ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

Si a la crítica la domina y la condiciona la ideología, se convierte en simple opinión personal y el crítico que la ejerce en activista. De buen rango tal vez, pero activista y no pensador. Es un riesgo que está presente en todas partes, no sólo aquí. Lo pude comprobar hace poco cuando mi hijo y colega Daniel Andrés Tenreiro Picón me mandó un link que da acceso a una charla dictada en noviembre de 2018 en la sede de la Fundación Juan March en Madrid por la Arq. Beatriz Colomina, española (Madrid,1952) egresada de la Universidad de Barcelona, hoy profesora importante de la Universidad de Princeton y antes de 1988 de Columbia University. Sabía de ella desde una de mis visitas a Kenneth Frampton en su oficina de Columbia –contigua a la de Colomina– y la suponía desde entonces persona estudiosa, meritoria y digna de ser considerada. Idea que he debido revisar después de oir la charla en cuestión, muestra clara de los extremos a donde llega la manipulación de los argumentos cuando la ideología supera y filtra el deseo de conocer. Y lo que se estudia.

El tema de la charla (https://youtu.be/Gh8qHGXOSos) es Eileen Gray y su relación con Le Corbusier. Gray (1878-1976) fue una arquitecta irlandesa-francesa, diseñadora de interiores y pionera del diseño industrial, quien cuando tenía casi cincuenta años, entre 1926 y 1929, construyó sobre un pequeño acantilado, en Roquebrune-Saint Martin, lugar de la costa mediterránea francesa, una hermosa casa que se adhería al lenguaje de la vanguardia arquitectónica de ese tiempo, es decir, radicalmente moderna. A unos cien metros de esa casa, 25 años más tarde, en 1952, construiría Le Corbusier al lado de un chiringuito donde comía durante sus vacaciones, cuyo dueño era su amigo Thomas Rebutato[1], su hoy conocido Cabanon[2], cabaña donde pasaba las vacaciones de verano, sobre la cual me extendí en una de las sesiones de mi reciente Seminario. La casa tiene el curioso nombre de E-1027 debido a un juego con las letras de los nombres de Gray y su pareja de entonces Jean Badovici (1893-1956) francés de origen rumano, también arquitecto y dueño de la revista de arquitectura y arte L’Architecture Vivante, la cual se estuvo publicando entre 1923 y 1932.  Es una estupenda muestra de la arquitectura que comenzaba, hoy remozada y espléndida gracias a una reciente restauración integral. Ha sido comentada y documentada en los años recientes y su equipamiento interno revela las dotes excepcionales como diseñadora de Gray. Es de huella alargada, su planta baja corta el acantilado dejando un espacio libre en cuyo extremo hay un dormitorio. La planta alta es un solo espacio social  donde también se duerme y se come, con otro dormitorio, el principal, en un extremo, superpuesto sobre el del nivel inferior. Ese espacio fluye longitudinalmente y lo flanquea una ventana corrida que da hacia el mar acompañando a un estrecho balcón cuyas barandillas está protegidas por lonas al estilo náutico. Esa continuidad espacial longitudinal, que define la casa, y algunos recursos constructivos característicos (como los tubos metálicos usados como columnas en ciertos puntos), llevan hacia la Petite Maison de la madre de Corbu, construida en 1923-24 un par de años antes que E-1027, lo cual permite pensar en influencias. Se trata, podemos decir finalmente, de una pieza arquitectónica que merece mucha atención y revela el gran talento de Eileen.

E-1027 entre los árboles. Atrás se vislumbra el chiringuito con el Cabanon pegado. Foto de Internet, como todas las que siguen.

E-1027 recién restaurada.

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¿Pero qué hace Beatriz Colomina en su charla? En vez de centrar su discurso en una obra que permite muchas observaciones de interés, su narración se dirige hacia las anécdotas que la casa suscitó, haciendo ostentación con sus palabras y sus énfasis, del deseo de ser vocera de un feminismo provocador que la lleva a sacarse de la chistera una supuesta obsesión de Corbu con Gray que dice tener documentada refiriéndose desordenadamente a cartas y documentos que muy poco aportan para sostener su tesis. Y entre las anécdotas que narra sesgadamente, de modo insólito califica de violencia la construcción del Cabanon de Corbu. Luego de haber llamado vandalización el que Corbu en un momento dado, como bastante ha sido narrado[3], habiéndole sido cedida la casa en 1938 para ocuparla durante sus vacaciones, pinta sin autorización de Gray –pero con la de Badovici– ocho murales en diversas paredes. Murales de un gran pintor[4]que en el curso de la restauración brillaron con hermosa fuerza[5]como puede verse en una de las fotos que acompaño, y hacen sui generis(¿por qué no llamarlo estúpido?) el hablar de vandalismo. Porque sin la menor duda agregan valor y vivacidad a los espacios. Y además de esa –para Colomina– desconsiderada irrupción, se refiere también derogatoriamente, al vivo interés demostrado por Corbu de que la casa, que años más tarde después de la guerra se puso en venta, fuese adquirida por alguno de sus conocidos, sensibles a la cultura, dispuestos a preservarla y con ella los murales de su autoría, interés que Colomina considera obsesivo (?). Así quiere dejar establecido que, siguiendo la línea del feminismo en boga, Corbu en realidad abusó de Eileen.

E-1027 desde atrás, el acceso.

«…el mar, estaba y era…»

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Esta actitud de Colomina me lleva a varias cosas que se relacionan con lo que he dicho acerca de la Crítica de Arquitectura, y voy, una vez más, a repetir.

La primera de ellas es que a la señora Colomina le interesa menos la arquitectura que tener audiencia para su discurso personal a base de ingenio y conciencia de la oportunidad; algo que puede afectar a muchos críticos e historiadores… y a todos nosotros.  Otra me regresa a lo que he dicho varias veces: de la obra, como de cualquier obra de arte, muy poco se puede decir. La obra de arte se muestra, no pide explicación y cuando se desea explicarla las palabras faltan. Puede decirse que sólo deja buen lugar a la descripción. Y como describir, si se hace con rigor, implica conocer a fondo y eso toma mucho tiempo y dedicación, quienes ejercen de críticos, para producir suficientes palabras como lo exige toda investigación, aparte de alargar su discurso con palabras que poco dicen, ceden a la tentación de inventar un poco. Se van por las ramas y ocasionalmente se aferran a lo que poco ayuda para identificar y comprender mejor los criterios que fueron dando forma a la obra, o el por qué de ciertas decisiones de diseño, asuntos que sí se suman al conocimiento. Quien hace de crítico se puede deslizar entonces hacia una narrativa paralela que no arroja luz sobre la tarea del arquitecto y en ciertos casos se asemeja a un tipo de chismografía. Es lo que le sucede aquí a la Sra. Colomina. Sus argumentos son simples comentarios, nada que merezca el nombre de Teoría de la Arquitectura, de lo cual ella es profesora. Comentarios motivados en este caso por una toma de partido ideológica, que los convierte en reduccionismo y arbitrariedad.

Y la tercera es que la señora Colomina habla desde una militancia. Que no es política como podría haberlo sido hace unos años, sino que se asocia a la que dicta lo políticamente correcto de estos tiempos: la del feminisno y de la comunidad LGTB, militancia que parece tener muy presente, a juzgar por los títulos de varios de sus libros recientes.  Porque no está demás decir que Eileen no ocultaba su condición bisexual que la llevó a integrarse, abiertamente, a la comunidad lesbiana de su tiempo, que en Francia podía mostrarse sin demasiados problemas. Habrá pensado Colomina entonces, que referirse, aunque sea tangencialmente, a ese mundo de identidades sexuales semiocultas y urdir una trama en la cual el heterosexual muy bien establecido, elogiado y admirado, es empujado –no sin malicia– hacia el rol de obsesivo, abusador, vándalo y en resumen villano, convoca buena audiencia en los tiempos que corren. Audiencia, por cierto, la de la charla, ante la cual, desde el comienzo, Colomina, además de dejar claro su rol de defensora de las mujeres olvidadas, presenta a Corbusier con una manifiesta antipatía que impregna todo lo que dice. Dedica por ejemplo un tiempo importante a los dibujos de mujeres en Argel que hizo Corbu en 1931 y los vincula con uno de los murales en E-1027, tratándolos forzadamente como si fuesen muestras de algún tipo de patología (usa ese término y más adelante llega a hablar de fetichismo) que sería según ella el contaminante de su relación con Gray. Mantiene además un tono análogo al de quien va poco a poco descubriendo hilos ocultos. Y lo subraya con un arrogante lenguaje corporal que produce la impresión de que habla consigo misma, mientras gesticula con la mano derecha. Así son los críticos con frecuencia: hablan para sí…o dan clases a gente que juzgan de nivel inferior al de ellos.

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Cuando recorro las fotos de E-1027 en Internet (en el buscador: e-1027 eileen gray), lamento no haberla visitado cuando estuve por Roquebrune en 2008 y oí a la joven que guiaba a nuestro grupo antes de entrar al Cabanon de Corbu, hablar de ella y señalarla allí, a media distancia, entre los árboles. Lo desconocía todo en ese momento sobre la casa y sobre Gray. Ahora a lo largo del tiempo me he tropezado con menciones de su nombre y su obra que me han hecho conocerla más, mérito por cierto que le veo a esta charla que comento: hacer conocer mejor a Eileen Gray. Aunque confieso que cuando esas menciones las motiva una militancia y no el valor de su obra y de sus diseños, mi interés disminuye.

Porque las cosas han tomado un giro tal, que obligan a decir lo absolutamente obvio y que por ello mismo fastidia mencionar: ser lesbiana, homosexual o bisexual, es un asunto privado que no agrega valor especial a lo que se hace, así como tampoco lo da ser mujer u hombre, de cualquier color de piel o, simplemente, ser lo que cada quien es. Vale recordar al respecto el dicho venezolano o castizo que mi madre citaba mucho: cada quien hace de su mochila un saco. Parece ya tiempo en efecto de que los comentaristas asuman las diferencias sexuales y raciales con la naturalidad que debería serle propia y no como condición que es soporte de aciertos artísticos, técnicos, o de lo que exija cualquier actividad. Si hemos tenido que convivir por mucho tiempo –desde mis años universitarios, hace más de seis décadas– con el filtro marxista en todos los comentarios que presumían de conocimiento doctoral, filtro que perdonó cosas imperdonables (La Oda a Stalin de Neruda y el cargo diplomático cubano de Alejo Carpentier por ejemplo), y le dio valor a lo que poco tenía, no es para que caigamos en otros filtros. Y en esta charla que comento, quien la dicta asigna motivos y se pasea con desenfado por fabricaciones que se parecen demasiado a simples chismes que se presentan como verdades que haríamos bien en aceptar. No hay prueba seria de la supuesta obsesión que alega Colomina, pero el asunto E-1027 se sigue viendo así, arrastrado por la militancia feminista. Lo cual prueba que sacar de la chistera algo, por forzado que sea, y hacerlo como reivindicación de una facción, logra alborotar y ser mencionado como yo lo estoy haciendo. Si es verdad que eso ayuda a Colomina o a quien siga esa senda, es sin embargo triste que en nada ayude a la memoria de Eileen. Porque lo que importa para valorar su legado será la profundización en el conocimiento de sus obras, hasta hace poco injustamente olvidadas; y no su condición de símbolo de una ideología. El discurso de Beatriz Colomina no está a la altura de ese cometido. Es manipulación –pobre– en estado puro.

Juzgo interesantísimo para su tiempo la solución «náutica» de lonas para las barandillas y la pérgola. Hoy a nuestro alcance.

El interior con uno de los murales de Corbu.

El mismo ángulo, sin el mural.

Este mural en el piso bajo fotografiado antes de la restauración, es según Colomina una muestra de la patología de Corbu.

Junto al acceso también se puede dormir. Aquí una cama (diseño original de Gray al igual que la alfombra), en la restauración final sustituida por un sofá-cama.

Uno de los murales

 

El dormitorio principal en la planta alta, casi al fin de los trabajos de restauración. Todo el equipamiento incluido es diseño de Gray.

Otra muestra de la vandalización perpetrada por Le Corbusier.

[1]El chiringuito –se ha hecho conocido– se llamaba L’Étoile de Mer y pertenecía a Thomas Rebutato. Allí comía Corbu con su mujer Yvonne durante sus vacaciones estivales. Pegada a una de las paredes del local Corbu construyó su Cabanon y luego, separado, un Taller, para dormir y trabajar. El hijo de Thomas, Robert, fue en cierto modo adoptado por Corbu, quien lo integró a su Atelier y le trasmitió conocimiento. Robertino se convirtió en un arquitecto de alto nivel. Esta nota del colega Jorge Torres, profesor de la ETSAV de Valencia, lo recuerda: https://lecorbusierinpar.wordpress.com/2016/02/19/robert-rebutato-1937-2015-in-memoriam/

[2]Ver las entradas de este Blog del 28 de Agosto de 2008 (titulada Todo llega al mar) y del 26 de Enero de 2009 (titulada En búsqueda de la coherencia).

[3]Sobre esto siempre sale a relucir una foto que alguien le tomó a Corbu, y se ha publicado mucho, desnudo (hace calor en la Costa mediterránea en verano) en plan de pintar uno de los murales.

[4]La significación de Le Corbusier como arquitecto, su presencia tan notoria, ha eclipsado un tanto a su legado como pintor. Es sólo desde hace relativamente poco tiempo que se reconoce su singular valor como pintor que lo hace digno de estar incluido entre los de obra más importante de su tiempo.

[5]De las fotos de Internet se deduce que, al final de la restauración, se eliminaron los murales. Desconozco las razones de los restauradores, pero presumo que optaron por no contaminar a Gray con Corbu, lo cual encuentro insólito por no decir tonto. ¡Vaya contaminación!