Oscar Tenreiro / 2 de Marzo 2009
Cuando a mis quince años entré por primera vez al Taller de Modelado en barro de la Escuela de Arquitectura guiado por mi hermano Jesús, ya veterano estudiante, tuve la sensación de que allí se hacían cosas inalcanzables para mí. El profesor Iranzo, presumiblemente republicano en exilio, lograba que los más aventajados produjeran piezas que suscitaban la admiración de quienes, como yo, se sentían incapaces de acercarse a tanta perfección. Recuerdo ante mi pregunta sobre una cabeza de Maria Antonieta, la francesa, que Jesús me señaló al autor, Gonzalo Castellanos Monagas.
Gonzalo era sin duda un estudiante aventajado en todos aquellos aspectos no demasiado técnicos de la carrera. Era muy bien visto por Charles Ventrillon el severo francés profesor de dibujo que abrió, para mí y para muchos más, el secreto de lo que el llamaba la “actitud de observación” clave de cualquier intento de aprendizaje del dibujo e ingrediente esencial dentro de los hoy olvidados requisitos para ser arquitecto. Y Gonzalo era eso sobre todo, un observador dotado de un espíritu crítico un tanto excluyente que lo hacía pasar por arrogante siendo más bien tímido y concentrado en sus obsesiones. Una de ellas, la música. Otra la lectura y el debate a partir de ella, que lo hizo formar parte de la joven generación intelectual que se gestaba en ambientes de resistencia a la dictadura. Yo veía a Gonzalo desde lejos, sabía de él, de sus amigos y sus preferencias, pero no llegué a tratarlo; había diferencia de edad y de modos de ver las cosas.
Ya de regreso al cauce democrático luego de Enero del 58, una tarde durante las sesiones de la directiva del centro de Estudiantes de la cual formaba parte, se leyó en voz alta una carta que nos invitaba a asistir a un Congreso de Estudiantes en Chile, en Septiembre de ese mismo año. Terminé como compañero de viaje de Gonzalo durante casi tres meses, como delegados oficiales al Congreso.
Gonzalo formaba parte entonces del grupo Sardio, conjunción de jóvenes que habrían de llenar el panorama literario de los años siguientes y publicaba una revista literaria de mucha calidad de cuya producción (gestiones en la imprenta, corrección de textos, diagramación) se encargaba Gonzalo. Como debíamos preparar nuestra exposición itinerante sobre trabajos estudiantiles de aquí y necesitábamos imprimir los textos, debí acompañar a Gonzalo a conversar con el señor De Juan, dueño de Editorial Arte, donde se imprimía la revista del grupo, visitas que Gonzalo aprovechaba para supervisar la edición del último número, que recuerdo incluía textos de Picón Salas, Guillermo Sucre, del mismo Gonzalo sobre Saint John-Perse, crítica de cine de Rodolfo Izaguirre y otras cosas que olvido. Poco después estuvo lista la exposición, que llevamos a las escuelas de Arquitectura de Santiago y Buenos Aires antes de quedar irremediablemente atrapada en la aduana brasileña.
El viaje fue pintoresco y extraordinario. Gonzalo viajaba acompañado de una portátil Olivetti Lettera cuyo diseño elogiaba con tanta fruición que me sentí obligado a comprar una igual al poco tiempo. A ella, y a él, debo mi pasión por la escritura. Tecleaba en cada oportunidad que tenía, cartas para sus amigos literarios metidos a diplomáticos preparando nuestras futuras escalas. Rafael Escobar, Primer Secretario en Chile en tiempos de Vicente Gerbasi, nos alojó en Santiago. Adriano Gonzalez León en Buenos Aires y Osvaldo Trejo en Río de Janeiro, amistades que hicieron que nuestro recorrido estuviera lleno de momentos singulares, Tuvimos, yo como silencioso testigo, conversaciones con Vicente Gerbasi, con Pablo Neruda, con Adriano, con Trejo y una memorable acogida en la vida doméstica de Mariano Picón Salas.
Esas vivencias juveniles, el respeto mutuo hacia nuestros mundos personales, me abrieron hacia una realidad que estaba presente como escenario de fondo, para quien quisiera verlo, en la formación del arquitecto en aquellos años. Gonzalo Castellanos fue en ese sentido para mí un educador, una persona de conexiones con el amplísimo mundo de la cultura, a la manera como fue también mi educador Jesús Tenreiro, contemporáneo de Gonzalo, ambos ausentes, pero Gonzalo desde hace ya tres décadas.
Esta madrugada, uno de esos ocasionales duermevelas me impulsó a recordar a este amigo y a señalar el valor que tuvo y sigue teniendo el esfuerzo por establecer un vínculo entre el modo de ver la cultura desde la arquitectura y el espacio de reflexiones propio de quienes cultivan las otras artes. Para ello me es útil este fragmento del texto escrito por él a los veintitrés años, recién graduado, e incluido en el Informe que hicimos de nuestro viaje, impreso como pequeño libro en la Imprenta Universitaria de la UCV cuando era accesible sin reservas a los estudiantes.
“La arquitectura, más que ningún otro arte o ciencia, es una expresión directamente ligada a lo más irreversible de las realidades económicas. políticas o sociales de un país. Es el arte más comprometido, no sólo en su sentido, sentimiento o en la trascendencia con que manifiesta el estado de una cultura –como la pintura, la música, la literatura- sino también en su practicismo y en su cotidianeidad. La arquitectura conforma la realidad física de una ciudad y, subjetivamente, conforma su realidad espiritual y anímica. Cuando los antiguos quisieron suponer la casa de un monstruo imaginaron un laberinto. Laberinto o monstruo son ideas que se convienen y se asemejan, La causalidad de la realidad arquitectónica es doble : primero la realidad la conforma, luego ella conforma a la realidad.”
Gonzalo Castellanos no construyó edificios, pero a partir de su amor por la arquitectura y la cultura, nos ayudó a pensar.