Oscar Tenreiro
Las entradas tituladas Todo Llega al Mar, numeradas del 1 al 13, son parte del texto del libro con el mismo título que publiqué en abril de 2019, comenzado a redactar un año antes. Mi intención era que el texto del libro estuviese también en este Blog, idea inadecuada que abandoné. Reproducen, con ciertas diferencias, las páginas del libro desde la 33 a la 67.
Ortega y Gasset en su libro El tema de nuestro tiempo publicado en 1923, habla de La Doctrina del Punto de Vista[1].La cual podría explicarse en pocas palabras diciendo que toda apreciación de lo inteligible o lo que nos acontece depende de nuestro punto de vista, o dicho con sus palabras, todo conocimiento es desde un punto de vista determinado. Esta formulación de Ortega nace del deseo de dar a la visión individual un valor considerable si bien nada excluyente, porque al mismo tiempo que escribe que cada individuo es un punto de vista esencial (como modo personal de ver las cosas que se convierte en versión individual de lo que nos rodea) insiste en la complementariedad de los distintos puntos de vista. Nociones que me resultan útiles para decir que ya en esos tiempos cercanos al fin de mis estudios básicos se iba perfilando mi punto de vista respecto a la Arquitectura, el cual estaba marcado desde entonces y continúa marcado hoy por la idea de que la arquitectura responde a necesidades y que es a partir de esa respuesta[2]de donde surge, se desarrolla y evoluciona la forma arquitectónica. Trabajar en un sentido determinado que es personal e intransferible ese conjunto con frecuencia confuso de factores que se potencian o anulan los unos a los otros, mucho más que los impulsos de carácter artístico con todo lo que esta palabra implica, era para mí y es aún hoy, la labor del arquitecto.
Aclaro que entonces no hubiera podido referirme a ese punto de vista que comenzaba a madurar, con las mismas palabras con las que lo digo ahora, pero si sé que desde entonces me distanciaba –ya lo he dado a entender varias veces a lo largo de este texto– de la pretensión del arquitecto que dominado por la idea de que es sobre todo un creador, trata de trascender a priori los límites que impone la necesidad en busca de lo puramente expresivo. Pero así como Ortega insiste en que los distintos puntos de vista son complementarios, ambas posturas, la que privilegia la respuesta a necesidades como origen o la que se nutre sobre todo de la idea de creación, lo son igualmente; no pierden sino moderan su valor de verdad frente a la otra. Pero la que se perfilaba en mí con fuerza era la primera, repito, formulada sólo torpemente, más bien balbuceada y poco definida en mi conciencia. Era allí donde estaba y de allí partí para tomar muchas de las decisiones de los años siguientes.
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Tuve de modo inesperado mi primera experiencia de construcción, la cual logré colar entre las tantas cosas que reclamaban mi tiempo. Se trataba de un encargo que Jesús Tenreiro había recibido de un familiar cercano, una casa en la ciudad de Valencia a 150 kilómetros de Caracas, sobre la cual él había ya elaborado un Anteproyecto que puso en mis manos para que yo continuara su desarrollo puesto que él se ausentaría del país hacia Londres, donde iba a estar un tiempo como becario de nuestra Universidad.
Era una casa-patio, cuyo tratamiento externo imitaba la estructura de la Casa Farnsworth (1946-51) una obra clásica –obra maestra muy admirada en esos años– de Mies van der Rohe, una estructura metálica en la cual las columnas se adosan a las losas de piso y techo y continúan hasta el suelo suspendiendo la casa sobre el terreno.
El detalle del adosamiento Jesús lo convirtió en tema predominante sin darle demasiada importancia a que se tratase de un detalle típicamente metálico, muy ajeno al sistema constructivo a utilizar: una estructura de columnas y vigas de concreto con losas nervadas. Esa especie de disonancia no era algo convincente para mí, así que la abandoné, como tampoco me pareció bien el sugerir que la losa de piso flotaba sobre el terreno como podía deducirse de los esquemas que me entregó, en los cuales parecía separada del terreno; esto último porque se trataba de un terreno entre medianeras completamente plano y además estaba el patio que exigía la nivelación de toda la casa. Eliminé pues las apariencias como parte de un esfuerzo por apoyarme en lo que a mi ver era lógico, y seguí una disciplina constructiva básica trabajando el desarrollo del proyecto según lo que yo podía saber, es decir lo más técnico, lo que estaba a mi alcance. Y allí residió la trampa que me puso la realidad: no tenía capacidad, podría decir mejor referencias, o más concretamente vocabulario, para replantear con éxito, es decir reformulando su postura, lo que Jesús me había dejado como intención, así que el resultado fue demasiado obvio o elemental y lo obvio es lo que resulta no lo que se busca, y en arquitectura la búsqueda es fundamental[3]. No tenía a mano una búsqueda, algún objetivo expresivo que me permitiera superar lo más obvio, así que casi todo lo perteneciente a la esfera de la estética se me escapaba, estaba poco maduro para ello.
Más allá de mis insuficiencias sin embargo me enseñó mucho el diálogo con los artesanos que en alguna medida me proporcionó experiencia. Así que ya Jesús de viaje y yo en mi papel de arquitecto improvisado, a la venezolana de entonces, seguí adelante limitándome a cumplir el programa y elaborar los planos de proyecto fuera de todo refinamiento, entregándome a la autoridad del constructor y haciendo sugerencias ocasionales durante los viajes de supervisiónque se espaciaban cada quince días. El resultado reveló mis problemas, con la excepción del patio que tenía su encanto y sobre todo su justificación climática, pero lo demás fue rutinario aunque me quedó el orgullo de haber cumplido. Y mi hermano, dueño de más argumentos, talentoso en su capacidad de comprensión de los problemas del diseño, tuvo una anticipación del resultado cuando le mostré los planos en una visita que le hice en Londres en Septiembre de 1959 al regreso del viaje europeo al cual me refiero de inmediato. Y me lo hizo notar sin demasiada discreción.
(A la usanza venezolana de entonces, ni siquiera me molesté en tomar fotos de la casa terminada, así que ahora trato, dirigiéndome a mis parientes no ya tan cercanos –los hijos de mi primo– que me suministren alguna foto familiar en la cual algo pueda verse de la casa. No guardo ningún plano, ni esquema, e ignoro si hay alguno en los papeles que dejó Jesús. Y respecto a la foto sigo en espera)
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El viaje fue en las vacaciones de 1959 y fue tan decisivo en sus consecuencias como el que me había llevado al Sur del continente. Fui a encontrarme con quien sería mi esposa, pero junto a esa dimensión íntima, la experiencia del viejo continente y sobre todo poder ver, recorrer y tocar con el dedo[4]la arquitectura venida de la historia, iba a convertir a los escasos tres meses que duró mi visita en piedra de toque respecto a lo que vendría.
Durante este tiempo europeo hubo una visita a Chartres que me reveló de un modo único la magia de la arquitectura gótica y fue como la chispa que me impulsó un par de años después cuando regresé a París viniendo de Chile, casado, con un hijo y becado por la Universidad Central de Venezuela, a hacer una serie de visitas a monumentos góticos que me enseñaron algunas cosas fundamentales para cualquier arquitecto. Una de ellas, como una lección inequívoca de la arquitectura histórica, alterada solo por los caprichos barrocos,[5]la que nos dice que en lo constructivo es donde afirma sus raíces el fenómeno arquitectónico. Lo tectónico no es un término útil para el ejercicio crítico sino una condición inseparable de la Arquitectura.
Como interrupción del tiempo parisiense tuvo lugar una visita a la Unión Soviética que me permitió reforzar y ampliar muchas de las cosas derivadas de las exigencias de los años anteriores. Si bien era un viaje comercial típico de la política lanzada en esos años por el Régimen Comunista con vistas a impulsar el turismo, su finalidad en mi caso era la de comprobar o no las cosas que repetían en plan de propaganda ideológica los activísimos marxistas de mis años finales de universidad, y tratar de tener un atisbo de lo que era esa sociedad, elevada al nivel de modelo por esa misma propaganda.
He escrito en otra parte[6]con bastante detalle, las incidencias de ese viaje, al igual que otro que emprendí a Italia poco antes de mi regreso a Venezuela que me llevó a Milán, Venecia, Florencia y Roma. Ambos viajes me dejaron una fuerte huella. El de la Unión Soviética fue un pasaje entre tristezas, grises y desencantos, el de Italia una pequeña ventana hacia las inmensas riquezas artísticas de ese país. Y de todo ese tiempo de observación nutrido en primerísimo término por la vivencia benéfica de un amor adolescente preparaba el comienzo de mi adultez y la afirmación de las cosas que sólo se habían insinuado.
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De regreso a Venezuela, mi activismo político duró hasta mediados de mi quinto año, comienzos de 1960, cuando se realizaron las elecciones a la Presidencia del Centro de Estudiantes, relevo que me permitió dejar atrás los enfrentamientos dentro de la muy notoria Federación de Centros Universitarios. Podía entonces centrarme más en los estudios por un lado –trabajé en ese tiempo final en un proyecto que hacía las veces del de Fin de Carrera que hoy se practica– y algo que tal vez podría llamarse activismo religioso, logrando interesar en el Movimiento de Schoenstatt a unos cuantos de mis amigos cercanos y no tan cercanos, con quienes me reunía con frecuencia para ver cuales podrían ser nuestras actividades comunes a la vez que mediante cartas y contando con visitas esporádicas de viajeros que paraban en Venezuela en viaje desde Chile a Europa, poníamos mucha esperanzas en que alguien desde el Sur se radicaría aquí en plan fundacional, algo que nunca sucedió. Y lo central era, lo he mencionado con insistencia, el inicio de mi vida autónoma.
El Taller del Quinto Año cuyas obligaciones cumplíamos ya en plan de conclusión de una etapa, o sea con motivación escasa, tuvo sin embargo cosas de interés. Una de ellas la de que debimos acompañar como jefes de grupo a los estudiantes de semestres inferiores a un viaje de estudios al archipiélago de Los Roques que repetía el que dos años atrás había culminado en la propuesta que habíamos llevado al Congreso de Chile. Fue un viaje extremadamente interesante, diría incluso que memorable y sobre él me extendí en la entrada que publiqué en este Blog el 25 de Junio de 2016. Por lo cual me limitaré aquí a hacer notar que uno de sus resultados fue un esquema para un club comunitario en el Gran Roque, tema de uno de esos ejercicios que llamábamos esquicios (del francés esquisse – esquema o bosquejo– que se usaba en Beaux Arts) y que vino a ser el único trabajo de mi tiempo de estudios que he conservado y que aquí muestro.
Aparte de eso, el trabajo final me tomó larguísimas y constantes vigilias trabajando en casa de una amiga con un par de compañeros con quienes junto a ella funcionábamos como una especie de pequeño clan[7].A lo largo de esos tres últimos meses de estudios nos apoyábamos mucho en estudiar lo publicado en revistas[8]y, siempre, las Oeuvres Complètes[9]y vivíamos en un constante intercambio de comentarios sobre la actualidad que nos rodeaba, siempre aderezada por nuestra visión un tanto primaria, pero pasablemente informada sobre arquitectura y arte en general. Paralelamente a esa especie de reclusión movía todos los hilos que podía para preparar lo que en mi vida personal se iba desplegando.
Mi alejamiento del activismo político me granjeó la antipatía de los más ansiosos, y mi deseo de ser riguroso en mi vivencia religiosa me fue dando una apariencia que bien podía verse como egoísta, o tal como sé que lo juzgaban algunos de mis compañeros[10]como que estaba siendo víctima de un tipo de alienación. Todo ese cuadro en cierta manera me aisló, en radical contraste con lo que hasta ese tiempo me había ocurrido, cuando de la normalidad de estudiante apegado a la rutina pedagógica pasé a la agitación y la intranquilidad de una actividad, la política, basada en la permanente controversia, sujeta además al rendimiento público de cuentas.
[1]José Ortega y Gasset: «La Doctrina del Punto de Vista», en El tema de nuestro tiempo. Obras Completas, Vol. III, cap. X. Madrid: Revista de Occidente, 1966, pp. 197-203.
[2]Regida por la suma de las búsquedas, experiencias y expectativas del constructor –hoy en día del arquitecto– e influida de modo determinante por el contexto social, cultural, económico, político.
[3]Este aspecto de la disciplina es de muchísima importancia. Está en la base de los mejores logros a la vez que de las mayores distorsiones. Sobre ello volveré más adelante.
[4]¡Toucher du doigt! ¡Tocar con el dedo! es la frase con la que concluye un párrafo del texto que Le Corbusier nos propuso leer cuando le pedimos un mensaje para los estudiantes unos años después de este viaje. El texto está en la pág.21 del su Libro L’Atelier de la Recherche Patiente, publicado en 1960. Más adelante me refiero en detalle a lo que acompañó a su recomendación.
[5]He escrito algunas cosas que se sintetizan en la idea de que la consolidación del Absolutismo, la máxima centralización del Poder, abre la puerta a una intervención de las preferencias y caprichos de los soberanos (incluyendo la autoridad papal) asociada al voluntarismo del arquitecto, él convertido en profesional ad-hoc acompañante o favorecido por la autoridad, que distorsiona las decisiones relativas a la configuración del edificio y hacen por ocultar o alterar la razón constructiva frente a la razón formal. Ver el Blog oscartenreiro.com entradas de Septiembre y Octubre de 2017.
[6]Ver el Blog oscartenreiro.com – Entre lo Cierto y lo Verdadero- entradas del 19 de Noviembre de 2017 y siguientes.
[7]Lo formábamos Alicia Rodriguez Aguerrevere, Hernán Dupouy Yanes, ambos ya fallecidos muy jóvenes, Maximiliano Pedemonte Renodier hijo de extranjeros –padre italiano, madre francesa– y mi persona.
[8]L’Architecture d’Aujourd’hui era preferencial y en ella había aparecido un buen reportaje sobre Vegas y Galia, lo cual hablaba de su interés por nuestra parte del mundo, Villanueva era amigo de su Director André Bloc (1896-1966), a quien le encargó un mural en la Ciudad Universitaria
[9]Más adelante me refiero a la importancia del estudio de los Maestros, asunto crucial en cualquier disciplina, a propósito del testimonio de Lucio Costa.
[10]Actuaba como mentor de nuestro grupo político, vinculado como he dicho al movimiento social cristiano universitario, una persona extremadamente meritoria, Julio González, a quien le debíamos todos –y yo particularmente siempre se lo agradecí– una dedicación a nuestra formación intelectual muy cuidadosa y tenaz sugiriéndonos lecturas (Jacques Maritain, Georges Bernanos, Giorgio La Pira, Nicolás Berdiaev y otros) y también leyéndonos trozos por él seleccionados durante reuniones nocturnas en su apartamento de la Ave. Libertador en Caracas. Eran lecturas que ayudaban a la definición de una visión de la realidad política alimentada por los puntos de vista cristianos. Julio sin embargo podía juzgar con excesivo rigor a todo aquel que se alejase de su círculo de influencia. Usaba el término alienado para designar a quienes abandonaban el activismo: fue mi caso. O sea que me convertí para Julio y algunos otros del grupo en un alienado. Julio murió junto a su esposa y su pequeña hija en el terremoto de Caracas en Julio de 1967. Era una persona excepcional.