ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Ya hay en este blog información (un vídeo) sobre la exposición en Estonia cuyos orígenes parcialmente describo en el texto que continúa. También hay un escrito sobre la relación entre Augusto Komendant y mi persona. Pero la aparición reciente de un libro vinculado al evento, «Miracles in Concrete», ha motivado esta entrada y alguna otra que seguirá.

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El 12 de marzo de 2018, un lunes, me llegó un correo electrónico firmado por Carl-Dag Lige, quien se identificaba como curador del Museo de Arquitectura de Estonia, en Tallinn la capital de ese país. Me decía que su museo estaba preparando una exposición sobre el ingeniero estructural nacido en Estonia Augusto Komendant; y que estaba centrado en reunir material e información sobre Mr. Komendant para el evento, dirigido por él y programado para el otoño de 2019. Se refería también a la edición en español del libro 18 años con el arquitecto Luis I. Kahn hecha por el Colegio de Arquitectos de Galicia en 2000, la cual el colega gallego Carlos Pita promovió, (que Lige creía que había sido editada en Venezuela) y agregaba que estaba dispuesto a pasar un par de días en Caracas recolectando información.

La edición original del libro en el cual Komendant relata sus experiencias con Luis Kahn. Fue visto con desconfianza (injustificada) por algunos adoradores de Kahn

La edición de la traducción al español, publicada por el Colegio de Arquitectos de Galicia mediante la promoción del colega Carlos Pita. En ella hay un ensayo de Kenneth Frampton, uno mío y la entrevista que le hice a Komendant en 1985.

El correo convirtió ese lunes normal en anormal. La situación de Venezuela, inmensamente absurda y por ello mismo de estancamiento opresivo, pesa sobre mi estado de ánimo desde hace años, y en esos días en particular me arrastraba hacia una tristeza que aún hoy me pesa y a veces me paraliza. Las líneas que leía eran como un viento fresco, una ventana hacia una etapa de mi vida en la que habían tomado forma buenas cosas. Se abría la oportunidad de ayudar a hacer más claras, historias que nos atañen como arquitectos o simplemente como seres humanos reflexivos. Tomaba forma una actividad estimulante y atractiva: contribuir al conocimiento de un personaje singular, de particular importancia para la concepción de un puñado de edificios esenciales en la arquitectura de siempre, dispuesto siempre a expandir los límites de lo posible (como una vez se definió a sí mismo como arquitecto mi hermano Jesús). Y que no dejaba de  soñar, tal lo dijo al final de la entrevista que le hice en su casa de Upper Montclair, en los últimos tiempos de nuestra relación de diez años, iniciada en septiembre de 1976. Maestro de quien aprendí mucho, al tiempo que maduraba en mi disciplina.

Que muchos años después de su muerte (en 1992), en su país de origen se estuviera rescatando la memoria y reconociendo la importancia de sus aportes, era una excelente noticia. Mi recuerdo de su persona no puedo calificarlo sino de entrañable; y va parejo con la admiración que desarrollé hacia sus virtudes profesionales. Sin dejar de estar plenamente consciente de la enorme distancia en cuanto a méritos que me separaba de la pareja Kahn-Komendant, relación que fue origen del impulso[1]que me llevó a hacer contacto con él, conocer sus puntos de vista, sus comentarios, sus contribuciones técnicas y de método a los trabajos que se sucedieron, incluyendo sus convicciones y sesgos personales; todo ello fue un continuo aprendizaje.

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Le contesté a Mr. Lige un par de días después. Traté de trasmitirle algo de mis sentimientos personales en relación con Komendant, como lo muestra el siguiente párrafo de mi correo: …Conocí al Dr. Komendant hace mucho tiempo gracias a la osadía que me llevó a escribirle después de haber leído “Dieciocho años…” En ese momento tenía en mis manos el encargo de un gran edificio en Caracas que nunca se construyó: el destino de siempre para la arquitectura pública a lo largo de la historia reciente de mi país. Pero nada más empezar el proyecto supe que tendría que lidiar con la innovación estructural para poder resolver los problemas de gran escala que planteaba: un enorme Terminal de Transporte Público y Mercancías en las afueras de Caracas. Este ingeniero, descrito por Louis Kahn en términos tales como “…dotado de un sentido inherente de adecuación arquitectónica en la estructuración de espacios…” me parecía, a mí, arquitecto inexperto (37 años-1976) con leve conocimiento del orden estructural, la persona adecuada para hacerlo mi compañero en la experiencia que comenzaba, sabiendo al mismo tiempo que tenerlo en el equipo de diseño era una apuesta imposible. Aun así, me arriesgué, conseguí su teléfono a través de un amigo en Filadelfia y llamé… para saber que estaba dispuesto a participar (¿por qué no?, dijo por teléfono). En ese momento comenzó una interesantísima relación…

Corte fugado del Terminal de autobuses y mercancías de Caracas (Anteproyecto), estructura diseñada por Augusto Komendant.((dibujo del Arq. chileno Vladimir Pereda Feliú para nuestra oficina)

Perspectiva aérea del Terminal (3D hecho para el libro Todo Llega al Mar de 2019).

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Muy poco tiempo después, el 16 de abril, vino Mr. Lige a Caracas, a quien finalmente alojé en mi casa y pasé a llamarlo Carl-Dag porque su juventud y espontánea manera de conducirse impuso la familiaridad en el trato. Nuestras primeras conversaciones se acompañaron con una búsqueda intensa en mis archivos, iniciándose el acopio del material más relevante para el Museo de Estonia. Gracias a ello volví de nuevo a hacerme consciente de la importancia que para los arquitectos tiene la conservación de documentos escritos o gráficos de los procesos de proyecto, no con la intención de confiarse a una posteridad –que puede ser una razón–, sino para regresar hacia lo que estuvo propuesto en el pasado tratando de descubrir lo sustantivo de cada experiencia para transformarla en útil conocimiento o más bien re-conocimiento. Una práctica, por cierto, más bien desdeñada por parte de los arquitectos venezolanos de mi generación y de las generaciones anteriores a la mía, lo cual explica que arquitectos que en vida tuvieron figuración importante, con la muerte casi desaparecen de la escena. En la época de mayor actividad de construcción en Venezuela, coincidente con mis últimos años de estudiante y mis primeros como arquitecto, figuras que llenaron el espacio de las realizaciones porque construyeron mucho, practicaron la docencia y eran para nosotros, jóvenes, una presencia muy fuerte, casi ya no se mencionan y aún menos se estudia su trabajo. Es una muestra clara de la condición pre-arquitectónica[2]de nuestra sociedad, agravada por la debilidad institucional[3]. Tuve una idea de esa carencia cuando tiempo atrás cayó en mis manos un trabajo hecho dentro del marco de una Maestría del Departamento de Historia de la Arquitectura de nuestra Escuela y quedé impresionado con las inexactitudes sobre personas que yo había conocido personalmente en tiempos de su máxima capacidad productiva, gentes a las cuales nunca pensé que pudiera recordárseles de modo tan equivocado. En cierto modo sus omisiones como relatores de sí mismos nos quitaron temas de reflexión a los que vinimos después.

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Este abandono del relato reflexivo dirigido a los otros, se hace más notorio porque nuestros historiadores poco se han ocupado de lo contemporáneo local y cuando lo han hecho han estado con frecuencia movidos por impulsos ideológicos. Me explico: se ha hecho referencia a los contemporáneos sólo en cuanto están o no alineados con la postura ideológica de quien examina su aporte. Así procedió la escasa crítica de arquitectura venezolana del último tercio del siglo XX, con algunas notorias excepciones como la de William Niño Araque. No he dudado en hacerlo notar, hiriendo algunas susceptibilidades, pero es difícil refutar que el deslinde ideológico esté en el origen de la curiosa desaparición en la memoria general de unos cuantos interesantes y sin duda valiosos arquitectos venezolanos. Al igual que la debilidad institucional, sin que dejemos de decir que nuestras escuelas de arquitectura han sido en general ajenas a la creación de una memoria de la arquitectura venezolana. Van tomando su lugar hoy actitudes más equilibradas, comienzan a perfilarse iniciativas de rescate, pero sigue siendo cierta la falta de estudios críticos que pongan en el mapa individualidades que durante su vida tuvieron un papel notorio hoy apenas conocido por las nuevas generaciones.

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La entrada a mi archivo en hermosa foto de mi esposa Nubia.

El archivo está bajo la terraza cubierta por una reciente pérgola de bambú cultivado y cosechado en casa

El Archivo. Debí hacer ciertas improvisaciones para alojarlo en mi casa en 1997 cuando tuve que desmantelar mi oficina.

Había en mi caso circunstancias que me ayudaron en la labor de conservación documental.  Se manifestaron en esos primeros días de examen de mis vínculos con Augusto Komendant. Porque a lo largo de mi actividad tuve la ventaja de que mi esposa Nubia y mi asociado de entonces, Francisco Sesto, se ocuparon de una conservación documental que yo desdeñé un poco; ella custodió celosamente los papeles, él la producción gráfica. Celo que ayudó y se sumó a un aspecto documental que sí fue producto de mis cuidados: las fotografías. Porque desde muy temprano en mi vida la fotografía me interesó, y en cierto modo pude dejar una huella bastante completa en imágenes que para la exposición que se preparaba en Estonia fueron de valor.

En el intercambio con Carl-Dag adquiere mucha importancia –no sólo para mí– el esfuerzo reflexivo que posteriormente me ha llevado a identificar, llevándolas a la conciencia, algunas de las más notorias enseñanzas que derivé del trabajo con Komendant. A ellas les dedicaré un espacio en un próximo escrito. Porque ocurre con frecuencia que como discípulos privilegiamos el contacto con el maestro o nos limitamos a observar su desempeño haciendo lo que nos corresponde, sin tener una idea clara de por qué lo hacemos. Y en este caso se abrió para mí, mientras indagábamos, respondía preguntas y trataba de abrirme paso en la memoria, una etapa de re-conocimiento como la que mencioné más arriba.

La amplitud de ese re-conocimiento –o re-descubrimiento– se la debo no tanto a la exposición misma como a su preparación. Y ya hecha la exposición (que no pude visitar porque su apertura coincidió con el comienzo de la pandemia), me ha resultado una verdadera sorpresa que haya sido el libro cuya producción la acompañó, Miracles in Concrete, la fuente de algunas de mis más activas inquietudes sobre Augusto Komendant. Estímulo que por cierto recalca la importancia del libro como instrumento para el conocimiento. Miracles…examina la vida de nuestro personaje, sus realizaciones, su trabajo conjunto con varios arquitectos entre los cuales destaca con brillo singular su colaboración con Luis Kahn.

Miracles in Concrete

La exposición del Museo de Arquitectura de Estonia. En la mesa del fondo están nuestros trabajos

La caja de luz con la Plaza Bicentenario.

Carl-Dag Lige junto a uno de los paneles de la exposición en Tallin, Estonia

Esta experiencia personal con un libro que motiva a profundizar y a re-conocer me lleva también hacia algo con lo cual quiero cerrar este texto y que he comentado varias veces a propósito de mis libros: la importancia de que sea el arquitecto mismo y no el crítico solamente –como parece estar ocurriendo en la actualidad– quien se encargue de orientar el contenido y la forma de él o los libros sobre su trabajo o sobre sus puntos de vista en relación a la arquitectura y a la realidad en general. El ejemplo más significativo de este punto de vista, ejemplo al cual me he referido varias veces, es el de Le Corbusier, prácticamente el editor personal, con la suma de selectos amigos co-editores, no sólo de su obra sino de su pensamiento. Y si al decir esto se supone que hay que tener el nivel de excelencia de un arquitecto como este personaje que se agiganta en la historia de la arquitectura, con lo cual estaría fuera de nuestro alcance, no se estaría comprendiendo que hoy más que nunca, con las posibilidades del mundo de la informática, el libro se va transformando en instrumento a la medida de cada quien. Dejó el libro de ser una producción compleja que exige participación de muchos y acceso a técnicas costosas, para acercarse a todos nosotros, para servirnos en la tarea de comunicación con los demás.

[1]He mencionado en otras oportunidades, entre otras en mi libro Todo llega al Mar, Segunda Edición pág. 137, que en Septiembre de 1976 llamé directamente a Komendant por teléfono, movido por la impresión que me había causado su libro Eighteen Years with Architect Louis I. Kahn. Fue ese el comienzo de nuestra relación.

[2]Me he referido muchas veces a esta noción, inventada por mi hermano Jesús, perfectamente aplicable a nuestra sociedad.

[3]El Museo de Arquitectura, por ejemplo, creado en el tiempo chavista ha tenido sobre todo un papel propagandístico y carece drásticamente de medios para su supuesto papel de conservación y estudio.