Asistimos hoy en el mundo a una quiebra violenta de la racionalidad, quiebra que se expresa no sólo en los cruentos y crueles episodios bélicos de los cuales tenemos noticia diaria, sino en el desparpajo y la agresividad con que se busca la notoriedad y se desea complacer a todos los impulsos por más contrarios a la transparencia que puedan ser. Los ejemplos abundan, dejo a cada quien buscarlos.

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Y no cabe duda que una de las armas que se utilizan para ir contra la necesidad de transparencia es la ideología. Al respecto me viene a la memoria un texto de Fernando Pessoa, El banquero anarquista, que es un ejercicio de razonamiento extraordinario mediante el cual un banquero demuestra, con palabras usadas con la habilidad y la inteligencia del Pessoa prodigioso, que su oficio no es otra cosa que una acción dirigida a la destrucción de la sociedad en búsqueda de su purificación. Es en realidad una especie de rosario de palabras utilizado con lógica irrefutable que lleva de idea en idea a demostrar lo que una mirada simple consideraría absurdo. Lo irracional se vuelve racional en brazos de las palabras. ¿Cuánto de eso no hay en el mundo de hoy, ya no en una sola dirección sino en todas, hacia donde uno mire?

Y si se pudiera decir que en esto que he venido escribiendo hay ideología, ideología de raíz cristiana por ejemplo, lo aceptaría sin dejar de decir que tal como decía nuestro filósofo preferido, todos podemos ser poseídos, querámoslo o no, por el embrujo del lenguaje.