Oscar Tenreiro
Pontedeume es un pueblo pequeño cercano a La Coruña, que ocupa una pendiente suave que arranca en la margen izquierda de la desembocadura del río Eume. Se llega a él viniendo desde La Coruña pasando un largo puente de piedra de poco menos de un kilómetro de largo –de allí el nombre del pueblo– de fundamentos muy antiguos pero terminado en el siglo diecinueve, desde el cual se ven las casas, en realidad sobre todo edificios, que remontan la pendiente. No sé de él mucho más, si bien lo visité especialmente cuando estuve de profesor –entre 1994 y 1995– en un doctorado de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura. Y la razón de la visita fue que sabía que el apellido Tenreiro venía de allí porque me lo habían informado mis amigos gallegos cuando visité Galicia por segunda vez –la primera fue en mis veintipocos años– con ocasión de un Congreso de Arquitectura Institucional en 1990. Sabía también que el apellido existía en Brasil porque tiempo atrás en una de las revistas de arquitectura brasileñas que se publicaban en los años cincuenta y que mi hermano Jesús como estudiante de arquitectura llevaba a casa, habíamos visto propaganda de una tienda de diseño llamada Tenreiro Decorações. Hoy sé que esa tienda era propiedad de Joaquim Tenreiro, nacido en Melo, al norte de Portugal en 1906 y con toda probabilidad hijo de gallegos, escultor, pintor y gran diseñador de muebles hoy muy bien valorados, quien había muerto, lo sé hoy, tres años antes de mi visita. También sabíamos los hermanos gracias a un primo bastante mayor que nosotros, amante de la historia, fallecido, Tomás Pérez Tenreiro (1916-1998) hijo de Josefina la hermana mayor de mi padre, que en antiguos documentos figuraba el apellido. Hablaba de uno –nunca lo vi– que mencionaba a un Tenreiro quien durante una guerra local en un siglo anterior había perpetrado crueldades en la ciudad gallega de Vigo, 150 kilómetros al sur de La Coruña, asunto que por esas cosas de la adolescencia que hoy nos dan cierta vergüenza, nos enorgullecía un poco. En todo caso, la visita a Pontedeume me ayudó a hacer del nombre figura o imagen del lugar donde prosperó, tomé conciencia de lo extendido que estaba –muchas ramas sin relación entre ellas– y que la emigración prácticamente lo lanzó hacia fuera de Galicia, siendo mi bisabuelo Rudesindo Tenreiro, al dejar Pontedeume para radicarse en Cuba, parte de ese impulso de abandonar la tierra de uno.
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Me había parecido simpático en la visita de 1994 que apenas al llegar a Pontedeume y acercarme a un grupo de personas que departían animadamente en una plaza, mis preguntas acerca de los Tenreiro tuviesen inmediatas repuestasque señalaban lugares y anécdotas que ya no recuerdo. Pero más recientemente, en el pasado mes de Enero, mi hija Victoria, igualmente movida por el deseo de saber sobre los orígenes gallegos, fue con su familia –Gustavo Cardona, Carlota y María Lucía– a Pontedeume donde tuvo una experiencia similar a la mía al acercarse a dos señoras que caminaban por el paseo que bordea el río: inmediatamente le señalaron a la distancia una vieja casa que había sido de la familia Tenreiro (permitiéndose el chisme de que los dueños habían sido gente pija[1]) y le informaron además que junto a ella vive aún un árbol varias veces centenario y muy venerado por los vecinos, un tejo llamado El tejo de los Tenreiro (https://elpais.com/ccaa/2013/06/28/galicia/1372419864_694294.html), pino cuya especie es cercana a la de las muy conocidas sequoias de los bosques de América del Norte. Caminaron hasta allí sin poder entrar a la casa, abandonada y rodeada de muros y maleza, cuyo nombre es Villa Magdalena; junto a ella, en el espacio público del paseo, anteriormente terrenos de la casa, protegido por una verja de huella circular, está el singular y vetusto árbol. Ya un tanto despojado, muchas veces podado, al cual tiempo atrás, a principios del siglo veinte, la familia le insertó en las ramas unas plataformas de madera hasta formar tres pisos que se muestran en las viejas fotos, a los cuales se subía por una escalera de caracol metálica. Su peculiarísima condición de árbol-mirador (desde él se apreciaba el paisaje inmediato), su extraordinaria longevidad –de 300 a 500 años– y por extensión la casa y su familia pija políticamente afín a los fundadores de la República Española, fueron obligada visita para gente de la historia política e intelectual de España.
Hasta allí llegan nuestras averiguaciones sobre Tenreiro y Pontedeume.
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Rudesindo Tenreiro como ya dije, se llamaba mi bisabuelo. Su nombre figura en el Registro de Viajeros llegados en 1858 a La Habana en la nave Isabel que inició su viaje en Nueva York (del cruce del Atlántico no tengo información) e hizo escalas en Charleston, Savannah y Key West. Es posible suponer que hizo el viaje junto con su familia, su esposa Elena Sirut y sus hijos, entre ellos mi abuelo Lorenzo quien habría nacido en torno a 1851, o sea que llegó a Cuba de 7 años. Lorenzo terminó sus estudios de primaria, Secundaria y Derecho en Cuba, y ya por 1881 (30 años) se trasladó a Venezuela donde habría de casarse en segundas nupcias (Margarita Documet su primera esposa, falleció inmediatamente después de casarse, en Septiembre de 1885) con Julia Francia en Febrero de 1891, declarando tener 36 años[2], ella declaró 18. Y revalidó su título de Abogado-Procurador para ejercer su profesión en Venezuela en 1897[3], nacidos sus tres primeros hijos. Su madre Elena Sirut parece haber salido de Cuba antes que él, en 1869 hacia Veracruz, Mexico, tal vez a causa de la muerte de Rudesindo, para radicarse después en Jamaica (importante exportador de azúcar en ese tiempo) según lo declara Lorenzo en uno de los documentos venezolanos que hemos consultado. Lorenzo habría de tener nueve hijos, la mayor Rosa Herminia de la Candelaria, de su matrimonio (1885) con Margarita Documet, y ocho[4]de su matrimonio con Julia Teresa Francia Gil[5], venezolana, en 1891.
Y por fin, después de todos estos datos genealógicos que incluyo sin otra intención que la de precisar el cuadro humano del cual somos parte, llegamos a mi padre, nacido en Caracas el 20 de Diciembre de 1904, el quinto de los ocho hermanos Tenreiro Francia, bautizado Antonio Jesús pero desde muchacho Jesús Antonio –Chucho para los amigos– nombre heredado por mi hermano mayor. Chucho hizo la primaria en el Colegio San Ignacio de Caracas, regido por los jesuítas. Lo sé no porque me lo haya dicho nadie nunca –he dicho que papá no era comunicativo con sus hijos– sino porque ahora mientras escribo estas cosas llegué entre los papeles de las gavetas familiares a un curriculum fechado por papá en 1969: allí está el dato. Y sabía porque lo decía mi madre, que terminada la primaria, supongo que en 1918, ingresó junto con su hermano Pedro Pablo cuatro años mayor que él al Seminario Interdiocesano de Caracas, también regido por los jesuítas, para convertirse en sacerdote.
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Murieron Lorenzo y Julia, él fue el primero, en fecha que no he logrado precisar. Debe haber sido en torno a 1918, y no sería raro que la razón haya sido la gripe española. José Antonio, el segundo de los hermanos, había muerto a causa de la epidemia, así nos lo contaban en casa; y muertes tan próximas parecen explicarse también por un factor externo. Y la epidemia causó estragos en Venezuela. Mi madre contaba que ella de muchacha –nació en 1907–veía pasar frente a su casa de Valencia las carretas que llevaban los cadáveres para enterrarlos en fosas comunes en el cementerio de San Blas.
Por otra parte, Lorenzo, el tercero, había muerto de paludismo contraído cuando anduvo por el estado Guárico como agente viajero, o sea que la familia fue tocada por la adversidad. Ya Josefina la mayor se había casado en 1914, así que al morir Lorenzo y Julia quedaron sin asistencia los cinco menores: el mayor Pedro Pablo, papá y las tres hermanas. Pero se hizo presente la solidaridad de la cultura familiar venezolana y tomó a su cargo los huérfanos la abuela materna Escolástica Gil de Francia quien era una viejecita bondadosa –según trascendió siempre en la familia– viuda de un general gomecista, Juan José Francia[6]. Los acogió como una verdadera madre y los encaminó a todos sin que uno deje de pensar que las dificultades económicas –sus medios eran muy modestos– hayan podido influir para que los dos varones hicieran sus estudios de secundaria y superiores como futuros sacerdotes. Entrar al seminario como medio de estudio, recurso que flota siempre un poco en los medios clericales, siempre ha sido una opción para los más modestos en los países con tradición católica y ese pudo haber sido el caso. Pedro Pablo concluiría sus estudios y llegó a ser un respetado Obispo, pero Antonio Jesús quien cumpliría catorce años ese Diciembre del 18 cuando ambos entraron al seminario, terminó eligiendo la vida seglar después y gracias a su decisión aquí me encuentro. Empezó de inmediato a tratar de revalidar sus estudios para hacerse abogado lo cual he dicho más arriba que se le hizo imposible, y además a abrirse paso en el mundo comercial en el cual desarrolló su vida, trabajando a partir de 1922 en una empresa de Caracas, El Bazar Americano, que vendía máquinas registradoras National, artefactos eléctricos para el hogar y muebles de acero, así lo dice el curriculum.
La decisión de dejar el Seminario, difícil sin duda en tiempos de tantos prejuicios formales de corte religioso, asociada a la indudable soledad afectiva que afecta a todo huérfano –mamá nos lo decía de vez en cuando para explicar su carácter– tiene que haber dejado huellas en su modo de estar en el mundo. Tengo para mí que entró al Seminario con auténtica vocación, por supuesto la que se puede tener a los trece o catorce años, pero cuando ya avanzados los estudios y adolescente se enfrentó a la perspectiva del celibato, le oí decir en una oportunidad que se había dado cuenta que no podría ser sacerdote: la mujer era fundamental en su manera de ver la vida.
[1]Pijo en España es quien «viste, se comporta o habla de manera afectada manifestando buena posición social y económica» o sea que significa lo mismo que «sifrino» en Venezuela.
[2]Lorenzo declara 36 años en lugar de 40 porque alteraba su edad, tal como se ve en los documentos posteriores. También alteraba su lugar de nacimiento al decir que era nacido en Cuba, lo cual comparando las fechas resulta imposible. Ambas mentirillas son comprensibles. Los españoles, a consecuencia de la Guerra de Independencia, eran vistos en Venezuela con no disimulada antipatía (lo recuerdo incluso en mi niñez) lo cual era un obstáculo para su ejercicio profesional. Su diploma de abogado, el original en mi poder, no dice donde nació. En cuanto a la edad, en Venezuela en esas fechas, cuando no existía Cédula de Identidad, la gente mentía conscientemente o no sobre su edad. Mi madre mintió cuando tramitó su primera Cédula: se quitó tres o cuatro años.
[3]Tengo el documento original cedido por mi hermano Jesús, quien a su vez lo había recibido de Tomás Pérez Tenreiro.
[4]De mayor a menor: Josefina nacida en 1893, José Antonio, Lorenzo, Pedro Pablo, Antonio Jesús, Mercedes Amalia, Rosa y María Cristina (1910).
[5]Hija del General Juan José Francia y de Escolástica Gil, ambos nacidos en Venezuela y de ascendencia venezolana.
[6]Ya escribí aquí (Todo llega al Mar 3- 18 de Agosto de 2018) acerca de la curiosa muerte –cómica dentro de lo trágico– del General Francia: le cayó un coco en la barriga mientras descansaba en una hamaca tendida entre cocoteros en la hacienda La Trinidad, propiedad de Juan Vicente Gómez, en las afueras de Maracay