Oscar Tenreiro / 18 de Septiembre 2008
En un reportaje de El Nacional se hablaba el Domingo pasado de las promesas incumplidas del Régimen en cuanto a construir y rehabilitar escuelas. Lo acompañaba una foto que lo decía todo: unos obreros semivestidos y sin protección alguna de seguridad, sobre un techo de bloques de arcilla y perfiles estructurales esperando el próximo balde de mortero.
Esa imagen resume lo que ha sido la revolución de palabras del Caudillo. Construir así un techo es lo menos aconsejable para nuestro clima no sólo por su baja inercia térmica sino porque la grilla metálica lo convierte en una verdadera parrilla de asar…alumnos o maestros. Dejaba clara la imagen, que pese a todos los esfuerzos que se hicieron para fijar unos standards mínimos para construcciones escolares, se sigue actuando hoy según los principios de “ranchificación” típicos de la acción del Estado central, con escasas excepciones.
Cualquier funcionario sabe que el Estado venezolano es muy lento, ineficaz y mediocre en lo administrativo. Si se “asignan” unos recursos económicos, pasan meses antes de que estén disponibles. Y cuando están disponibles el papeleo para movilizar pagos es tan problemático que un constructor esperará también meses antes de cobrar. Como además, la tesis oficial es que los contratos de reparación se le dan a pequeñas empresas muy improvisadas, (pero dispuestas a dar comisión), que no tienen recursos de capital, la tardanza paraliza la obra. Esto tiene dos formas de corregirse: haciendo un esfuerzo para agilizar los procedimientos o contratar a empresas que puedan asumir un cierto número de pequeños contratos y esperar por los pagos. Lo primero no se ha hecho en diez años. Y lo segundo es impensable porque el Presidente y sus adulantes “odian” a los contratistas. Salvo a los que dan comisión, que son muchos.
El Cinismo como ideología.
En este aspecto como en muchos otros lo que exhibe el régimen es un cuadro de hipocresía, ineficacia, atraso, de absurdo en definitiva, que compromete cualquier objetivo numérico, induce al despilfarro porque prolonga innecesariamente los procesos de construcción de las cosas más simples, y hace casi imposible lograr un buen nivel de resultados . El recurso que queda es prometer sin perder el sueño por cumplir pero eso sí, hablando orgullosamente de “ideología” y del dinero a invertir, millardos y más millardos petroleros que le han ganado el régimen a nivel popular el nombre de “la revolución de los millardos”
La realidad es que en más de diez años de gobierno el régimen no puede mostrar una sola escuela bolivariana digna de ser admirada como arquitectura, o simplemente como institución que muestre sus intenciones educativas. Si existiera, el llamado Museo de la Arquitectura, hubiera tenido un ejemplo y su revolucionario director no hubiera tenido que mandar a la Bienal de Venecia los tristes “módulos de Barrio Adentro”. Al hacerlo practica el cinismo, sobre todo si se toma en cuenta que él mismo gastó unos cuantos minutos hace algún tiempo en escribir un artículo elogiando el Museo de Bilbao de Frank Gehry. Se elogia a Gehry porque está de moda y a Barrio Adentro porque hay que adularle al Poder. Eso se llama cinismo, como bien señalaba hace poco el colega Marco Negrón. Aquí se puede aplicar el viejo dicho de que la inteligencia tiene límites pero la estupidez no. Y el cinismo es estupidez. Se devuelve contra quien lo practica.
La escuelas no son cascarones.
Una institución educativa no puede ser simplemente un cascarón improvisado donde se quiere llevar a cabo un “proyecto educativo”. Ese proyecto educativo, sea o no “revolucionario” tiene que incluir una crítica a la escuela como edificio. Esta revolución de pacotilla, a pesar de sus dólares, ha ignorado que una escuela tiene que ofrecer confort para alumnos y profesores, facilidades para la comunidad, estar equipada de modo completo, ser mantenida con esmero con participación amplia de la comunidad. Las escuelas (y debo agregar también las cárceles y los hospitales) son la muestra más clara de lo que pudiéramos llamar el “alma” de un régimen político. Por eso fuimos tan críticos de lo que en ese aspecto podía ofrecer la democracia venezolana. En eso nos seguía el actual Ministro del Habitat cuando no había hipotecado su lucidez. Todavía Venezuela puede utilizar las escuelas construidas con presupuestos limitadísimos en tiempos de Medina Angarita, de la primera etapa democrática después del 45, de los tiempos de Perez Jiménez o de los primeros años sesenta. Pero después irrumpió el populismo a construir ruinas prematuras. Y hoy los revolucionarios de papel siguen por ese mismo camino con los ingresos más altos de nuestra historia.
Eso lo sabía, porque lo decía cuando era Alcalde. Aristóbulo Istúriz. Pero lo calló como Ministro de Educación. Y lo sigue callando porque la oportunidad lo exige. O sea que además de cínico es oportunista.