Lo que escribo hoy me obliga de nuevo a comentar lo que en otras oportunidades: que en el contexto venezolano hay que decir cosas que son sobrantes e innecesarias en otras partes del mundo. Es lo que nos hace provincianos, subdesarrollados o simplemente atrasados. Porque decir cosas como las que digo hoy sobre la arquitectura y su responsabilidad en la formación de ciudad podía haber tenido sentido en la Europa de hace veinticinco años pero no en la de hoy. Y me sospecho que lo mismo, con algunos atenuantes, puede decirse respecto a otros países latinoamericanos en los cuales los arquitectos y su discurso disfrutan de una posición de respeto en el ámbito de la opinión pública y no como ocurre en Venezuela donde lo que se comenta periodísticamente sobre nuestra disciplina es lo superficial, lo que rebota de otros espacios culturales; y lo que dicen los políticos tiene el nivel de un estudiante de primaria: lo desconocen todo y lo peor, prefieren no conocerlo para mantenerse en las generalidades que insisto en mencionar. Lugares comunes propios del modo de expresarse de urbanistas como los que aludo en el texto, que reducen la acción sobre la ciudad a los planos reguladores, con zonificación y ordenanzas de construcción. Gentes que en realidad han hecho poquísimo para que se entienda la necesidad de construir la ciudad, de darle calidad de vida aunque sea mediante algo tan elemental como aceras caminables, que en muchas partes de Caracas siguen siendo una promesa.
Mientras que nuestra Facultad de Arquitectura fue fundada en 1950, en países como Chile, por ejemplo, la carrera existe desde hace un siglo y el status profesional del que disfrutan los colegas chilenos es muy superior al nuestro, bastando decir que ni siquiera tenemos una Ley de Ejercicio y que nuestro Colegio de Arquitectos se debate entre desaparecer y pagar las cuentas, en cierto modo absorbido y hasta silenciado por el Colegio de Ingenieros…también en situación precaria.
Es pues vivir en el Tercer Mundo nuestro problema. En un Tercer Mundo fomentado por la ignorancia política y el afán de controlar el Poder, de lo cual hemos tenido abundantes pruebas en los últimos dieciséis años.
Una muestra lamentable de esa situación la viví ayer, cuando se nos comunicó, a todos los colaboradores semanales de TalCual, el diario en el que aparecen los textos que luego incluyo en este blog, que habrá papel para imprimirlo (en Venezuela la importación de papel de diario debe aprobarla el gobierno porque no hay cambio libre de divisas) sólo en cantidades limitadas. En resumen, el diario deberá adelgazar y los fines de semana tendrá sólo dieciséis páginas. Aparte de eso, ha sido demandado su Director y un columnista por el Presidente de la Asamblea Nacional, un militar encumbrado y moralmente desprestigiado.
Así pues, que por un lado tenemos que hablar anclados en el atraso y por el otro sostener puntos de vista que nada interesan a sociedades que, aún con problemas, porque la crisis actual es global, están a una inmensa distancia de las barbaridades, precariedades, limitaciones, absurdos, que vivimos aquí.
DIA MUNDIAL DE LA ARQUITECTURA
Oscar Tenreiro /Publicado en el diario TalCual de Caracas el 4 de Octubre de 2014
Recibo un Boletín de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA) donde se recuerda que el 6 de Octubre es un día, como todos los años, para «organizar actividades …que enfaticen el papel del arquitecto y de la arquitectura en la vitalidad de los asentamientos urbanos y el bienestar de sus habitantes».
No deja de llamarme la atención que el día escogido sea el del nacimiento de Le Corbusier, algo que tal vez sirve de homenaje a un hombre cuya pasión por la capacidad transformadora de la arquitectura fue sin duda excepcional. Una pasión que fue ridiculizada como moralismo social, en provecho de un realismo que quiso presumir de lucidez y terminó siendo el regreso de un narcisismo que legitima arranques creativos cuyo principal fundamento es la arrogancia. De eso, es verdad, han sido siempre acusados los arquitectos, pero nunca como en los tiempos de la arquitectura del espectáculo recibió tanto aplauso.
De ese ascenso del narcisismo ha quedado poco, aparte de famas mal establecidas, pero podemos rescatar dos cosas: una, que se estableció con fuerza en la mentalidad general que la arquitectura puede en efecto transformar. Aunque la transformación la generen en algunos casos (tal vez los más conocidos) arquitecturas cuestionables, queda como sedimento positivo, muy positivo, su capacidad de generar transformación urbana a partir de la dinamización del espacio público.
Y lo segundo sería la necesidad de recalcar que la construcción de arquitectura es un acto social. Pretender que el arquitecto trabaja en un espacio vacío de predeterminaciones económicas, sociales y políticas es ya no ingenuo sino muestra de ceguera interesada, de pobreza de ideas.
II
Es lo que a veces ocurre con el discurso de algunas estrellas que construyeron y construyen para dictadores o sistemas antidemocráticos, que dan una sensación de oportunismo, de sobre-simplificación, de autocomplacencia artística, de justificación surgida del puro impulso expresivo. Se echa de menos entonces lo que muchos llamaron ingenuidad y que fue más bien fe en la responsabilidad cultural del acto de construir. Y cultura es la suma de experiencias de la sociedad en su conjunto, con la ciudad como escenario.
Asumir esa manera de entender lo que hacemos nos exige asumir tal como lo propone la definición de Villanueva, la condición de intelectuales. Y al mismo tiempo una dosis de ingenuidad indispensable para abordar temas como los que propone la UIA para este día mundial: nuestro papel en la vida de la ciudad y el bienestar de todos. Porque tendríamos que suponer lo que no es posible: que todo aquel con el título de arquitecto es poseedor de un conjunto de atributos ideales y entre ellos el de intelectual.
Pero de todos modos hay que insistir en la comprensión de la realidad en la que actuamos. Lo mismo que se le pide a cualquier egresado universitario. Pero con la añadidura de que en una sociedad como la nuestra, con instituciones desmanteladas o disminuidas, con un juego de intereses privados sepultado en el contexto depredador de un petroestado, pareciera fundamental llevar estos temas a la discusión política. Con la esperanza que desde lo público se estimule su incorporación a los intereses generales de la sociedad. En nuestra situación, parece inevitable que las prioridades extraviadas en la incoherencia populista sean restituidas con el protagonismo del Estado.
III
Derrotar la tradición populista implicaría valorar la mirada del arquitecto, potencialmente capaz de conectar mejor los mecanismos de formación de la ciudad, con los valores espaciales. Y eso hasta ahora no ha ocurrido. Antes bien, asombra la ausencia de consideraciones sobre la forma urbana a lo largo de todo el proceso de la democracia populista, quedando siempre como recuerdo lejanísimo, bienvenido hoy por todos, lo que ocurría en tiempos de la anterior dictadura, la de Pérez Jiménez.
Y es que se reprodujo en nuestro medio, como reflejo de lo que ocurrió en el mundo europeo en las décadas de la posguerra, una especie de dualidad, de oposición, entre la visión del urbanista y la del arquitecto, visiones llamadas a ser complementarias y nunca opuestas. Y ganó en reconocimiento político la primera; y como resultado la visión de ciudad dejó en un último término siempre lejano la necesidad de construir la ciudad con arquitectura, en provecho de las redes (infraestructura) y la zonificación reglamentada sin visión de ciudad.
Y hoy sufrimos las consecuencias de esa oposición. No sólo se han desperdiciado oportunidades sino que se instaló una versión del crecimiento urbano basada sólo en la regulación, o en consideraciones puramente políticas, como lo fueron los planes de vivienda de la Cuarta y lo ha sido esa irresponsabilidad actual llamada Misión Vivienda.
Pareciera pues que un día como hoy es propicio para reflexionar sobre la necesidad de que la Arquitectura, la construcción de la escena urbana, darle prioridad a lo cualitativo en la arquitectura institucional, que el proyecto urbano sea requisito de los planes de vivienda, abrir oportunidades para la conformación del espacio público, sean asuntos incorporados a la agenda política venezolana.
Proponer estos temas en una fecha conmemorativa podría ayudar a quienes se formaron en el cultivo de un urbanismo de corte técnico, a quienes reiteran generalidades que dejan demasiadas cosas en suspenso, que la calidad de vida urbana depende de manera muy importante del espacio público y que es la Arquitectura el instrumento esencial para su definición y conformación. Dicho de modo directo: sin Arquitectura no hay espacio público. Es eso lo que no puede olvidarse, es eso lo que hay que recordar una vez más.