Oscar Tenreiro
Lo que sigue no es una Digresión, el título es preciso así como lo son sus consecuencias.
Yo, Oscar Tenreiro, de domicilio conocido, expresándome públicamente a través de este Blog, estoy haciendo, consciente de lo que significa, un llamado a la subversión del pueblo venezolano ante la Dictadura que nos oprime.
Ya perdí la paciencia, como la han perdido millones de venezolanos, la de esperar que los delincuentes que dirigen el gobierno se den cuenta de que la inmensa mayoría del pueblo quiere que salgan del poder y que den cuenta de sus actos. Y digo, como parte de este alegato, con toda claridad, que efectivamente nos están dirigiendo, han confiscado el Poder de un país orgulloso de un pasado con nombres luminosos que ilustran el alcance de la lucha por construir una sociedad afirmada en los más altos valores; nos están dirigiendo repito, lo he dicho muchas veces, una camarilla de delincuentes. Y lo digo hoy abiertamente, directamente, porque no tengo nada que perder, cuento sólo con mi persona y con mi gente querida: Venezuela está dirigida por unos criminales. Diosdado Cabello, el capitán multimillonario, es un ladrón, existen todas las pruebas que lo demuestran; Tareck El Aissami es un narcotraficante porque la denuncia que desde el exterior se hace está basada en evidencias que él no ha refutado; se ha enriquecido y opera con testaferros. Aristóbulo Istúriz se enriqueció, directa o indirectamente y ahora es vocero de la ignominia. Y así muchos más, muchísimos hasta el punto de que la Dictadura se ha convertido en un caso único en la historia del robo de los dineros públicos; no los nombro porque sería demasiado largo y muchos de ellos operan en la sombra. Y en el tope de la pirámide está quien en definitiva funciona como su tabla de salvación, ese torpe personaje que se cree la reencarnación del ya fallecido irresponsable, comandante eterno de la maldad, ejemplo en el manejo de la mentira y el cinismo para un sucesor que lo imita de un modo que hierve la sangre; sí, a ese le costará muchísimo demostrar cuando ya no tenga la protección de sus bombas lacrimógenas y sus tanquetas blindadas, que no metió las manos en el tesoro público, que no tuvo privilegios indebidos, que no protegió con su influencia a conocidos e identificados criminales que hoy esperan sentencia.
Y es por su condición de criminales, lo hemos dicho muchas veces, lo sabe toda Venezuela y ya es tiempo de que se sepa con claridad en el mundo entero, que esos personajes nunca dejarán el Poder si no se ven obligados a ello.
Y sólo los obligará la subversión, llegó el momento de decirlo. Ya basta de eufemismos y temor a decir las cosas. Subversión como resistencia, subversión como negativa a volver a la normalidad, es la única opción que tenemos para que se cumpla el deseo mayoritario, democrático y pacífico, de darle al poder público la indispensable decencia y dignidad mediante unas elecciones limpias que permitan la expresión real y sin interferencias de nuestro pueblo. Con reconocimiento pleno a nuestra legítima Asamblea Nacional. Sin presos políticos. Subversión expresada en la negativa a ser pasivos. En sostener nuestro derecho a ocupar los espacios de la ciudad hasta que los delincuentes tomen las decisiones que abran el camino eleccionario.
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Y a los jóvenes especialmente tiene que dirigirse este llamado. Para recordarles que la normalidad sería para ellos la continuación del estancamiento pavoroso de un país que en las condiciones actuales no les ofrece nada para su futuro. Ustedes son los primeros que tienen que luchar porque no vuelva la normalidad. Que se mantenga la dificultad, que no cese un entorpecimiento dirigido también a despertar las conciencias de los eternos miedosos, de los pusilánimes de siempre, de los que nunca darán un paso arriesgado a menos que no tengan más remedio. ¡Y de eso se trata, de que no tengan más remedio que decir también como decimos todos que ya basta! A esos jóvenes les recuerdo lo que siempre le he dicho a mis hijos: que ser joven no puede ser una excusa sino un acicate para actuar. Los hijos propios pueden o no hacer caso de estos llamados que hago; los de los otros también pudiera ser que los ignoren, pero todo padre sabe que su deber es hacer llamados y esperar consecuencias, y así como insisto siempre con ellos lo hago ahora con los jóvenes posibles lectores de estas líneas cumpliendo en cierto modo un deber análogo, no de padre sino de ciudadano de edad mayor de este país que sufre. Los increpo y les pido que quiten la mirada de la computadora y las redes, que se alejen de la comodidad del aislamiento y se comprometan lanzándose a su ciudad, al espacio público, a compartir con otros directamente. Viéndoles la cara, compartiendo entusiasmo, una de las mayores gratificaciones de participar en las marchas que los venezolanos venimos haciendo durante todos estos años aciagos de opresión demagógica y falaz. Verles la cara a los que comparten tus angustias en una protesta visible, real, que se puede tocar con la mano, porque para eso, para tocarnos con la mano es que estamos en el mundo: para ser verdaderos, no fantasmas de la electrónica. Y les recuerdo, porque conviene tenerlo presente ya que a veces lo olvidamos, que quienes construyeron la sociedad en la que hemos vivido eran también muy jóvenes, acaso demasiado jóvenes cuando tuvieron que lanzarse a la calle, no sólo a compartir sino a impulsar la anormalidad. Que no pierdan de vista que el 19 de Abril de 1810 Simón Bolívar apenas tenía veintiséis años. Poca edad y sin embargo mucha para pronunciar aquella famosa frase dirigida a los demasiado pacientes: ¿Es que trescientos años de calma no bastan? Poca edad como la de una figura que no es de nuestra cultura ni nuestra geografía pero que resulta un ejemplo extraordinario de responsabilidad adolescente. Hablo de Juana de Arco nacida en una época en la cual las mujeres solo se consideraban aptas para servir, y sin embargo, con sólo diecisiete años dirigió los ejércitos de Francia. No le importó ser niña para sentirse responsable. Y la movió además, eso también es lo que me lleva a nombrarla, un ideal, un principio superior, un amor mayor a todos los amores, amor que anida en lo profundo de toda alma juvenil buscando manifestarse.
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Y finalmente quiero llamar a quienes dirigen mi Universidad, la Central de Venezuela donde fui profesor durante treinta y cinco años. Para reiterarles lo que ellos ya saben. Sí Señora Rectora, ya no es posible mantener abierta una Universidad que ha sido sometida a las más escandalosas humillaciones. La Universidad Central de Venezuela tiene que declararse en rebeldía, en apoyo a la resistencia, en voz principal de defensa de la absoluta necesidad de no regresar a normalidad alguna en las condiciones dictatoriales que hoy rigen en nuestro país. También les hablo a mis colegas profesores de la Facultad de Arquitectura. Pretender formar arquitectos en las condiciones venezolanas es una insensatez. En las Facultades de Arquitectura, tradicionalmente, siempre ha habido una conciencia especial de la importancia de reconocer el contexto donde se actúa para poder abrirle paso a una arquitectura con raíces. Y es indiscutible que en el contexto actual venezolano nunca será posible el surgimiento de una arquitectura capaz de convertirse en patrimonio de una cultura. Ese contexto tiene que cambiar porque además de todo lo que he dicho, ha creado las condiciones para convertir en cotidiano el crimen que nos acorrala a todos, sin dejar de nombrar los últimos asesinatos de estos días de protesta, terribles pérdidas que muestran hacia donde quiere llevar las cosas el actual poder político.
Siendo fiel a su historia, siendo fiel a la disciplina que es su razón de ser, disciplina basada en el juego tolerante entre los ciudadanos, obstaculizado hoy por la manipulación dictatorial, la Facultad de Arquitectura tiene el deber de convertirse en vanguardia de la resistencia. En guardián contra la vuelta a una normalidad que no será otra cosa que la aceptación de la hegemonía de la mentira, del cinismo y la corrupción.