Oscar Tenreiro / 29 Noviembre 07
Se aproxima el 2-12 en medio de muchas incidencias y esfuerzos oficiales por adornar la realidad. La Alcaldía Mayor vuelve a publicar cuatro páginas de El Nacional con las mismas generalidades sobre planificación, la fotografía de una casita para los barrios, alguna otra cosa que no recuerdo y la reafirmación revolucionaria del Alcalde. Cuatro páginas exactamente iguales a las que publicaron hace algunos meses. Bernal se mueve promoviendo acciones no del todo descaminadas (intenciones sobre Sabana Grande, tímidas iniciativas sobre la buhonería) pero no se le oye nada interesante sobre lo que esta capital exige. El hijo de papá (el verdadero, no los estudiantes) con su verbo limitado, no tiene nada que decir sobre el desprovisto territorio sobre el cual ejerce autoridad. De los otros tres Alcaldes dos se mueven y adelantan iniciativas que tienen el mérito de ser ejemplarizantes pero de alcance modesto frente a los inmensos problemas de Caracas. El del Hatillo es difícil saber donde está, qué piensa.
En este contexto, que se suma a la amplia y abusiva presencia propagandística de un régimen político cuya única coherencia es el culto al Caudillo, vale la pena preguntarse qué gana Caracas con la Reforma Constitucional.
Para no entrar en detalles jurídicos ni en comparaciones artículo por artículo que confieso no me interesan, pienso que pierde. Y mucho.
Siempre he dicho, en privado o frente a estudiantes, que la lucha por una mejor calidad de vida urbana en sociedades como la nuestra pasa por facilitar la aparición de nichos, dentro de las estructuras del Poder Público, que permitan el florecimiento de modos de pensar y de hacer distintos que los que prevalecen en los centros de Poder. La descentralización, al reforzar las Alcaldías y la definición autónoma de sus políticas ha contribuido en esa dirección. Si bien es verdad que algunos se quejan de que esta fragmentación del Poder en una ciudad como Caracas impide la elaboración de una política unitaria, yo prefiero observar que es esa fragmentación la que ha permitido surgir modos de actuar y de pensar la ciudad que, tímidamente, permiten pensar en un futuro más lúcido. El fiasco de la Alcaldía Mayor y su ausencia como instancia coordinadora tiene más que ver con la indefinición de sus atribuciones y la mediocridad sectaria de su Jefe que con la fragmentación de la autoridad.
Bastante se ha dicho que la Reforma Constitucional regresa a una visión centralizadora. Y muchos arquitectos o urbanistas amigos del Régimen, y también de la oposición, ven con buenos ojos la existencia de una autoridad única para todo el espacio de la gran Caracas, siendo la diferencia entre unos y otros creer o no que esa autoridad deba provenir de decisiones democráticas. Ambas posiciones cometen sin embargo el mismo error: desconfiar en los acuerdos democráticos como vía para la definición de una política sobre la ciudad. Y eso hoy en día no es retórica, es conocimiento de la ciudad. Lo demuestran experiencias en todo el mundo.
Es fundamental no perder de vista que una visión centralizadora (que no es lo mismo que coordinadora) va en contra de la aparición de nichos de disidencia en el mejor sentido de la palabra. La disidencia, cuando se afirma en una visión democrática en la cual el ciudadano aprueba o castiga con su voto, es una disidencia bienvenida para la ciudad. Podemos aprender esa lección de muchas ciudades europeas.
Lo que ha venido ocurriendo por ejemplo en Barquisimeto con el Alcalde Falcón es precisamente eso. Falcón puede ser visto como un disidente del régimen, porque promueve una forma de actuación y de vinculación con las fuerzas actuantes en la ciudad que busca el encuentro y no la confrontación. Otro ejemplo podría ser Paco Cabrera en Valencia. Y por supuesto está el ejemplo de Caracas, donde me parece objetivo que las alcaldías disidentes son las que pueden mostrar un modo de actuación respaldado por una visión coherente de la ciudad.
Con esto no estoy afirmando una preferencia política, estoy más bien defendiendo un modo de ejercicio del Poder Público en la ciudad que sería avasallado y erosionado irremisiblemente por la Reforma.
Los partidarios del Régimen que se interesan por la ciudad harían bien en pensar un poco sobre el escenario que se propone. Ellos saben que la capacidad de influir positivamente en las decisiones sobre la ciudad está claramente mediatizada o limitada por la lucha de facciones, que está en el origen de la confusión sobre La Carlota, los incoherentes planes del Taller Caracas o la falta de Proyectos Urbanos serios luego de nueve años de Poder. Si el escenario de la Reforma se hiciese realidad, la centralización del Poder Público en Caracas tal vez eliminaría parcialmente esa mediatización, pero introduciría otra mucho peor: la dependencia del Presidente de la República para el nombramiento de esa autoridad central, lo que permite esperar la misma lucha de facciones (en pos del nombramiento) pero a un nivel más alto. Si ese Jefe es el Caudillo, porque la Reforma aspira a que ejerza su función hasta la muerte, la situación es más crítica porque es dable esperar que tengamos como Neo-Gobernador de Caracas a algún recién llegado ducho en la adulación o “buen revolucionario”, como lo son casi todos los miembros del Gabinete actual. Si por fortuna acertara en la designación de una persona idónea ¿es posible esperar que le dé autonomía real en la formulación de políticas un Caudillo agresivo y soez con la disidencia, que pretende manejar todo según sus estados de ánimo o sus estrategias de dominación?
Hacer del ciudadano libre protagonista de los procesos de designación de autoridades que entiendan la dinámica urbana y actúen en consecuencia, es esencial para la ciudad venezolana. No implantar esquemas jurídicos propios de un proyecto político atrasado que olvida las experiencias vividas aquí y en el mundo. Y mucho menos aspirar a que la capital de este país sea instrumento político de un caudillo. No lo acepto como caraqueño ni como venezolano. Por eso y por muchas otras cosas diré NO el Domingo.