Vuelvo sobre el tema de pasar catorce años de la vida personal sometido a un contexto político que promueve el atraso. Soy parte de una sociedad peculiar, en la cual gracias a la bonanza petrolera que ya dura más de una década se han acentuado los rasgos de los petro-estados modernos, en los cuales todo lo irracional tiene espacio. Por coherencia con la historia personal, con el espacio cultural y espiritual en el que uno se formó, por convicciones éticas, por esperanzas de que esa sociedad supere sus impedimentos sociales y culturales, vivo en cierto modo ajeno a ella, enfrentado a sus particularidades, a los vicios derivados de una economía rentista, ajena a la producción, parásita y dirigida por un liderazgo populista y decadente, factor de estancamiento. Vivir con esa contradicción, que afecta a muchos como yo, es una permanente dificultad.
Y pensar además, que pese a todo el esfuerzo empleado en una lucha electora decisiva, se agregarán a nuestra vida seis años más de esa especie de ofuscación del espíritu, no puede causar sino desasosiego. Que en la noche del pasado domingo llegó en mí a un grado tal que pensé en lo fútil de continuar este esfuerzo de escribir y comunicar. Porque lo que escribo tiene que ver con una percepción de las cosas que no tiene cabida en el contexto dominante, que es ajeno a él, por más artificial que ese contexto sea. Porque insisto en ello, es artificial, lo sostiene el dinero petrolero y la seducción de un demagogo y su camarilla de cómplices disfrazados de revolucionarios y aplaudidos por parte de una izquierda internacional radical, ciega y sorda. Muy poco de realmente revolucionario, en el sentido de cambio efectivo para abrir nuevas energías de transformación, hay en él.
Pero aquí debemos seguir. Me convencí de ello en poco tiempo luego de pasar por diversas formas de depresión. Depresión en la cual me ha acompañado mucha gente cercana. Mucha gente en general.
No sé cuanto tiempo me va a durar persistir en el esfuerzo porque, lo he dicho muchas veces, hablar de arquitectura en un lugar del mundo como este implica referirse de modo insistente a la esfera política. Y eso significa hoy hablar desde la frustración. Un asunto particularmente difícil cuando uno tiene 72 años y en un mes cumplirá 73. Y se es arquitecto además, lo que quiere decir que uno espera construir.
Porque esta labor de comunicar, de ver el mundo desde la mira del arquitecto y compartir esa mirada con los demás mediante la escritura, no excluye nuestro deseo de construir. Y ya he dicho muchas veces que en el contexto venezolano eso equivale a construir para el Estado, sea cual sea su nivel. Hoy un Estado criminalmente excluyente porque exige, lo he dicho tantas veces, sujeción política. Exigencia que sustentan y promueven colegas situados en las alturas del Poder hoy convertidos en comisarios políticos , en arrogantes ejecutores de la voluntad del Caudillo.
Y es la necesidad de construir, de hacer realidad lo que uno sabe hacer, no sólo mía sino de muchos como yo, la que hace clara la necesidad de mantener abiertas algunas (muchas si fuese posible) puertas que permitan actuar. A eso me refiero al insistir sobre la necesidad de crear nichos no excluyentes, de práctica democrática, posibilidad que se ofrece todavía en los Poderes Locales, Gobernaciones y Alcaldías, niveles del Poder Público que en países como España, por ejemplo, han establecido importantes precedentes en el campo de la Arquitectura y la Ciudad. Lugares protegidos del asfixiante centralismo de un Régimen de vocación dictatorial, en los que se pueda perfilar aunque sea imperfectamente, lo que esperamos que sea la democracia venezolana. Y eso atañe no solamente al dominio de la construcción sino al de la educación y la vivienda en términos de alcance modesto pero que puede ser ejemplar, de la salud y en general en la gestión de la cosa pública, permitiendo establecer un contraste con el modo autoritario obsesionado con el manejo del Poder.
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En la nota de hoy menciono el sacrificio de Jan Palach, que siempre me ha impresionado. Sé poco sobre él pero es fácil imaginar que actuó impulsado por la impotencia frente a un poder que parecía invencible. A esa gente que pasea su mirada por el mundo prescindiendo de los dramas personales porque lo que vale para ellos son los esquemas que clasifican a la humanidad entre buenos y malos, revolucionarios o contra-revolucionarios, fieles o infieles, las circunstancias de este joven nada les dicen, como nada les dicen tampoco ninguna de las circunstancias de opresión de los seres humanos. Para muchos de esos fríos observadores del mundo, Palach estaba del lado equivocado, como piensan hoy que están equivocados, por ejemplo, los disidentes cubanos. Para ellos la opresión a esas personas no tiene ninguna importancia porque se trata de gente que está donde no debe estar. Y borran así su mala conciencia, desde la deshumanización, desde los esquemas, desde la distancia apoyada en una racionalidad ciega a los afectos. Pero quienes sufren o sienten frustración desde el «lado equivocado» quieren que su voz se oiga, que trascienda, que ayude a superar los esquemas que deshumanizan. Esa es, guardando distancias y entendiendo mejor los contextos, lo mismo que sentimos muchos venezolanos en este momento. Queremos en primer lugar denunciar la hipocresía de quienes han decidido, como digo en la nota, pasar por alto todos los insólitos abusos que «la revolución» puso en práctica para influir en las elecciones. Son tantas las historias sobre los mecanismos perversos que se utilizaron que hace falta gritarlos hacia afuera. Que esa hipocresía sea conocida más allá de nosotros para que se entienda mejor nuestra lucha y se desenmascare el carácter antidemocrático y abusivo de lo que aquí acontece.
Y termino tratando de imaginarme lo que pasó por la mente de Jan Palach en los minutos anteriores a su decisión de prenderse fuego. Imaginarme su sensación de fracaso, pensar en su desesperanza, o tal vez en la esperanza de vivir una vida mejor en su personal eternidad. Se sabe hoy que lo que hizo fue consecuencia de convicciones sobre lo que correspondía hacer para oponerse a las crecientes restricciones a las libertades en tiempos de la «primavera de Praga». Un mes después su ejemplo fue seguido por otro estudiante Jan Zajíc. Tomó veinte años para que ambos se convirtieran en símbolos de un pueblo que obtenía la libertad. Quitarse la vida no fue para ellos, me parece, rebelarse ante lo que su Dios personal les había prescrito, sino dar el paso hacia el martirio para hacerlo ejemplo y golpear la conciencia de sus opresores.
Hay demasiadas distancias culturales y geográficas entre Bohemia y Suramérica, pero la historia humana nos pertenece a todos. A los venezolanos puede servirnos, por una parte, para hacerles notar a los cómplices del Poder que no hay demasiada diferencia moral entre la decisión de reprimir por las armas en un país europeo hace casi medio siglo y la de aplastar la capacidad de expresión libre de quienes en la pobreza sobreviven con dádivas. Y por la otra señalarle a los que aquí disentimos que ante la capacidad opresiva del más fuerte, el voto puede lucir tan frágil e inocuo como el ofrecimiento de la propia vida de estos jóvenes inermes. Y al final esa fragilidad fue fortaleza.
DERROTAR LA DERROTA
Oscar Tenreiro / publicado en el diario Tal Cual el 13 Octubre de 2012
Escribo ya recuperado el ánimo, abrumado sin embargo por una derrota que muestra una cara muy dura de la realidad en la que vivo. Me agobia la idea de que se ha reforzado una ambición de Poder seguida, aparte de los que han sido subyugados por el Caudillo, por una clase profesional y política que envilece a los demás y a sí mismos en nombre de un bien superior, tentación recurrente de la historia humana. Gentes que se empeñan en quitarle importancia, porque ideológicamente las consideran necesarias, a todas las bajezas a las que se recurrió para captar votos A la campaña de miedo, sobre todo en las barriadas populares, población empobrecida y dependiente cada vez más de las dádivas, sin empleos fijos porque la economía sólo se mantiene a flote a base de petróleo. Amenazando con baños de sangre si perdían el Poder. Haciendo seguimiento estricto y compulsivo de los inscritos en su partido, en la Misión Vivienda y en todas las demás Misiones, mediante listas que se comprobaban en toldos ilegalmente instalados cerca de los centros de votación. Donde anotaban quien y cuando había ejercido el voto. Y además todos los medios de comunicación en manos del Estado, emisoras y periódicos comunitarios, canales de televisión, se usaron para desacreditar a la opción opositora. Todo ante el silencio del árbitro electoral. Una constelación de abusos de imposible control para la oposición, que produjo los márgenes necesarios para apuntalar una victoria.
Fueron esos procedimientos para amarrar el voto, de los cuales ayer no más se anunciaron nuevas modalidades (mini-misiones las llamó el Caudillo), lo que constituyó fraude, no las fantasías sobre hackers cubanos para alterar la suma final de votos, porque si de eso hubiese fundadas sospechas, ya habrían sido divulgadas por gente que ha demostrado ser digna de confianza.
II
Hay, pues que dejar de lado las rabias mal dirigidas, las desconfianzas a veces insoportables de los radicales de Internet que dicen saber donde está la trampa aparentando conocimientos informáticos y enseñando grados militares. No hay que ceder a la venezolana manía de buscar culpables entre quienes han ofrecido sus mejores energías a la lucha democrática. Destruyen así a lo que es digno de respeto, incurriendo en el mismo error de lo que combaten: ser esquemáticos, ceder a la descalificación en bloque, dedicándose a rechinar los dientes, para usar lenguaje bíblico.
Por eso escribí apuntalar la victoria, no lograrla. El apabullante ventajismo sumó, pero lo sustantivo es que el Caudillo todavía seduce y el adoctrinamiento de años en la gente joven ha dado algún resultado. Nuestra tarea tiene que ser entonces insistir en señalar hacia donde creemos que está el verdadero futuro de este país. Convencer a los seguidores del Caudillo que con él se profundiza un enorme fracaso político y económico que ha empobrecido y seguirá empobreciendo al país, a fuerza de dádivas petroleras y retórica que seduce.
Eso es lo que nos ha dicho con sorprendente lucidez en su rueda de prensa del Martes el candidato democrático. Su discurso, debo decirlo, me dio razones para seguir adelante porque pienso que tenemos ya una voz clara, transparente, nueva en su afán de hacer política para un país distinto, que nos representa con dignidad y firmeza. Y eso es lo más importante: cambiar nuestro modo de ver la lucha política. Convertirlo en parte de un país que se abrirá (también lo dijo así), tarde o temprano, hacia un futuro.
III
Y no hay que olvidar que la manipulación al elector es una señal clara de que se le teme al voto. Por eso, declararse abstencionista ante la derrota favorece al opositor. He visto en muchos, hasta en los más queridos, esa reacción. Olvidan que aún ante la sospecha de manipulaciones electorales seguir ese camino carece de efecto real. La fe en el voto es un asunto personal, es una definición moral que atañe a lo más íntimo.
La abstención pasa por alto que en el contexto político que se avecina lo más importante es poder crear nichos, espacios en los cuales pueda hacerse realidad una verdadera práctica democrática que revele el sentido final de la lucha.
Por eso la importancia de las Gobernaciones que se elegirán en Diciembre. No todos los que se elijan lo harán de forma óptima, pero tenemos que apostar a que se intentarán convertir en modelo a seguir. Y esos nichos pueden abrirse en muchos lugares. Para nuestra actividad, la de mejorar la arquitectura institucional y la ciudad, esos nichos son fundamentales. Han sido las Alcaldías y las Gobernaciones las que han servido de ejemplo sobre lo que puede lograr la democracia. Fueron la respuesta positiva a la hegemonía, el argumento más radical a favor de un nuevo modo de actuar. Esos nichos hay que mantenerlos, hay que ganar otros.
Creo para terminar que el candidato perdedor se va revelando cada vez con mayor fuerza como un líder de encuentro, de apertura a todos. Y nos recuerda, derrotado, que este país no tiene otro dueño que la voluntad de su gente para sacarlo adelante. Y que no es verdad que la mayoría sea partidaria del cinismo y del abuso. Ha sido manipulada y está en nuestras manos ayudarla a darse cuenta. Esa será la forma de seguir luchando. Que es lo mismo que seguir votando. Eso nos lo recuerda este joven acusado de ingenuo. Y me sumo sin dudarlo a esa ingenuidad porque ha habido muchos ingenuos que terminaron cambiando la historia. No menciono al más grande, pero sí a Jan Palach quien se prendió fuego en Praga, en 1969, porque no veía otro medio de lucha salvo su terrible sacrificio. Y su ejemplo fue guía para la liberación de un pueblo. Nosotros no hemos llegado a ese punto. El arma que tenemos en nuestras manos es el voto. De eso debe tratarse, de armarse con el voto por encima de toda sospecha.