Oscar Tenreiro
Presentamos públicamente Todo Llega al Mar el pasado Viernes 20 de Septiembre. Ya he escrito antes sobre ese libro tan próximo a lo autobiográfico con imágenes de una arquitectura que quiso ser, junto a otra que cobró forma. Y sobre la importancia que tiene para mí y espero que tenga para quienes cercanos o lejanos han hecho objetivo importante de su vida del esfuerzo de construir, imaginar arquitectura o pensarla simplemente. Lo cual quiere decir que de alguna forma mi esperanza es que el libro sea una contribución a la tarea de ampliar los horizontes culturales de quienes vivimos aquí. Sin que deje de pensar en los que están más lejos, fronteras afuera, con quienes por encima de las diferencias de modos de vida, medios a la disposición, idioma y tantas otras cosas, compartimos aspiraciones y afanes.
Fue un momento que me conmovió por muchas razones. Una de ellas el impacto de las palabras de Enrique Larrañaga quien dijo cosas que si bien podría calificar de halagadoras, mucho más que eso y de un modo que me sorprende por lo inusitado –es por ello que me movieron emocionalmente– me enseñan a ver mejor mi conducta o mis obsesiones, me impulsan a la introspección. Efecto que también tuvieron pero por otros motivos, las palabras de mi hijo Esteban, ingeniero, promotor y constructor del lugar donde se realizó el acto (un pequeño hotel y sitio de eventos que llamó Verticem Space, proyectado por mí) quien siempre guiándose por el discurrir cronológico del libro, trasmitió de un modo muy natural las sensaciones y vivencias que a través de su desarrollo tuvo en algunas de las obras que aparecen en el libro, comentando cómo jugaba en los montones de arena de una de ellas –la casa Dib– mientras yo hacía la inspección, o contando lo que ante su curiosidad le dijo un obrero encargado del doblado de barras de acero en el sitio de obra de la Plaza Bicentenario. Y cuando digo por otros motivos me refiero a que sus palabras me hicieron ir hacia la relación padre-hijo y el modo como dejamos en nuestros hijos, sin estar conscientes de ello, ciertas huellas que se agrandan con el tiempo y se instalan en la memoria.
Y fueron también muy significativas, de modo diferente porque las orienta el punto de vista de un observador más alejado, las palabras que desde Valencia envió José María Lozano y esa tarde leyó Ramón Fermín, en las cuales este amigo entrañable de España hace comentarios que aluden a mis pasiones y mis inquietudes y se aventuran incluso a establecer conexiones muy sensibles que no puedo negar que me llegaron hondo. Y tiene Lozano además una fuerte comprensión del drama venezolano que hizo manifiesta al expresar como cierre su solidaridad con nuestra lucha por recuperar la democracia.
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La ocasión se prestó, y así lo hice notar cuando cerré el acto e invité a examinar el libro, para hacer un llamado a ver esta acción de comunicar y testimoniar que es en definitiva Todo llega al Mar, como una realización en cierto modo colectiva, más que como un logro personal que alimenta un ego. Como un logro –lo sugerí al principio– de la cultura arquitectónica venezolana, tan necesitada de pensamiento estructurador, de crónica reflexiva, de intentos para discernir sobre raíces y motivos. Me referí a lo que nos afecta a todos y que a menudo interfiere en las relaciones entre arquitectos: a los celos. Que están siempre en el origen de la mezquindad, ese defecto tan típicamente venezolano si examinamos someramente nuestra cortísima historia, presente de modo permanente en nuestro día a día impulsándonos a disminuir lo que no nos concierne directamente. Y dije entonces que desearía a esta altura de mi vida, cuando por razones de edad y considerando el momento que vive Venezuela no estoy robándole espacio a nadie en particular, pueda considerarse este libro con mente abierta y sin esas actitudes defensivas que parecen haber marcado aquí las relaciones entre arquitectos. Sobre todo en este momento tan difícil que vive el país, con una crisis económica única en su historia, la democracia usurpada, la situación general a niveles de catástrofe, criminales ejerciendo como dueños del Estado.
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Ha sido necesario, a tono con las peculiaridades actuales de nuestro país, idear una forma para que la distribución no institucional del libro en Venezuela cuente con una reserva mínima de ejemplares. De la muy pequeña Primera Edición – ciento cincuenta ejemplares– me correspondió sólo una tercera parte que ya está medianamente comprometida, por lo cual hemos ideado un procedimiento para que los ejemplares en mi poder no se agoten y sean más bien parte de un fondo editorial rotativo que permite que cada adquisición financie la producción de otro ejemplar sustitutivo, parte de una Segunda Edición. Y como la técnica tipográfica digital utilizada permite tirajes muy pequeños, de veinte unidades, sólo se requiere un grupo de veinte participantes como garantía de la sustitución. Esta Segunda Edición sería seguida eventualmente de una Tercera y así sucesivamente.
Hicimos conocer ese Proyecto Editorial al terminar la presentación y se abrió una lista para los primeros veinte participantes. Aprovecho esta entrada del Blog para decirle a quienes se interesen en participar en las listas sucesivas, que lo hagan saber enviando un correo a la dirección nubia.rodriguez@gmail.com para recibir la información correspondiente.
Y con esta información de tipo muy práctico concluyo la reseña de lo que ocurrió una tarde que permanecerá especialmente en nuestra memoria, en especial en la de Nubia mi mujer y este casi ochentón que seguirá diciendo algunas cosas en este Blog…mientras el cuerpo aguante.