ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

Ya hace demasiados años, sesenta y cinco para ser más preciso, que pisé por primera vez tierra chilena, conocí Santiago, y se sembró en mí la amistad de un puñado de chilenos que siempre recuerdo con afecto.

Sé que resultaría exagerado decir que ese día, 17 de septiembre de 1959, en el Aeropuerto de Cerrillos que entonces servía a Santiago, comenzaba un espacio de tiempo, un mes aproximadamente, que cuento entre los días más importantes de mi vida. Pero lo sigo diciendo con total convicción porque cuando vuelvo la vista atrás me doy cuenta de cuantos puntos de partida emocionales prendieron en mi alma en esas cuatro semanas. Puntos de partida que entre muchas otras cosas me hicieron considerar a Chile como mi segunda patria. Una especie de idilio que se confrontó con la realidad cuando regresé a Santiago treinta años después, ya superada la pesadilla de Pinochet y su memorial de agravios, reencuentro que me permitió constatar que las virtudes que yo había admirado en la gente y en la sociedad misma se habían difuminado un poco a manos de las duras experiencias políticas –sobre todo la impensable dictadura– sin dejar de decir que el bienestar económico que acompañó el regreso a la democracia había dejado atrás el carácter chileno sencillo, abierto y amigable que se había inscrito en mi sensibilidad.

Es el sedimento que dejaron en mí esas vivencias iniciales lo que hizo nacer en mi conciencia una cercanía emocional con Chile y los chilenos que por menos cultivada que haya sido a lo largo de mi vida, es, podría decirlo, como una piedra en el zapato, una pequeña molestia que en búsqueda de alivio me termina llevando hacia el origen del pensamiento y la presencia humana en la memoria, que de un modo irremediable me acerca al sentir chileno, o mejor, a mi versión del sentir chileno.

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Hoy soy un viejo y ha cambiado –son muchos años– mi perspectiva de los vínculos humanos y sus consecuencias políticas. Estoy lejos ya de la búsqueda de repercusiones propia de los años jóvenes, soy menos dado a buscar en las frases, en los gestos, en la conversación, razones para la comunicación. Si bien siempre me opuse a la impensable dictadura, fui ajeno a los giros políticos que caracterizaron el regreso chileno a la democracia, giros que reagruparon las coincidencias ideológicas de un modo que me parecía difícil de seguir para nosotros los venezolanos. Dificultad que veo ahora más bien como una incapacidad para entender lo que pasaba aquí, que se resolvía en dificultad para entender lo que pasaba allá.

Esa reagrupación me parecía demasiado apegada a una terminante división entre izquierdas y derechas que buscaba resumir las posiciones políticas de cada sector beligerante. División que encontraba apoyo en la retórica previa a las elecciones en dos vueltas realizadas a fines de 2021 en las cuales resultó ganador Gabriel Boric, quien tomó posesión como presidente de Chile el 11 de marzo de 2022.

Y aquí llegamos a donde quería llegar, a la actitud, la figura, la persona –en el sentido de Jung, la máscara– del Presidente chileno. Que el periodismo y los intercambios de la campaña electoral caracterizaron como un hombre de izquierda apoyado por un sector político también de izquierda; ubicación geográfico-ideológica que me hizo tomar inmediata distancia pensando que se trataba del regreso, por mi parte especialmente aborrecido, del populismo revolucionario que ya había dejado su huella ominosa, destructiva y perversa en mi país. Distancia que sin embargo fue recortándose de un modo importante desde que Boric empezó a ejercer. Porque fue una sorpresa verlo irrumpir en el espacio político chileno teniendo como norma el respeto al adversario y guardando a la vez distancia de las típicas protestas izquierdistas respecto a cambios radicales, refundaciones institucionales o intervenciones redentoras, para ir más bien hacia una actitud mesurada basada en la búsqueda de consensos. Irrupción que también se proyectó hacia fuera de su país bajo la forma de una crítica al autoritarismo que busca esconder su desprecio por los derechos humanos.

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De un modo y en circunstancias que para nosotros los venezolanos tienen una enorme importancia, Gabriel Boric, el presidente de Chile se ha opuesto de modo claro y oportuno al intento de fraude electoral que quiere imponer por la fuerza y una cruel represión, el corrupto, violento y abusivo Régimen que se ha apropiado de nuestro país. La actitud y el discurso de Boric es una rotunda defensa de los valores de la convivencia política democrática y a la vez, dada su temprana expresión pública sin esperar coincidencias con otros mandatarios de la región, una manifestación de autonomía que contribuye a dejar en evidencia, sin excusas ni dilaciones, tal como hemos esperado mayoritariamente los venezolanos, las maniobras de nuestro tirano tropical.

Además, es una postura que alimenta nuestras esperanzas acerca de la evolución de la democracia. En ella se destaca algo de especial importancia: que para Gabriel Boric no hay filtro ideológico (en su caso el de ser de izquierdas) que impida reconocer cuando los derechos democráticos han sido conculcados, cuando se actúa criminalmente desde el Poder, cuando es necesario apoyar a quien disiente ejerciendo sus derechos ciudadanos. Boric no ha dudado, cuando ha sido el caso, en defender el derecho a la protesta pacífica, en tomar posición abierta y contraria a los abusos de poder, en rechazar la represión criminal y abusiva. Ha actuado con la libertad de acción de un estadista y lo ha hecho sin apoyarse en ninguna de las letanías a las que recurren de una manera sistemática quienes quieren presumir del ser de izquierdas. Una actitud radicalmente distinta de la de un personaje que pareciera a veces actuar, como decimos en Venezuela, de guarimba, es decir de refugio, para quienes abusan desde el Poder: López Obrador, el presidente de México, quien se apega al catecismo ideológico-izquierdizante propio de su origen político populista. Valioso para quienes buscan popularidad en la palabra. Inocuo para los que abusan del poder.

Y concluyo estas líneas deseando que el ejemplo del presidente de Chile, sirva de referencia a las izquierdas de todo el orbe, en el Poder o luchando para llegar a él. Porque es un paso importante hacia el ejercicio de una beligerancia política más democrática y de un uso del Poder más lúcido y responsable. Y necesariamente contrastará con posiciones que corresponde rectificar a las izquierdas enredadas en los vericuetos ideológicos. Como ocurre, lo digo para no olvidarlo, con José Luis Rodríguez Zapatero, ex-jefe de Gobierno de España, quien además de ser huésped de un Régimen que se tambalea en su maldad, no tiene reparo en ser visto como compañero de ruta de quienes causan dolor y rechinar de dientes a todo un pueblo hoy comprometido a fondo en una lucha por alcanzar y consolidar la democracia. Lucha que se convertirá –cito al intelectual mexicano Enrique Krauze– en ejemplo universal. Así lo esperamos una enorme mayoría de venezolanos.

Venezuela espera

 

Quinta estrofa del Himno Nacional de Chile:

Puro, Chile, es tu cielo azulado  / puras brisas te cruzan también ,/ y tu campo de flores bordado / es la copia feliz del Edén. / Majestuosa es la blanca montaña / que te dio por baluarte el Señor, / y ese mar que tranquilo te baña / te promete futuro esplendor.