ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Seguimos en cierta manera llevados por la corriente principal del mundo de la opinión venezolano: el tema político. Pero hoy en un sentido diferente, de mucho mayor interés y en general oculto por el polvo que generan las controversias en los países democráticos. Porque se trata de la vigencia de una Ética que acompaña, o podríamos decir que es intrínseca, a la Democracia. Que es el asunto central del cual se ocupa el Departamento de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Valencia, España, responsable de los cursos de Máster y Doctorado sobre Ética y Democracia.

Sobre ese tema en efecto hay muchísimo espacio para la discusión, y en situaciones como la venezolana lo hay aún más, porque a los que aquí sufrimos un Poder que lo ha llegado a controlar todo en términos que ya muchos califican de totalitarios, debe interesarnos, nos tiene que interesar, discutir a fondo los fundamentos racionales que nos permitirán situar con claridad lo que ha venido ocurriendo en Venezuela.

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Hace ya bastante tiempo, un sobrino mío cuya debilidad, como decimos los venezolanos, es el «monte y la culebra», es decir vivir alejado y ajeno a las cosas urbanas y aislarse en el campo, ante mis reclamos sobre lo que en ese tiempo para mí era la gran amenaza política de Venezuela y que simplifico definiéndolo como «el modo adeco de ejercer la política» (para los no venezolanos, adeco viene de Acción Democrática, un partido político afín a las social-democracias pero hoy sólo una sombra de lo que fue), me contestaba diciéndome que ese «modo adeco» era propio de la «idiosincracia» del venezolano y que por lo tanto era ilusorio pensar que podía dejarse atrás en provecho de un modo de actuación menos contaminado por hábitos de bajas exigencias morales. Esa respuesta conformista por parte de un joven treintañero me impresionó hasta el punto de recordarlo hoy, y a la vez me reveló uno de los problemas más persistentes de una sociedad como la nuestra: la falta de referencias éticas como modelo a seguir, como objetivo del crecimiento y desarrollo de la sociedad, con la consecuencia de que toda conducta puede ser posible si es, por decirlo así, una costumbre, un modo de actuar heredado, una manera de vivir. No hay entonces una exigencia superior, ética, presente en el modo de verse a sí mismo y a lo que nos rodea.

Lo cual no quiere decir que no haya existido siempre en quienes podemos considerar los fundadores de nuestro espacio espiritual, un escenario ético como modelo.

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En estos días nos llegó por Internet un ensayo (http://www.letraslibres.com/revista/dossier/simon-bolivar-el-demonio-de-la-gloria?) de Henrique Krauze, el conocido intelectual mexicano, publicado en su revista Letras Libres, comentando un libro sobre Bolívar de Marie Arana (publicado en inglés con el título Bolívar: American Liberator) de mucho interés. El ensayo recorre, a propósito del contenido del libro, algunos de los puntos de vista del héroe sobre las realidades políticas de nuestro medio, realidades idiosincráticas, podría decirse. Aparte de desacreditar con muy buenas razones el tipo de culto a Bolívar que el Ausente y sus seguidores han querido construir entre nosotros, propósito que han cumplido con acierto muchos historiadores nuestros, entre quienes menciono a Elìas Pino Iturrieta, a Inés Quintero y Guillermo Morón; aparte de eso, repito, hace consideraciones que resultan muy esclarecedoras sobre las dudas que Bolívar alimentaba acerca de la capacidad de nuestro pueblo llano para vivir según criterios democráticos. Dudas que han sido comunes entre los líderes de nuestros países a lo largo de toda nuestra historia republicana y que se han visto respaldadas por los hechos, por las grandes dificultades que han estado presentes en América Latina como obstáculos hacia la consolidación democrática y sobre todo por la constante presencia de regímenes políticos autoritarios que han querido convertirse en instrumentos de compensación de esas «inadecuaciones» populares. Eso no quiere decir sin embargo que el esfuerzo por superar obstáculos, tan arraigados en las mentalidades y procederes que pueden considerarse culturales, deba ceder, porque precisamente por eso, por ser culturales, es posible modificarlas, transformarlas, incluir en ellas las referencias éticas que permitirán su evolución en positivo, su avance, no su decadencia.

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Esas referencias éticas se han hecho fuertes en algunos países de nuestra América, se han afirmado, han ido echando raíces y ello nos anima a ser optimistas.

Conocí Chile en mi juventud y he mantenido contacto con ese país. Siempre me impresionó positivamente la presencia en el escenario social de la iglesia católica sin que dicha presencia se hubiese convertido en amenaza para el avance institucional, en fuerza de reacción, protectora de intereses dudosos. La iglesia católica chilena se ha mantenido dentro de una esfera de respeto aceptada por casi todas las fuerzas en juego. Y esa presencia ha hecho mucho para que lo que pudiéramos llamar el escenario ético que rige las conductas en la sociedad chilena se haya hecho mucho más fuerte que en otros países de América Latina. Ni siquiera ante pruebas extremas como las que se sufrieron durante la dictadura de Pinochet, la iglesia perdió el respeto colectivo, como sí ha ocurrido en otros contextos nacionales. Y lo que sostengo es que la contención en las conductas originada en los valores religiosos ha permeado las conductas y los hábitos de la sociedad chilena.

Poco importa si uno acepta o no su origen religioso, hoy en día hay coincidencia en que se viene produciendo una «sacralización» de la persona humana que está en el origen de la vigencia de los derechos humanos como parte esencial de la institucionalidad democrática. Esa «sacralización» es en definitiva la aceptación del valor inalienable de cada persona, de cada ser humano. valor que no puede ser vulnerado en nombre de nada supuestamente superior, porque, justamente, es la persona humana el ente superior.

Y la conducta personal está vinculada a principios éticos, está normada por criterios morales, y por eso, quien tiene aunque sea una conciencia vaga de que existe una trascendencia religiosa es más proclive a aceptar la regulación «principista» de esa conducta. Ello, en mi opinión explica parte del desarrollo político chileno, hoy en día encaminado a un proceso claro de permanente superación, por supuesto con obstáculos. Y explica por otra parte por qué en Venezuela, país donde la iglesia católica fue diezmada por la guerra de Independencia, por las guerras intestinas y por las farsas caudillescas, y en consecuencia su presencia en la formación de la opinión pública ha estado muy desdibujada y a menudo desenfocada, han podido darse fenómenos políticos como el actual, que con todo desparpajo han pretendido ignorar nuestra historia, nuestras raíces, nuestras luchas, en nombre de una ideología vacía, contradictoria, extraordinariamente pobre en ideas, que se ha ido improvisando en el camino. Los venezolanos lucimos, en ese preciso sentido, como carentes de vínculos con el mundo de los valores.

Era lo que me impresionaba hace décadas en mi sobrino: así son las cosas y no hay nada que hacer. Parecemos huérfanos, objeto de cualquier tipo de manipulación. Los chilenos fueron reprimidos por la fuerza, los venezolanos hemos sido reprimidos por una selva de palabras vacías que convencen sólo a quien quiera dejarse convencer; y por mucho, mucho dinero.

¿No demuestra esto que es necesario que nos pensemos, que tratemos de indagar por qué hemos llegado a este punto bajo en nuestro desarrollo como sociedad?

En los últimos tiempos se han convocado muchos foros en Venezuela a propósito de la tragedia política que hemos vivido. Muy pocos han ido hacia la esfera ética, demasiados hacia las consideraciones económicas y las relativas al simple juego político. Por eso me interesa tanto lo que ocurrirá en Valencia España el 20 de Junio. Y espero que se amplíe y se expanda en momentos sucesivos.

PENSARNOS PARA AVANZAR
Oscar Tenreiro

Me preguntaba hace poco aquí, me lo he preguntado muchas veces, por qué los evidentes abusos y transgresiones antidemocráticas que ha hecho corrientes en nuestro país el Régimen que se inició en 1998, no ha producido rechazo en los sectores de la intelligentsia local o internacional que usualmente se pronuncian con toda claridad contra abusos mucho menos importantes en sus países de origen y que hacen de sus convicciones democráticas a favor de los menos favorecidos un asunto distintivo de su conducta y de su persona. Una de las razones tiene que ver con lo que aquí he comentado también: se coloca en alta estima todo pronunciamiento directo desde los niveles del poder político, no convencional o diplomático, agresivo, decidido y enfático contra lo que pudiéramos llamar el estado de cosas entre los países centrales y los periféricos, los bien conocidos problemas de la globalización económica, los errores inducidos por una determinada visión técnico-económica que presiona a los más débiles, la fuerza desordenada de las presiones financieras y todas las demás cosas que hemos oído y leído suficientemente. Una estima que prefiere no mirar más allá de esa fachada o máscara transgresora y que se conforma con el impacto que ella causa en la opinión pública. Nace así una simpatía condescendiente hacia el líder y el contexto político que lo incluye, portador de reclamos justos frente al establecimiento político universal, que se juzga demasiado mediatizado por los grandes intereses.

Todo eso puede explicarse y hasta justificarse ¿Pero exime acaso esa simpatía de la necesidad de ir más allá de la superficie, de conocer mejor el desempeño del líder y el sistema que lo soporta? ¿Puede el lado atractivo, el que funciona como resonancia de protestas y movimientos de indignación ocultar todo lo demás? ¿Es suficiente un ropaje rebelde aderezado de consignas que se repiten por el mundo impulsadas por los antagonismos entre débiles y poderosos para oscurecer los derechos democráticos?

Si otros lo hacen, yo lo hago
Son preguntas que es necesario hacerse y que para nosotros los venezolanos tienen una importancia central. Están inconfundiblemente unidas a los contenidos éticos del sistema democrático, que se apartan de la escena cuando se pronuncian juicios de valor inspirados en la emoción, la simpatía, el deseo de ruptura, todo ello alimentado por el relativismo, tan propio de los tiempos que corren.

Relativismo como el que exhibía en días pasados una persona de mi aprecio a quien me pareció necesario preguntarle cómo podía él cerrar los ojos, ante, por ejemplo, la escandalosa corrupción que se ha desencadenado en estos años y que acompaña a prácticamente toda iniciativa del régimen actual venezolano. Me decía, creo que convencido, que esa corrupción era un mal endémico en Venezuela y que había sido tan característico que la mayor parte de las grandes fortunas de nuestro país venían de negociados con el gobierno; lo cual era razón (eso no lo dijo, pero se deducía fácilmente) para no convertir a la corrupción en motivo para desmarcarse de la maraña que lo rodea. Un tipo de razonamiento que es extremadamente frecuente entre los venezolanos y demuestra con claridad cuan poco arraigadas están entre nosotros las exigencias éticas del ejercicio democrático del Poder, entre las cuales es básica la transparencia en el manejo de los recursos públicos.

Como lo es también el del respeto a los derechos humanos que sin embargo, no ya como sesgo venezolano sino como consecuencia de esa simpatía que aludía al principio, se ven también desde una perspectiva relativista, lo cual ha llevado a mucha gente, en general cultivada pero fiel a no-pensar-eso, a aceptar las terribles presiones sobre la ciudadanía de los gobiernos totalitarios de la historia pasada y reciente. La condescendencia con la revolución cubana es un ejemplo muy a la mano.

Esperanza en el pensar.
Y esto no sólo nos preocupa a nosotros sino a mucha gente, y particularmente a quienes en el mundo académico estudian, precisamente, la relación entre los valores y la política. Como es el caso del Departamento de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Valencia, España, que lleva los cursos de Máster y Doctorado sobre Ética y Democracia, donde se ha programado un Foro con el título «La Democracia en Venezuela. Reflexiones desde la Ética», que tendrá lugar el próximo 20 de Junio, allá en la península. Participarán el Dr. Fernando Mires, chileno conocedor de la realidad política venezolana, el Dr. Humberto Njaim. Decano de Estudios Políticos de nuestra Universidad Metropolitana, y la Dra. Adela Cortina, Directora del Departamento y autora bien conocida en el mundo académico europeo.

Nada podría interesarnos más a nosotros que un debate en ese nivel, porque es a partir de una consideración profunda de las exigencias que implica gobernar democráticamente que tendremos las herramientas para influir en el curso de nuestro acontecer político situándonos más allá de un relativismo conformista mediocre y destructivo.

Un evento así recalca además la importancia de nuestra experiencia política como sujetos de una lucha entre el intento de esconder la verdad detrás de una espesa fachada construida con palabras de redención social apuntaladas con dinero, ajenas a los hechos, y la propuesta de construcción de un modo de convivencia que respete y profundice los principios por los cuales han luchado generaciones de venezolanos, hoy ocultos por la bruma confusa que parece aquí cubrirlo todo.

Mi hija Victoria Tenreiro, estudiante del Doctorado, ha sido una de las promotoras del foro, y en Venezuela ha sido muy importante el apoyo de la Fundación Manuel García Pelayo, dirigida por Graciela Soriano.

Foro "La democracia en Venezuela. Reflexiones desde la ética"

Foro «La democracia en Venezuela. Reflexiones desde la ética»