Oscar Tenreiro
Un amigo arquitecto gallego, treinta y tantos años más joven que yo, me escribe el pasado 15 de Agosto:
“Je vous salue Marie”…Hace apenas una hora hemos dejado Notre Dame du Haut, Ronchamp, después de pasar el día de romería…Hoy es un día grande, Santa María. Y hoy ha sido un día bien emocionante. Ver otra vez la capilla de Corbu, y verla llena de verdad popular en el momento de la celebración de la Eucaristía en su día grande ha sido un verdadero regalo…le puse unas cuantas velas a la Virgen que lucía radiante, luminosa, en su día, allá arriba entre los verdes, amarillos y rojos con que el maestro pintó la hornacina que la guarda (hoy vi como giraba a la tarde para volver a mirar hacia dentro de la capilla. Pasó el día mirando a naciente)…
Qué decir de esta obra maestra de Le Corbusier. Creo que nunca la había visto tan hermosa, tan elocuente y sabia. Cuanta grandeza en tanta humildad…
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Esas palabras me llegaron en un momento en el cual el ánimo quería seguir trabado por esas realidades funestas que los venezolanos de hoy vivimos habitualmente y que conspiran contra nuestra capacidad de elevarnos sobre las circunstancias. Un momento gris que se suma a otros también grises y a veces forman barrera.
Y despertaron en mí reminiscencias.
Que me llevaron en muchas direcciones, una de ellas hacia mi llegada a Chile un trece de Agosto de 1960 para iniciar mi vida adulta, casarme, fundar un hogar, teniendo muy presente que dos días después se celebraba la fiesta de la Asunción de la Virgen (de la Dormition como se la ha llamado desde los primeros siglos). Coincidencia de fechas que veía de modo especial en esos tiempos juveniles.
Y sentí el impulso de escribir sobre eso, sobre la coincidencia de entonces y la de ahora.
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Regresé hacia la Asunción y me impactó descubrir, tanto tiempo después de creer lo contrario, que la Dormition no se menciona en las Escrituras. No lo sabía y me asaltó el desconcierto. ¿Otro argumento más a favor de la duda?
Pero la reminiscencia era rica, amplia, y me llevó al primer libro que leí de Karl Gustav Jung, Respuesta a Job, que incluye una sección que me dejó una marca profunda que ahora reaparecía, comentario a la proclamación el 1º de Noviembre de 1950 por el Papa Pío XII (apenas dos años antes de la publicación del libro) del Dogma de la Asunción de la Virgen María. Y allí estaba en la web el texto completo del libro y al final el capítulo 19, titulado El Dogma de la Asunción de donde extraigo este fragmento, ahora lleno de nuevo sentido: “…Para la orientación histórica y racionalista, la Asunción significa una bofetada en el rostro, y lo seguirá significando mientras quiera seguir aferrada a los argumentos de la razón y de la historia…”
Ese salto por encima de lo histórico-racional para radicarse en la Fe podía en alguna forma, (sin que en ese tiempo juvenil estuviera yo consciente de ello), resumir mi actitud hace más de cincuenta años ante lo que la vida me iba ofreciendo. Y en ello, por motivos que sería largo explicar aquí, tuvo un papel muy fuerte je vous salue Marie. Por eso el 15 de Agosto nunca ha dejado de hablarme, como ahora me habló, más allá de los movimientos espasmódicos o problemáticos de mi fe religiosa.
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En la Respuesta a Job, hay muchas cosas que arrojan luz.
Por ejemplo, en el Prólogo:
…todo el que habla de estos temas corre el peligro de caer en uno de los dos bandos en pugna en torno de estos objetos. Esta disputa tiene su fundamento en el peculiar presupuesto de que algo es “verdadero” únicamente cuando se presenta o ha presentado como hecho “físico”…. El que algo sea una realidad “física” no es el único criterio de verdad. También existen realidades “anímicas”, las cuales no pueden ni explicarse ni probarse, pero tampoco negarse, físicamente.
Y ya en el capítulo sobre la Asunción:
…Desde hace más de 1000 años se daba por hecho que la madre de Dios se encontraba junto a la Trinidad…Pero una verdad de este género no se abre paso en el tiempo hasta que no es proclamada o redescubierta solemnemente
El 15 de Agosto me habló pues de nuevo. Enriquecí mi perspectiva de un tema difícil para quien soy hoy. Ahora habló a un hombre más prevenido, menos abierto, marcado ya por dudas y preguntas, el Otro del cuento de Borges (…el hombre de ayer no es el hombre de hoy sentenció algún griego…), a quien le ha sido necesario un gran esfuerzo para entender los mensajes que de modo tan sorpresivo surgían desde las frases espontáneas de mi amigo.
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Venidas desde un monumento que tiene mucho de mítico para nosotros los arquitectos. Donde se expresaron los dones de un hombre que siendo activísimo portavoz de un racionalismo de ruptura nunca dejó de tener conciencia de que la capacidad de la arquitectura para conmover constituía su atributo central, su objetivo más alto. Conciencia que le permitió abrirse al sentido de lo sagrado (…le sens du sacré…) y pronunciar una oración escrita con esa admirable caligrafía que echa raíces en el conocimiento técnico, y se expande en el concierto ordenado, riguroso, de muros y superficies, texturas, colores y la ausencia de ellos, de manejo de la luz, todo orientado como propósito último (esa secreta esperanza que todos los arquitectos tenemos y sólo en algunos se da) a dar cumplimiento a la tarea de convertir el edificio en homenaje, en este caso al misterio personificado por la Virgen en su hornacina. Un homenaje que mi amigo acierta al llamarlo grandeza basada en la humildad, atributo que le da al monumento el carácter de testimonio espiritual, o cultural si se prefiere, en el sentido más profundo de la palabra.
Es un modo de entender la arquitectura que hoy parece relegado, oscurecido por la codicia, pecado original de nosotros los arquitectos, siempre atraídos por causar efecto, por el brillo, por el pulimento, por el refinamiento. Con ese carácter su imagen permanece en nuestra sensibilidad. Ese monumento en el tope de una colina que era sagrada ya en los muy antiguos tiempos, se ha convertido, milagro de la gran arquitectura, en símbolo de la realidad del alma, de la cual habla también Jung en el texto que redescubrí. La emoción de un amigo perteneciente a otras generaciones, otras realidades geográficas y culturales, otros mundos de afectos, se hicieron mi emoción y a partir de ella se desplegaron muchos estímulos. Esa es la gran virtud del Arte, de las obras del ser humano que han logrado trascender.
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Pero tenía otras cosas que decirme el 15 de Agosto, en este momento tan oscuro que vivimos aquí, y que, insisto en ello, pesa sobre nuestro ánimo de un modo que a ratos parece definitivo. Somos objeto los venezolanos de un ejercicio de la malignidad desde el Poder político, de la manipulación, del abuso más despiadado, de un modo que nunca pensamos que sería posible y que lleva ya demasiado tiempo erosionando nuestra capacidad de resistencia.
Me apoyo entonces en el mensaje de estos momentos de reminiscencia, y regreso a lo vivido no para verlo con nostalgia sino para tomar nuevo impulso ante la realidad que se nos ofrece, problemática, difícil, confiado en que un espacio nuevo debe nacer, tiene que nacer.
Eso estaba ante mí cuando hace cincuenta y tantos años pretendía abrir un nuevo capítulo vital en un país lejano al nuestro que en ese momento parecía encerrar muchas enseñanzas. Desde allí creía ver abrirse caminos de realización. Y así fue. Más allá de los tropiezos, las señales más importantes permanecieron por encima de la confusión ocasional, de algún desvarío, de la desorientación, y me permiten hoy hacer estas reflexiones.
Desde esas vivencias reeditadas, enriquecidas, puedo decir con convicción que el próximo primer día de Septiembre será derrotada en mi país la mentira como programa político, la iniquidad como instrumento de sujeción. Me permite suponerlo la intensidad con la que me llegan las emociones de aquel 13 de Agosto lejano, antesala de una conmemoración solemne. Y se suma a ellas, afirmando la esperanza, la fuerza simbólica de un edificio.
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