Oscar Tenreiro
Regreso y la ciudad estaba allí. No voy a decir que recordé el poema, pero un amigo al saludarme fugazmente lo menciona y es verdad que se lo envié a mi nieta quien se lo aprendió casi de memoria. Ella ya poco recuerda, o se le ha hecho borrosa, la montaña que tengo el privilegio de ver, presencia permanente, desde mi refugio. Puede ser que nunca llegue para ella y su hermana, creciendo y educándose en otra parte, a ser lo que significa para mí. Una especie de grito natural, si la figura puede tener sentido, que siempre lo interpreto como cosa personal. Pero sé que para mi hija es casi lo mismo (me lo ha dado a entender). Y todo lo que vincula al lugar. Como por ejemplo que un árbol de mango dio por fin frutos, justo cuando era su último día de universidad. Creo que lo recordó en su examen oral porque era, creo, una especie de tesis, y como estuve presente, eso me sacudió hasta tal punto que hoy lo recuerdo bien. Y fue hace bastante tiempo. Antes de la pesadilla, la cual al menos sirve para medir el tiempo que va pasando. Que es ya grande y puede decirse sin dudarlo que abarca casi toda una vida. Tanta mayor razón para lamentarla.
Nos lleva a casa desde el aeropuerto el hijo menor, quien también tiene proyectos de salir de aquí dicho sea de paso, y en el camino, ya en la ciudad, vemos alboroto en un supermercado: ha llegado papel higiénico. A hacer cola pues llaman, porque mañana puede ser peor y ese producto es de primerísima necesidad. Así que la familia hace cola: cuatro rollos por persona. Desde ese día hasta hoy sábado (llegamos un lunes) he hecho cola tres veces. Otra más para papel y el resto para harina de arepas porque no puedo vivir sin comer arepa. Me lo dijo hace tiempo un médico naturista nacido en Bélgica y quien murió en Venezuela insistiendo en que todas las comidas naturales de una región eran por eso mismo benéficas y favorables a la salud. Lo aprendí y como arepa todos los días.
En la cola, al menos ese día y porque no era a pleno sol, había un cierto humor. O tal vez será que el de adelante sonreía y estaba con su hijo pequeño (los niños siempre están de buen humor) y el de atrás parecía despreocupado y paciente. Y cuando hice la cola de harina-pan, al llegar a la caja me señalaron que mi cédula de identidad no me permitía comprar. Cuando devolvía la harina, una señora de atrás, persona evidentemente de origen modesto, me dice no se preocupe, ya yo tengo harina y pongo mi cédula por usted. Solidaridad en su nivel más simple y también cierto humor. Ante los absurdos que vivimos ayuda mucho el buen humor. Es más, resulta indispensable. Y sobre todo la solidaridad.
Pero vuelvo a la naturaleza.
Una vez oí a una persona que estimo que él tenía su propia geografía venezolana y describía ciertos lugares olvidándose deliberadamente de los demás. A mí me pasa lo mismo. Soy el único de los hermanos que nací en Caracas porque mi madre se había mudado para acá temporalmente estando a espera de mi nacimiento. Y tuvo algunos problemas conmigo, no sé de qué tipo, que alguna vez me recordó, y se tuvo que trasladar a la Clínica Córdoba para que la atendiera el Dr. Gutiérrez Alfaro. Así que fui el único que no vino al mundo en la casa. Soy pues caraqueño por esa razón tan particular y he continuado siéndolo pese a todos los enormes problemas y dificultades de vivir en esta ciudad.
Y en el camino a casa me dediqué a observar con atención.
Y redescubrí por ejemplo la luz. Es una luz muy especial la de Caracas. Difícil describirlo. Tendrá que ver con que se refleja en la montaña tutelar, o con la claridad del día, o con la época del año porque es seguro que en Diciembre cuando el sol se retira hacia el Sur la montaña adquiere una brillantez muy propia. Y son ya muchos años (cincuenta) viéndola de frente todos los días desde la atalaya que en cierto modo es mi casa. Así que sé más o menos cómo se comporta. De vez en cuando me llama y me dice dedícame un tiempo para verme, hoy estoy de lo mejor.
Y ver la montaña también me lleva hasta esa naturaleza que fue siempre una constante de mi adolescencia, sobre todo la del borde de costa donde se dieron años de infancia y que después me dediqué a recorrer. De eso podría hablar tanto.
Lo que sé es que esos paisajes, esa conexión con una de las cosas esenciales que definen esta tierra, son parte de lo que soy. No podré terminar el tiempo que me queda lejos de ellos como telón de fondo de esa otra geografía que es la de los afectos.
Por eso yo no pude ser nunca un candidato para salir de aquí. No podría hacerlo sin quitarme algo demasiado importante.
Y por ahora resisto estas peculiares humillaciones que inflige a su gente la pandilla gobernante de un país que ha sido regado por riquezas materiales, pero donde se hace cola mendicante para tener acceso a lo más elemental.
Es surrealista, pero es pasajero. Es un momento negro que tenemos que asimilar.
Difícil por supuesto, pero momento que quedará atrás y tal vez nos haga mejores, al menos mientras lo recordamos. Porque olvidamos. Menos mal por cierto, porque ya Borges describió el grave problema de recordar demasiado. No somos como Funes. Olvidaremos y recomenzará todo. ¿Será el eterno retorno?
Y una cosa que podemos aprender en estos momentos es que nos iguala la necesidad. Y eso no está tan mal. Ser humillado ayuda a templar el alma.
Como arquitecto que algunos suponen que la paso muy bien, me adapto a la idea de hacer cola y me hace gracia imaginarme a Norman Foster o Renzo Piano como compañeros en pos de harina-pan. Supongo que eso nos distingue de modo especial a los arquitectos venezolanos, o por lo menos a algunos de ellos. Y por cierto señala, no es en absoluto inútil recordarlo bien, las inmensas diferencias entre los medios que vivimos y esperan de nosotros una arquitectura, Y no es que suponga que se construye un edificio haciendo cola para comprar materiales, pero casi es eso lo que en este momento está pasando. ¿No nos marca eso de algún modo? ¿No nos dice algo? ¿No conforma de alguna manera nuestras respuestas? ¿No le da fisonomía a un punto de vista? ¿Incluso estético?
No sé cual escritor europeo que leí hace mucho tiempo decía que el cristianismo habría impuesto su verdad en el mundo el día en el que pudiéramos decir: ¿Ve usted ese señor en aquella cola? Es el Papa. Supongo que lo decía porque ese acto sería demostrativo de humildad, de esa Humildad y Paciencia que recuerda el mundo católico por los días de Semana Santa.
Aceptemos pues haciendo acopio de humor y reflexionando, las humillantes colas. Y resistamos.