ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Estimados amigos del blog:
En la tipografía clásica los errores se achacan al «duende del Taller» En el mundo de la Informática el duende es uno mismo. Les pido excusas porque el último artículo «Cincuenta Años» salió al final con una serie de   textos preparatorios que habían sido descartados. Se ve que los cincuenta años me han afectado un poco.
Oscar Tenreiro

Oscar Tenreiro / 30 de Agosto 2010

En estos días de Agosto mi promoción de la Facultad de Arquitectura de la UCV cumple cincuenta años. Uno de mis compañeros de entonces, hoy colega, Jorge Romero Vieitez, me llama para decirme de la intención de reunirnos el domingo que acaba de pasar. Su amabilidad y cariño me convencieron. Quise ir y además tomé muy en serio su petición de pronunciar unas palabras, tarea que imagino me encomendó él y quienes lo ayudaron en la preparación del encuentro, porque soy el único del grupo que anda por allí escribiendo. Y comienzo a escribir esto el día de la reunión, con la idea de hacer como un contrapunto público a lo que voy a decir en la intimidad del grupo.

Trato de descubrir qué caracterizaba a ese curso de adolescentes dispuestos a estudiar arquitectura en 1955. Y lo que surge con fuerza en el recuerdo era común a muchos jóvenes de ese tiempo venezolano: optimismo y una ilimitada confianza en el futuro. El país se abría a una modernización que parecía segura y nuestra percepción de las contradicciones políticas del momento apenas se asomaban tras la febril actividad de construcción de realidades y proyectos que era común entonces. El país avanzaba en todos los terrenos con mayor o menor intensidad y la corriente subterránea que cuestionaba el contexto político era eso, subterránea. No sólo porque vivíamos una dictadura que se encargaba de acallar la disidencia, sino porque a esos impulsos los superaba el deseo de darle forma a un futuro.

Pero lo que viviríamos iba a dejar huella en nosotros. El permanente choque con la discontinuidad, la fragmentación, los prejuicios, la indiferencia, y sobre todo la confusión de las cuatro últimas décadas, destruyó mucho de la fe inicial. Hoy sentimos nostalgia, no por la juventud sino por aquella fe. Una fe que hizo germinar muy buenas cosas que hoy han desaparecido con ella. Entre ellas el entramado de tensiones y expectativas que dio forma a una arquitectura nacida aquí, que para nosotros era referencia primordial.

Porque como estudiantes nuestras referencias preferentes eran los arquitectos de aquí y lo que estaban haciendo o queriendo hacer. No lo de afuera y los de afuera. Estábamos bien informados, los libros y revistas circulaban, se conocía lo que buscaba la arquitectura en el mundo, pero nosotros éramos centro. Cuando viajé en Septiembre de 1958 con Gonzalo Castellanos Monagas nuestro compañero de dos cursos anteriores, a un Congreso de Estudiantes de Arquitectura en Chile, llevábamos colecciones completas de la revista Integral, dedicada fundamentalmente a ilustrar lo que aquí se hacía, que suscitaban la general admiración de nuestros compañeros chilenos y latinoamericanos.

La noción de ser centro la compartíamos en esos años con los brasileños, mientras que en Perú, Chile, Uruguay y Argentina la sensación era de estancamiento. No me arriesgo a decir cuanto han cambiado esos países pero sí cuanto ha cambiado el nuestro. Se han invertido los papeles de manera dramática. Los brasileños continúan en su afirmación confiada frente al mundo y nosotros somos periferia estancada que revive viejos fantasmas.

Palabras.

Retomo este texto después de haber hablado en la reunión. Hablé en primer lugar de la Providencia, un principio con raíces religiosas que está en toda persona. Que suscita la pregunta sobre la razón de haber estado juntos. Y supongo que dos de nuestros profesores allí presentes: Graziano Gasparini y Martín Vegas, se hicieron otra pregunta, la que cada docente se hace con frecuencia: ¿cual pudo ser mi mensaje? Ambas respuestas pertenecen a la intimidad de cada uno.

Tenía que recordar las inevitables anécdotas estudiantiles y así lo hice. Y siendo cierto que los que allí estábamos podíamos citar logros y satisfacciones, me pareció que lo que vivimos hoy y evoco más arriba casi en términos de fracaso colectivo, sugiere reflexión antes que complacencia. Por eso, al concluir dije lo que sigue:

«La nostalgia y el recuerdo nos alimentan y podemos sacar de ellos muchas buenas enseñanzas. Y también nos confrontan con lo que esperábamos vivir y lo que hemos vivido. Por eso me detengo en el impacto político en mitad de la carrera (corría 1958) que comenté hace un momento, lo recalco porque sabemos ya hoy que el dualismo político no conduce a ninguna parte. El que vivimos en ese tiempo fue análogo al de hoy. Fomentó antipatías y hasta odios, permitió que el ambiente fuese amenazante. Y es muy importante que como personas que hemos vivido la futilidad de esas conductas, como gentes que hemos visto alejar de modo impensable las imágenes de un país entregado a crecer, a madurar y hacerse mejor, le digamos a los más jóvenes que llegó el momento de abrir espacio para un modo de convivir que no divida la sociedad entre buenos y malos. Somos todos buenos y malos a la vez. Lo sabemos a nuestra edad y por eso no podemos seguir tolerando separaciones que sabemos que han destruido, dañado, ahogado las mejores cosas…»

Y mientras buscaba la foto para hoy me encuentro la imagen y las líneas que aquí publico, en una de las páginas del «Poema del Ángulo Recto» que Le Corbusier escribió e ilustró entre 1947 y 1955, en tiempos parecidos a los que hoy vivimos aquí, cuando Francia y buena parte de Europa estaba paralizada y dividida por discordias con vocación de permanencia. Allí dice Corbu lo que podríamos decir muchos venezolanos de hoy, además de los que estuvimos juntos el pasado Domingo:

«He pensado que dos manos y sus dedos entrelazados expresan esa derecha y esa izquierda despiadadamente solidarias y tan necesariamente a conciliar. Única posibilidad de supervivencia que se ofrece a la vida.»

Una vez más el arte nos revela su universalidad y permanente enseñanza.

Le Corbusier. Angulo Recto