Oscar Tenreiro / Jueves 2 de Octubre 2011
Manuel Delgado, arquitecto venezolano de la UCV, organizó un evento la semana pasada en la Escuela de Arquitectura del Wentworth Institute en la ciudad de Boston, donde es actualmente profesor, apoyado por la Fundación de la Cultura Urbana de Caracas, para divulgar lo que se ha hecho en los últimos años desde la Alcaldía de Medellín, Colombia, y simultáneamente exponer nuestra situación, la de Caracas, destacando un ejemplo llevado adelante por la Alcaldía de Baruta, la construcción del Ambulatorio del barrio Las Minas, del cual fui proyectista. Lo de Medellín data de varios años, diez o más, pero destaca la gestión de cuatro años del Alcalde Sergio Fajardo, un matemático entregado a la política, quien traspasado su cargo desde Enero al sucesor electo de su mismo grupo político, aspira a la presidencia de Colombia. Fajardo, y los arquitectos Alejandro Etcheverri y Jorge Perez Jaramillo hablaron por Medellín; y por Caracas María Isabel Peña, directora del Instituto de Urbanismo de la UCV, el Arq. William Niño Araque y mi persona, apoyados por Delgado y el Arq. Carlos Brillembourg, venezolano residente en EUA.
UN PAIS HERIDO
Encuentros como éste dejan al descubierto la menguada hora que vivimos en Venezuela. En cuatro años de ejercicio del Alcalde Fajardo se construyeron unas quince escuelas con una inversión de 4.5 millones de dólares cada una, un Jardín Botánico y anexos de cuarenta millones de dólares y unos treinta parques-bibliotecas de millón y medio por unidad. Eso, fuera de las inversiones en infraestructuras tan ambiciosas como las requeridas por el sistema de transporte por cable que sirve a los barrios de la ciudad. Y todo con fondos propios. El contraste con Caracas es dramático: nuestro Ambulatorio, por ejemplo, costó 3.5 millones de dólares y entre proyecto y construcción pasaron siete años. La Alcaldía de Baruta no lo podía pagar completo y debió esperar que el gobierno central suministrara los fondos. Los negó hasta que lo obligó la presión comunitaria.
Además, de la exposición de Peña se deducía, entre líneas porque Maria Isabel se expresa con prudencia institucional, que los auspiciosos concursos de intervención en nuestros barrios, anteriores al año 2000, se habían interrumpido derrotados por la mediocre “línea dura” oficialista. En once años de un gobierno que dice trabajar por el pueblo, lo hecho en Caracas en nuestros barrios no supera lo que el populismo siempre hizo: paños calientes. Complementados ahora con una “organización comunitaria” que exige lealtad política. Todo queda más o menos igual, tal vez con mejor infraestructura pero con la misma baja calidad de vida urbana, sin escuelas dignas, equipadas, sin centros de salud modernos, sin bibliotecas, sin amenidades urbanas, todo lo que va haciéndose en Medellín..y acosadas por la delincuencia.
Oír sobre Medellín y dar de seguidas la impresión de que nosotros no nos quedamos atrás podía parecer caricaturesco. Era necesario mostrar sin complejos los alcances de lo que hemos podido lograr para debatir sobre los estrangulamientos, políticos y culturales, que han impedido actuar sobre nuestra capital pese a los fajos de dólares que el Caudillo reparte por el mundo. Algo de eso se dio a entender.
ENTRE POLARIZACIÓN YSUPERFICIALIDAD.
Nuestros colegas colombianos nos hacían notar en privado nuestra incómoda obsesión por la escena política. Traté de trasmitirles que el peso de esa escena era tal que superarla era prioritario. De allí parte la reflexión que sigue.
Vivimos un rentismo petrolero exacerbado que esparce excedentes económicos que permiten a muchos escapar un poco de la supervivencia, especialmente en las clases profesionales. Esa región de “no-necesidad” permite practicar una cierta indiferencia frente a la destrucción institucional de nuestro país. Esa región de indiferencia, análoga a la de los sectores académicos en tiempos del fascismo europeo, ha sido un buen aliado del proyecto totalitario del régimen. A la polarización se opone pues esa indiferencia “cool”. Pienso que la interesada indiferencia y la polarización acrítica son dos superficialidades que reducen la realidad y alimentan el estancamiento cultural venezolano, que es grave.
Esto tiene una curiosa correspondencia en el discurso político de los candidatos a las alcaldías de Caracas; por una parte en la retórica “revolucionaria” del oficialismo como única bandera y por la otra en la falta de propuestas de fondo en los candidatos de la oposición y en su oportunista indiferencia frente a las amenazas totalitarias. Al populismo reinante se le opone un populismo disidente tan vacío como aquél. Y nos queda entonces envidiar un poco la esperanzadora realidad actual de Medellín marcada por una lucidez política visible en el discurso de Fajardo, alejado de las pequeñeces, renovador.