Oscar Tenreiro
A una persona que me dejó muchas cosas buenas con su ejemplo y sus mejores inclinaciones, hoy fallecida en las brumas de mi olvido, debo el haber descubierto a César Vallejo. También le debo haberme acercado a otro poeta que ha sido mi acompañante, Fernando Pessoa. Y siendo como soy una persona que no lee poesía, resulta bastante especial que esos dos poetas se hayan convertido en algo así como mis santos personales que se suman a otros que a veces nombro. Me conecto también con otros poetas a cuya obra me asomo pero no me llegan tan profundo como estos dos. Y hoy quiero hablar un poco de Vallejo porque me lo puso enfrente algún recuerdo o lectura que conectando aquí y allá me hizo regresar a un puñado de sus poemas.
Diré para empezar que nada me interesa su papel tardío de activista político, porque lo encuentro empapado de los equívocos que regó en las conciencias el comunismo que aún no había sido confrontado con su fracaso, sino el Vallejo que duda, que sufre, que está lejos de su patria injustamente (¡cuantos de los míos, cercanos y lejanos, están fuera también!), que no tiene dinero para sobrevivir junto a los castaños de París. El de la nostalgia, el que se pregunta tantas cosas y las trasmite desde las décadas a través de poemas que nos hacen darle un sentido especial a las palabras, al ritmo, a esa especie de campanada que son sus versos, que nos hablan de tantas cosas a la vez, encontradas, que tropiezan como en permanente contrapunto. Del amor por ejemplo pero a la vez del odio, de la solidaridad y de la indiferencia, de la nostalgia y del recuerdo emocionado, de toda la complejidad del ser humano; llegando hasta profundidades que las tesis filosóficas no alcanzan.
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Y cuando veo su foto, pensativo o dubitativo, fuertes sus facciones mestizas, su pelo engominado, me alegro mucho de no haberlo conocido porque eso me permite guardar la distancia que debemos a nuestros santos (una vez conocí a Neruda y no pude con su voz cascada y su arrogancia). Porque es verdad que esa foto congelada y mil veces reproducida me han permitido imaginarme frases, expresiones, censuras y aprobaciones con libertad que agradezco, sumergido en el sentido que le asigno a sus poemas. Porque eso tiene de singular el mundo poético: cada quien le otorga la dirección de su propia alma.
Esos poemas que nos tocan, que apuntan hacia las zonas más sensibles de nuestra intimidad tienen la virtud de echar a volar nuestro entendimiento por zonas un poco desconocidas de nosotros mismos, y lo desconocido siempre atrae, siempre renueva, aunque sea un poquito. Y como a veces en estas edades a uno le da por comunicarles cosas a los más jóvenes, resolví seleccionar unos cuantos para leérselos desde tan lejos, ellas en España, a dos de mis nietas y a su madre, mi hija, porque esas nietas parecieran interesarse en lo que de cuando en cuando me afano en trasmitirles. O al menos eso creo o su madre me lo hace creer (eso es lo hermoso de tener hembras porque los varones, así decía mi madre, cuando se casan ven hacia el lado de allá).
Y mientras espero el momento de leérselos, he querido dejar aquí la inquietud para que otros más a quienes aún Vallejo no les ha hablado, lo busquen para conversar con él. Porque sabemos que el autor revive, despierta, resurrecta, cuando un libro nos lo pone sobre la mesa.
Y trato mientras tanto de decir torpemente algo de lo que algunos de sus poemas me despiertan.
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Cuando me acuerdo de momentos infantiles, esos que nunca abandonan la memoria y que tal vez en estos años tardíos más se agolpan en los ratos libres, revivo por ejemplo a Edélfida García de quien me enamoré cuando tenía ocho años (porque los niños se enamoran, ya lo dirá una universidad americana y se regará por el mundo). Edélfida, curioso nombre que todavía me suena, era hija de panameños que vivían en la 5 de Julio en Maracay y su hermano, cuyo nombre olvidé, era también compañero de curso. Y ella reaparece cuando leo estos primeros versos(1): Qué estará haciendo a esta hora mi andina y dulce Rita / de junco y capulí…Y sé que no era andina, ya lo dije.
También se asoma la sensación especial que tuve en soledad, frente a una máquina de escribir hace ya mucho tiempo en una oficina anónima de esas de los campus americanos, cuando era profesor invitado en ese país tan yermo de calidez y sentido de lo verdaderamente humano (fuera de modas y usos aceptados) que es los Estados Unidos, enterrado en el midwest más provinciano y ausente de sentido solidario, mucho más que cualquier pueblito desasistido de nuestra geografía, y trataba de hablar por carta con mi mujer teniendo cerca un libro del poeta que había sacado de la Biblioteca (2): Esta tarde llueve, como nunca; y no / tengo ganas de vivir, corazón…
Y ya, no hace tiempo, sino ahora, viejo, siempre con sensación de incomprendido, tratando de buscarle sentido a lo vivido, agarrándome de lo que han sido mis creencias, mis herencias, el mundo que he recibido de los otros y de la vida, pensando como uno piensa siempre en estas partes del tiempo personal sobre aquello a lo que ha entregado el alma (3): Dios mío estoy llorando el ser que vivo; / me pesa haber tomado de tu pan;…
Y como me ha dado por escribir, lo cual agradezco porque no sé donde volcaría las energías que como tantos de los de mi profesión en este contexto retrógrado en el que estamos, será muy difícil que exprese aún en edificios, me encuentro muchas veces ante la realidad de todo aquel que quiere decir algo y se enfrenta a un estado de ánimo, a unas limitaciones, a la amenaza de la aridez (4): Quiero escribir pero me sale espuma, / Quiero decir muchísimo y me atollo;…
Y concluyo transcribiendo íntegro uno de sus poemas, propicio para los días que estamos sufriendo por aquí. Que alude a lo que esperamos ingenuamente. Nos pide pasar por encima de las diferencias y darle valor al vínculo humano, a lo que apunta hacia lo más profundo:
…le hago una seña / viene, / y le doy un abrazo, emocionado. / ¡Qué más da! Emocionado…Emocionado…
(1)Idilio Muerto / (2) Heces / (3)Los dados eternos / (4) Intensidad y Altura
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Considerando en frío, imparcialmente…
César Vallejo
Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse
de días:
que es lóbrego mamífero y se peina…
Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe, suena subordinado;
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su forma famélica de masa…
Comprendiendo sin esfuerzo
que el hombre se queda, a veces, pensando,
como queriendo llorar,
y, sujeto a tenderse como objeto,
se hace buen carpintero, suda, mata
y luego canta, almuerza, se abotona…
Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza…
Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo…
Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente…
Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito…
le hago una seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Qué más da! Emocionado…Emocionado…