Casa Milam de Paul Rudolph (1962)
Todos los arquitectos que nombré la semana pasada y los que me faltó nombrar por razones de espacio son hijos del Movimiento Moderno pese a que sus desarrollos individuales, sus trayectos personales, puedan ser incluidos en categorías creadas ad-hoc por algún respetado historiador con la idea de destacar la especificidad de su obra. Categorías por cierto que muchas veces dependen de las raíces culturales, locales (un país, una tradición) que los nutren, y que por ello mismo tienen un carácter relativo.
Es innecesario decir pero lo hago, que todos somos hijos de nuestro tiempo histórico, y para quienes se acercaron a la arquitectura en las primeras décadas del siglo veinte los valores llevados a la conciencia por el Movimiento Moderno estaban allí mostrándose y marcando la sensibilidad de cada quien, independientemente de los caminos que habrían de seguir. No necesitamos que algún autor por ilustre que sea nos autorice a considerarlos así y tampoco tiene sentido que se nos llame a ser correctos en el uso de términos que en definitiva tienen múltiples significados. Porque habría entonces que escribirle pidiéndoles corrección a las decenas de críticos norteamericanos que usan el término modernista para referirse específicamente a los arquitectos cultores del «estilo» moderno. Y para ser más preciso invito a buscar en el New York Times los siguientes artículos, todos escritos a propósito del Arq. Paul Rudolph (1918-1997), los cuales seleccioné porque me fue sencillo llegar a ellos, aclarando que para ilustrar mi punto de vista hay decenas de ejemplos. El primero (enlace al artículo), fue escrito por Herbert Muschamp al morir Paul Rudolph en 1997; otro del 27 de Agosto de 2008 del crítico de arquitectura Nicolai Ouroussoff sobre el edificio de Rudolph para la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Yale (enlace al artículo), un tercero acerca de un edificio educacional de Rudolph en Florida que iba a ser demolido; y por último el de Robin Pogrebin, de Febrero 11 del 2013 (enlace al artículo) sobre un edificio cercano a Nueva York que un socio de la firma Gwathmey-Siegel (de los New York Five de los ochenta) propone rescatar. En todos esos artículos y constantemente en la crítica periodística de los Estados Unidos se usa el término «modernista» para aislar a los arquitectos que no calzan en las corrientes a la moda.
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Creo que la «Crítica-que-filosofa», tal como lo digo en la nota de hoy, es un tipo de discurso de raigambre sobre todo académica con muy poca pertinencia respecto a las realidades del ejercicio de la arquitectura. Es en cierto modo un vestigio de usos filosóficos superados que se siguen practicando por aquello del «embrujo del lenguaje», término que nos dejó un gran filósofo y que describe muy bien la eterna tentación de ir más allá de lo que puede decirse, lo que escapa a las palabras. Tampoco creo que aportan nada significativo sus ramificaciones y entre ellas particularmente la crítica ideológico-política, que ha proliferado enormemente en Latinoamérica gracias a que por estos lados del mundo seguimos aferrados a unas cuantas cosas del pasado. Es un modo de pensar la arquitectura que inevitablemente lleva a darle demasiado valor a las justificaciones morales o moralistas de la obra en su dimensión socio-política, oscureciendo o desdeñando los méritos disciplinares y la trascendencia cultural de la experiencia de construir. Es el tipo de crítica que inspiró por muchos años los debates de los Seminarios de Arquitectura Latinoamericana (SAL). Tal vez los sigue inspirando, pero no tengo información a mano para aseverarlo.
En Venezuela ese sesgo crítico tuvo excesiva vigencia durante un buen número de años y aún hoy pareciera que se niega a morir si nos atenemos a lo que se ha dicho en relación a la arquitectura pública durante la etapa política que estamos viviendo. Sobre la cual se ha escrito, lo quise hacer notar en un acto reciente en el Colegio de Arquitectos, principalmente desde una perspectiva cuantitativa (cifras y porcentajes en el caso por ejemplo de la Misión Vivienda) o haciendo alusión a las manipulaciones que se hacen desde el Poder. Habrá que esperar una maduración cultural que nos ayude a superar la resistencia a hablar de la arquitectura en términos propios de la disciplina.
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Aclaro finalmente que me interesa el discurso crítico basado en la descripción o en la crónica y por supuesto el que lanza una mirada desde la historia.
Aunque en este último caso debo acotar que los historiadores cometen con frecuencia el error de pedirnos apego a sus puntos de vista. No soy historiador, tampoco crítico; soy un arquitecto que quiere construir, piensa la arquitectura y escribe sobre ello.
LA VACUIDAD DE LA CRÍTICA
Oscar Tenreiro
(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 10 de Agosto de 2014)
En la introducción que incluí en mi Blog para la nota del fin de semana pasado, hablaba de la «vacuidad de la crítica» como una de las explicaciones del éxito unánime (dejó de serlo sólo con la crisis económica) de los arquitectos del espectáculo.
Ese vacío crítico tendría como una de sus explicaciones la noción de que la crítica es una actividad autónoma, que no necesita referirse a arquitecturas concretas sino que discurre sobre la Arquitectura como una de las dimensiones del acto de construir sin vincularse, conectarse, comprometerse, con edificios específicos. La crítica de arquitectura sería algo así como una rama de la filosofía, análoga a la de la Filosofía de la Naturaleza.
Esa concepción del discurso crítico está muy lejos de proporcionar herramientas para la formación de juicios de valor respecto a arquitecturas y arquitectos. Se mantendrá además apoyada en juegos de lenguaje que obligan a una permanente traducción de los términos que utiliza, aparte de exigir a los demás apego a esa clasificación, convirtiendo el debate en asunto de iniciados. Se establece así una conversación en circuito cerrado que sólo interesa puertas adentro y uno de sus subproductos son libros que se leen como exigencias de los cursos académicos, llenos de conceptos que pasan de un autor a otro en un juego de relevo, que muy poca conexión tienen con la vida, destinados a permanecer en las bibliotecas como muestra de lo que ocupaba un tiempo pasado.
Esa Crítica-que-filosofa puede ser seductora, pero pone a prueba el espíritu de sacrificio de quien decida abordar los textos que la cultivan, construidos a base de proposiciones que nada dicen, tautologías de mínima o ninguna pertinencia para nuestro ejercicio.
II
Fue precisamente la crítica filosofante la que caracterizó al posmodernismo. Llevado el debate hacia una especie de batalla conceptual que entre otras cosas restauró los puntos de vista de la arquitectura académica del siglo anterior, se sembraron en ese momento los fundamentos de un modo de ver la arquitectura en el cual cabía cómodamente el todo vale posmoderno. Una visión más bien acomodaticia que le dio soporte a muchos arquitectos de obra débil, dotados intelectualmente, dispuestos a navegar esa ola, con talento para la especulación gráfica. El mundo editorial sacó partido de la avidez de imágenes sugerentes, propia de esos y estos tiempos de efectos especiales, y sirvió de apoyo tanto a prestigios que no habían pasado por la prueba de la construcción, como a otros que construyeron una arquitectura que revivía la estética de ciertas etapas del Movimiento Moderno; se empeñaba en relanzar el ornamento; se entretenía con la moda de las citas (ese impulso por insertar en la arquitectura fragmentos de edificios del pasado o de la propia cosecha); llegaba hasta re-elaborar los estilos clásicos; o convertía en propósito central la manipulación geométrica, filón de novedades que dura vivo y bien hasta hoy. Y no nombro a nadie porque la lista es tan larga y el valor tan desigual que complicaría este comentario.
Es de esos tiempos abiertos hacia la muy bienvenida aceptación de la diversidad, pero sin fundamentos ético-estéticos (Wittgenstein: ética y estética son lo mismo) definidos, que surgió la impunidad para asombrar y la arrogancia del creador que es la base de la arquitectura del espectáculo. Por eso uno desea que la crítica mitigue sus pretensiones filosóficas y se comprometa mostrando caminos. Que abrace la descripción, una forma de mostrar y revalúe la crónica. Será más útil y menos pasiva.
III
Tampoco es útil una hija de la Crítica-que-filosofa que es la ideológico-política, cultivo preferido del marxismo de viejo cuño. Promueve un buen hacer basado en una cartilla moralista sobre la responsabilidad social, el poder legítimo y otros temas conexos que han acunado arquitecturas mediocres y desdeñado el esfuerzo difícil de los arquitectos que luchan en medios hostiles como el nuestro.
En Venezuela, en los años sesenta y setenta del siglo pasado, ese tipo de crítica silenció el valor de muchos de nuestros más valiosos arquitectos. Se descalificó llamando ecléctico, palabra que se hizo peyorativa, a todo aquel que no calzara en los esquemas de un grupito de radicales (luego se apaciguaron hasta que llegó lo de ahora), oscureciendo de modo injusto el valor de buena parte de los miembros de la generación inmediatamente posterior a la de Villanueva. Así se trató también a los mejores de la generación siguiente acusándolos de construir una arquitectura equivocada. Siendo la correcta la de los compañeros de ideología, los allegados de quienes dirigían el debate, papel que les concedió la inmadurez de nuestro medio arquitectónico, que persiste todavía hoy. Con el prematuramente fallecido William Niño Araque, ese manto de olvido y desdén comenzó a desaparecer y a dejar espacio a una valoración más lúcida. Una razón adicional para lamentar su muerte: ayudó a romper la tradición excluyente que aún se mantiene viva en posiciones asociadas al Poder. Lo cual explica que el Museo de Arquitectura de hoy trate de darle pulimento a la disparatada Misión Vivienda mientras apenas se mueve para preservar el legado de importantes arquitectos venezolanos.
Vemos pues, esa sería la conclusión de esta nota, que si por una parte la crítica filosofante sirve de escudo para dejar intactos prestigios dudosos en el mundo de la gran arquitectura de los países centrales, en nuestro modestísimo medio una de sus hijas permite igualmente que no sólo se erijan falsos valores, sino que se pasen por alto vidas y obras que le dan espesor a la arquitectura venezolana. Una cara más de nuestra pesadilla política.