Oscar Tenreiro
Las entradas tituladas Todo Llega al Mar, numeradas del 1 al 13, son parte del texto del libro con el mismo título que publiqué en abril de 2019, comenzado a redactar un año antes. Mi intención era que el texto del libro estuviese también en este Blog, idea inadecuada que abandoné. Reproducen, con ciertas diferencias, las páginas del libro desde la 33 a la 67.
El tiempo final de carrera lo pasé separado del trajín político, ocupado en parte con la casa de mi primo y entre esos amigos cercanos con quienes trabajábamos el proyecto de último año, que culminó a principios de Julio de 1960, siendo nuestro acto de graduación el 3 de Agosto de ese año.
Debía trasladarme a Chile donde vivía la que sería mi esposa, así que me enredé en muchas gestiones, organicé asuntos y manipulé aquí y allá para lograr el objetivo de viajar, vivir un tiempo en ese país a base de ahorros de mi trabajo durante un año como profesor de Dibujo Lineal en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas y recibir el monto de una beca de mi universidad. Hice cuanto era posible para obtener la beca aprovechando las puertas que se me habían abierto –en cuanto a conocer los procedimientos– y entre lo que me impuse para mejorar el monto que me correspondía y así poder llevar a cabo mis planes, estaba casarme legalmente en Venezuela para que la beca fuese matrimonial. Y la única forma de lograr esto último era casándome por Poder–sin la presencia de la novia, representada por una amiga, y con autorización de mi padre por no ser yo aún mayor de edad–lo cual hice justo después de terminar la carrera.
Un mes después salía en dirección a Chile, país que veía con explicable afecto. Me esperaban dos años, que para ser justo respecto a lo que significaron para mi formación, debo sumar a mi escolaridad.
Pero antes de seguir debo mencionar dos cosas importantes. Una que resulta imposible saber cómo influiría, o ha influido, en mi esfuerzo por desempeñarme como arquitecto; otra cuyas consecuencias fueron más directas, mas previsibles.
Comencemos por la primera, que es el amor a la naturaleza.
Fue el mar, manifestación primordial de lo natural, lo que fue objeto de mi amor temprano, intensificado fuertemente cuando me asomé al mundo submarino. Me hice desde entonces, cuando apenas tenía catorce años, un apasionado de todo lo que éste ofrecía al disfrute y a la imaginación, un apasionamiento que acompañó todos mis años de estudiante. Y después, ya mucho mayor, se complementó con la navegación y gracias a ella –conocí todas las islas y los miles de kilómetros del litoral– con la admiración hacia el territorio costero de nuestro país, a su cambiante verdor que va desde el verde intenso del extremo oriental que arrancó al Almirante la expresión Tierra de Gracia, hasta las secas planicies de la península de Paraguaná que se interpone antes del Golfo de Venezuela. Y podría decir hoy, con la perspectiva que me ha dado el tiempo, que no concibo la idea de alejarme de este Caribe que he llamado en alguna parte nuestro progenitor. Y pienso que ese sentir, unido a la fijación emocional nacida del afecto con la ciudad donde nací, a su clima, al perfil de la serranía que la separa del mar, a la vegetación de sus colinas del Sur que preceden los valles desde los cuales se abre la tierra interna, forma parte de mi persona, se ha ido grabando en lo que soy a lo largo de una historia que comenzó en los años en los que me inicié en la búsqueda de la arquitectura. Y no soy capaz de saber cómo dirige mi mente, como lleva mi mano, como modela mis deseos para decidir lo que hago. Así que me limito a decir que existe, que es real.
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La influencia de la segunda en la solución de dudas, en lo que nos ayudará a resistir a la tentación[1]es más directa, porque me estoy refiriendo al estudio de la arquitectura que otros han hecho. Estudio que lo hacen posible los libros y también ¿por qué no? las revistas. Y esto último lo digo porque bastantes veces se afirma que los estudiantes de arquitectura no deberían ver tantas revistas (hoy puede hablarse de tanto Internet) porque éstas confunden y estimulan las modas. Opinión análoga a la que Gropius tenía sobre el estudio de la arquitectura histórica. El prejuicio, pues, arranca desde que comenzó la renovación de los estudios de arquitectura, pero no lo comparto porque creo que del examen de esas otras arquitecturas surge una forma importante de conocimiento de nuestra disciplina. Hay desde luego el peligro de las modas, pero hay también muchos otros beneficios que dependen de quien examina la información. Y debo decir que en mis años finales de escolaridad le dediqué mucho espacio a ese examen. Vi mucho –sin extenderme pero con atención– las imágenes de la arquitectura de Le Corbusier y Mies. Y me interesé intensamente en la arquitectura que se hacía en Venezuela porque eran tiempos de mucha actividad para los pocos arquitectos actuantes, hasta el punto de que se ha hablado de esa época como dorada para nuestra arquitectura. Había pues buenas referencias a la mano que uno trataba de asimilar, desarrollándose un deseo de imitación que progresivamente podía ser el camino hacia el conocimiento. Hoy puedo decir que ese fue mi caso. Al principio se manifestó con alguna torpeza, pero a medida que el estudio se hizo más riguroso como ocurrió cuando de regreso a Venezuela en 1962 me dediqué a un examen sistemático de la obra de Le Corbusier utilizando las Oeuvres Complètes, se fue transformando en fundamento para la mejor comprensión de la organización del edificio, para la más consciente identificación de la aproximación moderna a la arquitectura: la imitación abrió paso hacia los orígenes conceptuales –y formales– de esa arquitectura. Una profundización que podía ir germinando como visión personal. Y cuando pude construir, que fue poco después de mi regreso, comenzó a transformarse en desarrollo autónomo.
Escribió Lucio Costa:…Estudié a fondo la obra de los creadores, Gropius, Mies van der Rohe, Le Corbusier –sobre todo éste porque abordaba la cuestión en su triple aspecto: lo social, lo tecnológico y lo artístico, o sea lo plástico en su amplia exhaustividad[2].¿Qué mejor reconocimiento que éste por un arquitecto de los grandes que mucho tiempo después de sus años universitarios continuó formándose en el estudio de otros arquitectos y sus arquitecturas?
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Comenzó el 13 de Agosto de 1960 mi tiempo chileno. Que fue sobre todo un tiempo para hacer realidad proyectos íntimos: mis inquietudes religiosas, fundar una familia –tuve mi primer hijo un año después– conocerme como adulto autónomo. Y para someter a prueba mis destrezas como arquitecto mientras continuaba mi formación.
Ya he escrito más arriba cuan quieto era Chile en ese tiempo, con su crisis económica de larga data y sometido a tensiones políticas análogas a las venezolanas, en muchos aspectos de signo contrario (analogías que me hicieron pensar tiempo después que Venezuela y Chile son como yin y yang, dos realidades opuestas pero complementarias que se integran). Quería emplear mi tiempo en trabajar en temas relacionados con la vivienda social, ese había sido el motivo para solicitar la beca y lo aderecé con habilidad –no tenía definido el lugar preciso donde esa aspiración podría realizarse– ante el organismo de mi universidad que me concedería la beca, indefinición que poco importó entonces a quienes debían otorgármela. Así que me di a la tarea de buscar un lugar donde pudiera encontrar apoyo para ese propósito, el cual desde Caracas y siguiendo las sugerencias de algunos amigos chilenos podía ser la Corporación de la Vivienda (Corvi). Allí me dirigí encontrando buena acogida a mi propuesta: trabajar sin recibir sueldo –la beca me sostenía– pero proveyéndome de un lugar de trabajo e integrándome a la actividad del organismo. Y comencé como parte del personal profesional del Taller Zona Norte en Noviembre de 1960 poco después de mi matrimonio eclesiástico el seis de ese mes.
Fue un aprendizaje múltiple. Tuve por una parte mi primera impresión de la burocracia y su papel aletargador entre quienes se habitúan a ella. Pude también constatar cómo se desarrollan celos entre los profesionales de dentro, respecto a los profesionales de fuera con los errores de juicio y las actitudes defensivas. Y lo peor, el muy bajo interés por la creatividad, ahogada por la rutina establecida que los de dentro aceptan resignados. Tampoco fui objeto de algún intento de diálogo motivado por mi juventud e inexperiencia sobre qué hacer o cómo hacerlo: la misma historia de mis futuras experiencias burocráticas que incluyeron una en Francia de corta duración en esos mismos años iniciales y otra en los Estados Unidos como profesor mucho tiempo después: cada quien en lo suyo y nadie responde por nadie.
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Taller Zona Norte era el Departamento que se encargaba de los diseños para la parte norte del país, de clima y naturaleza diferente de la del Centro y Sur de Chile, territorio larguísimo y particularmente estrecho (4300 km –8000 con la Antártida–por apenas 177 de promedio) que por eso mismo planteaba esa diferenciación. Y desde los primeros días me encargaron diseñar un Colectivo tipo es decir un edificio-tipo de apartamentos, para la ciudad de Tocopilla, hoy con 30.000 habitantes, ubicada a 1500 kilómetros al norte de Santiago y 180 Km. al norte de Antofagasta, la ciudad más importante de la zona norte del país, hoy con un poco más de medio millón de habitantes.
Vino a ser ése mi primer trabajo profesional. Culminé el Anteproyecto a lo largo de un tiempo un poco largo –unos cuatro meses– que podría justificarse por las naturales dudas e inseguridades de un recién graduado que apenas conocía las disponibilidades constructivas del país. Entre ellas, por ejemplo las condiciones básicas para la estructura –muros para rigidez en los dos sentidos – en un país de muy fuerte actividad sísmica como Chile, donde además se había producido uno el 22 de Mayo de ese mismo año 1960 con características casi de cataclismo. Aparte de que debí conocer los materiales disponibles y las muy estrictas normas de áreas mínimas que en ese entonces se utilizaban. Las paredes externas las propuse de bloques de concreto para las cuatro fachadas, característica que hoy me sorprende porque ese fue precisamente el material que utilizo en mi más reciente trabajo –el Hotel de Oripoto– aquí en Caracas 50 años después. Pese a su porosidad que exige precauciones en ambiente húmedo, se conserva muy bien en el tiempo si se protege de la lluvia, lo cual en este caso no era problema porque en el desértico norte de Chile prácticamente no llueve. Indagué sobre materiales para la tabiquería interna y la propuse parcialmente en aglomerado de madera, un material producido por la empresa Cholguán donde trabajaba un amigo, Rafael Chanes –fallecido muy joven–quien había diseñado y construido una casa-tipo usando esos materiales en un suburbio de Santiago. Propuse también un tabique en cada vivienda en paneles de concreto liviano.
Es un trabajo muy medido, sin pretensión alguna, que cumplía con lo que se me había propuesto. Llegué a él siguiendo los mismos pasos que sigo hoy cuando se me pide dar una respuesta arquitectónica: trabajar desde lo que conozco y en cierta medida ir construyendo la respuesta. Puede verse como un método de trabajo.
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El Colectivo-Tipo para Tocopilla ni se llevó a proyecto ni se construyó, pero me sirvió para que me enviaran con gastos pagos en viaje de trabajo al norte, corto viaje –unos cuatro días– que es de los más interesantes que he hecho.
No soy capaz de evocar hoy los detalles de esa visita al Norte Grande porque se confunden en mi memoria pero sí puedo decir que fue una experiencia única conocer la maravilla natural que es el Desierto de Atacama, enorme territorio de más de 150.000 Km2, tierra interna (antes de llegar a las alturas andinas) de las ciudades chilenas al norte de Santiago, a partir de La Serena, hasta Arica en la frontera con Perú pasando por otras ciudades entre las cuales Antofagasta, la principal. Mi viaje comenzó en Arica, en la frontera con Perú a donde llegué en avión y bajé al sur por tierra, acompañado por un funcionario de la Corvi, hasta Antofagasta pasando por Iquique. Y fue desde Antofagasta donde me adentré en el desierto, yendo primero a Calama y un poco más allá a la inmensa mina de cobre llamada Chuquicamata para ir luego al Sur hasta San Pedro de Atacama y Toconao y de allí regresar a Antofagasta. Logré trasladarme en auto-stop, lo que los venezolanos llamamos pidiendocolitas, y comenzando desde Antofagasta hasta San Pedro de Atacama, desdedonde unos americanos de la Braden Copper me llevaron hasta la mina para luego regresar en autobús desde Calama. La primera colita desde Antofagasta a San Pedro fue nocturna, en camión de volteoy la tomé junto con un grupo de obreros que como yo hacían auto-stop, apretujándonos para protegernos del frío nocturno, fuerte en ese desierto.
Conservo todavía las fotos que tomé y de cuando en cuando las reviso, entre ellas la de un desarrollo de vivienda de la Corvi –Salar del Carmen–[3]proyecto del arquitecto Mario Pérez de Arce Lavín (1917-2010) que es una de las buenas obras de vivienda social que se construyeron en Chile en esos años y que aún hoy admiro.
[1]«Hoy en día la diferencia entre un buen arquitecto y uno malo reside en que el mal arquitecto sucumbe a la tentación, el bueno la resiste»Ludwig Wittgenstein / Cultura y Valor / 1930.
[2]Lucio Costa, Registro de una vivencia 1986-94, reproducido en Con a Palavra Lucio Costa,aeroplano editores. Selección de Textos a cargo de Maria Elisa Costa, Río de Janeiro 2000
[3]Hice unos comentarios sobre este proyecto en una de las entradas de este Blog, la del 31 de Agosto de 2013.