Oscar Tenreiro
El lunes 3 de Abril de 1922, Cecilia mi madre, niña de doce años de edad, estaba temperando[1]con mi abuela Elizabeth y su hermana mayor Alesia en Puerto Cabello aprovechando el típico tiempo de vacaciones venezolano de la Semana Santa que comenzaba cuatro días después, el 7, Viernes de Concilio. Ignoro quienes más de la familia estaban con ellas, pero lo que sí sé, por habérmelo dicho ella, es que ese día recibieron la noticia que a su padre le había dado una angina de pecho y se encontraba en Valencia en grave estado: las apremiaban a que tomaran el tren de inmediato –el ferrocarril inglés inaugurado treinta años antes–para unirse al resto de la familia. En lo que me contó mi madre no mencionó –o no lo recuerdo– si sabían que ya Guillermo había muerto, pero sí retuve que el viaje había sido angustioso y que habían llorado, sobre todo Mamá Lispe, su madre. Y había razones para ello, porque en efecto Guillermo Patricio Degwitz Korndörfer nacido el 17 de Marzo de 1869, había muerto 53 años y unos días después, dejando nueve hijos y viuda.
Es de suponer lo que esa muerte ocasionó a la familia. Guillermo era un hombre muy activo y se destacó fuertemente en el mundo empresarial valenciano. Es lógico pensar que por sus logros para ese momento y por la huella que dejó en los hermanos mayores –mi madre apenas lo conoció– también hombres de empresa y personas de fuerte carácter, que su personalidad era vigorosa y se hacía muy presente en la dinámica familiar. Aparte de que como hijo de alemanes nacido en Venezuela, es decir, heredero directo de las tradiciones y hábitos de esa nación pero asimilado totalmente a nuestro país, sus impulsos industriosos estaban complementados por el conocimiento del medio y de sus gentes, condición muy favorable para sus proyectos. Su padre Hermann además, como constructor de carruajes que había sido (algún documento venezolano lo llama de profesión carretero) en Prusia Oriental y durante cierto tiempo en Lübeck antes de venir a Venezuela, debía tener el amor por la manufactura y la trasmitió a su único hijo varón, porque sabemos que esa particular visión del hacer –producir y vender lo producido– con mucha frecuencia se trasmite de padres a hijos. Y fue precisamente la previsión alemana y la intención de iniciar a los hijos en las tradiciones que había recibido[2], lo que lo llevó a enviar a dos de los mayores, Hermann el primero y Ricardo el tercero, muy jovencitos, a educarse un tiempo en Alemania. Y a Guillermo, el segundo, a estar junto a él en labores gerenciales de la fábrica[3]de Sombreros Degwitz –la empresa estrella de Guillermo el viejo– posición que mantuvo muchos años y ejerciendo la cual lo conocimos los hijos de Cecilia, niños todavía, a mediados de la década de los cuarenta.
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Cuando mi madre me contó sobre Puerto Cabello y la mala noticia no omitió un detalle que para ella fue importante: ese mismo día se desarrolló como mujer. El acontecimiento que habría de marcar el resto de su adolescencia, la muerte de su padre, coincidió con el que le indicaba el inicio de su vida de mujer adulta, y así, asociados, figuraron en su narración. Me dijo además que debió hacer el viaje a Valencia con la incomodidad de no saber cómo manejar síntomas que no por ser normales dejan de requerir ciertos cuidados que una niña poco conoce, sobre todo en esos tiempos en los cuales la intimidad femenina se veía con demasiado recato. Debió pues pedirle ayuda a su hermana mayor Alesia, porque mamá Lispe estaba demasiado ocupada con sus temores. Alesia le explicó como proceder y la ayudó a protegerse con servilletas de tela, a falta de los pañales que entonces se usaban y no habían traído; y así, acosada de la ansiedad causada por lo que no se conoce bien, porque a las niñas se las preparaba mal para conocerse a sí mismas, debió hacer el viaje hasta Valencia.
Iban a pasar 13 años hasta el 22 de Junio de 1935 cuando con 24 años cumplidos se casaría con Antonio Jesús, él de 30. Durante esos años huérfana de padre, estuvo, como puede suponerse, muy protegida como la menor de los nueve, separada trece años de su hermano mayor Hermann, diferencia de edad que trae consigo una actitud de protección que caracterizó el trato hacia ella en el seno de la familia, situándola en alguna medida en el papel de consentida. Y también en el de joven casadera porque es de suponer que ya a los doce años había terminado sus estudios de primaria, hasta sexto grado como era habitual para las mujeres, los cuales cursó en el Colegio de Nuestra Señora de Lourdes, regentado por monjas de San José de Tarbes. Fueron esos sus únicos estudios antes de pasar a ocuparse de la casa y cultivarse estudiando música –rudimentos de piano y guitarra– o en cualquiera de las actividades apropiadas en toda buena familia, mientras aparecía un pretendiente. Un tipo de vida que si bien era común entre las adolescentes de entonces ofrece un abrupto contraste con la que se vio obligado a llevar Antonio Jesús, valiéndose por sí mismo desde los diecisiete años, con un apoyo familiar bastante leve.
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Su papel de joven casadera de buena familia tuvo por supuesto mucho que ver con lo que sería en lo sucesivo la vida de Cecilia, repitiéndose en ella lo común del estilo de vida de entonces y la pequeña historia de su hermana mayor Elizabeth y la anterior a ella Carlota, casadas muy jóvenes, sin que dejara de estar presente la niebla de la soltería que amenazaba en Alesia su otra hermana mayor en cinco años, quien se casaría mucho más tarde y no tendría hijos; niebla que en esos tiempos era siempre fuerte si no aparecían pretendientes serios antes de cumplirse los veinte años. Como muestra de esa actividad social quedan fotografías sueltas que revelan momentos de esparcimiento, disfraces curiosos–y hasta cómicos– de carnaval y otras cosas que ayudan a darse una idea del tipo de vida de una soltera de buena familia en el mundo provinciano de una pequeña ciudad de un pequeño país. Y entre todas esas cosas ha llegado a mis manos como un documento muy particular acerca del tipo de vida que su condición le definía, un curioso Homenaje Lírico…a Cecilia Degwitz mi bella madrina, aparecido en un diario de la ciudad. Una muestra del tipo de recursos que se utilizaban en la Venezuela de esos años para que un medio impreso circulara entre los sectores más pudientes: se nombraba a las solteras más conocidas como madrinas de escritores en ciernes quienes debían entonces redactar esos homenajes. A Cecilia le tocó su turno y así fue objeto de una pieza de ocasión con aspiraciones literarias, que le dedicó el 4 de Junio de 1932 (tenía Cecilia 22 años) el periodista Carlos Navas Spínola, miembro de la redacción del diario El Globo de Valencia, donde por supuesto salió publicado. Es uno de esos textos agobiados por la trillada cursilería abundante en ese tiempo venezolano, en los cuales el lenguaje florido y las citas de filósofos, poetas o dioses de la mitología consumen todas las palabras reduciendo al mínimo lo que de verdad toca el tema, en este caso el elogio a la madrina. Y aquí lo muestro, Cecilia lo conservó entre sus cosas. Más que recordarla a ella documenta a una cierta Venezuela.
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Punto alto en su vida de soltera, análogo al de Antonio Jesús, fue también para Cecilia un viaje fuera de Venezuela, hacia Alemania tierra de ancestros. Lo hizo en 1930 en el verano-otoño europeos (varias de las fotos son de Junio), acompañando a mamá Lispe, su hermano Carlos Roseliano (nacido en 1906) y su hermana Alesia Rosa Guillermina (1904).
Del traslado Puerto Cabello-Hamburgo por barco en el vapor Venezuela narraba episodios–reuniones, ocasiones festivas– que revelaban el tono alegre de juventud y sobre todo el talante de joven mujer que recibía atenciones de los compañeros de viaje de su edad, 21 años. Cuando una vez le comenté que me encontraba recibiendo clases de alemán se animó incluso a recitarme de memoria un poemilla que le había dedicado uno de los viajeros. No soy capaz de recordar el nombre de la persona o el poema, pero de este último retuve el fin de cada verso: …wie du…como tú.
En la evocación del viaje figuraba Hamburgo de modo principal no sólo por la atracción que la ciudad ejercía en los venezolanos como ya he dicho, sino presumiblemente por el origen familiar por el lado de su madre, los Aigster de Altona. Pero también Berlín le dejó recuerdos, como los paseos por Unter den Linden, esa Avenida con aire de Champs Elysées que arranca en la conocida Puerta de Brandemburgo y termina en el parque Lustgarten frente a la gran catedral luterana, conocida como el Dom. Tanto hablaba de ella que cuando tuve oportunidad de estar allí, en 2003, le traje como regalo que pensé estimularía su memoria (que ya en ese año se había borrado un poco), hojas de uno de los tilos que le dan nombre a la avenida, recobrada hoy de la destrucción de la guerra. Y allí quedaron las hojas insertas en una vieja fotografía hasta la muerte de Cecilia.
Para reconstruir ese viaje que fue sin duda memorable, ayudan una vez más las fotografías que sobrevivieron las gavetas y he podido digitalizar. En una de ellas está con la abuela y el Dom al fondo. En otra con sus hermanos y una amiga. Y hay una tercera que por su calidad debe ser profesional, tomada, creo, en un lugar llamado Kaskaden Fahl en la Selva Negra. La muestra a contraluz de perfil viendo hacia el frente. Es una foto hermosa que me conmueve porque habla de la mujer que ella era.
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Y culmino este recorrido fragmentario por los tiempos jóvenes de Cecilia con un momento de su vida joven que la muestra no sólo como una persona de carácter sino, así me lo dijo una vez mi hermana Carlota, como una mujer fuerte…en el sentido bíblico.
Cecilia debe haber tenido no pocos pretendientes, pero sus nombres no llegaron a nosotros porque los hijos no tienen la posibilidad de vincular nombres con personas cuando se trata de tiempos anteriores a la formación de la familia. Sin embargo, entre todos los nombres que la rodearon nos señaló uno con toda claridad porque correspondía a una persona y una relación, una circunstancia, que le permitió a ella hacer plenamente consciente la actitud que iba a jugar un papel central en su vida y en la nuestra. Nos habló de que la relación entre los dos comenzaba a transformarse en amor. Y asomaba en ellos la idea de compartir un proyecto de vida que lo impulsó a él a hacerle una íntima confidencia: estaba imposibilitado de tener hijos. Saber esto le exigió a ella hacerse consciente de lo que esperaba de su vida futura: la afirmación radical de su vocación de ser madre. Para ella tener hijos era la razón de vivir, su realización como madre era su modo de ver la vida. Y como consecuencia le correspondía renunciar al amor que despuntaba. Y lo hizo. Renunció. Así nos lo contó.
Hoy esa actitud de Cecilia puede verse como propia de un pasado superado, pero a nosotros los hijos de ella y Antonio Jesús, necesariamente nos inspira reflexiones vinculadas a nuestra propia existencia. Dejar abierta o no la posibilidad de ser padre o madre es algo que define la posición de una persona ante la vida misma: va hacia el misterio de ser. La remota renuncia de Cecilia antes de todos nosotros la definió y terminó marcándonos. Lo digo reconociendo el riesgo de estar haciendo literatura. Pero así lo siento hoy a la vez que recalco que no hablo de ello en términos religiosos, si bien este tema pueda tratarse con argumentos religiosos. Reconozco simplemente un atributo del ser humano: dar vida a otros como él. Y está en nosotros decidir si lo honramos.
[1]Esta palabra se utilizaba mucho en Venezuela para referirse a tomar vacaciones en algún lugar distinto de la residencia habitual. Veo, explorando por Internet, que es un modismo regional que se refiere a » Cambiar de clima (una persona) por razones de salud o de placer». Con ese sentido lo oí mucho de niño. Hoy muy poco se usa.
[2]Hermann fue pionero de la radiodifusión en Venezuela: fundó una radio importante, Radiodifusora Venezuela. Ricardo fundó telares y una fábrica de aceites comestibles entre muchas otras cosas que lo convirtieron en pionero de la industria valenciana.
[3]Sombreros Degwitz era una industria importante, no sólo en Valencia sino en Venezuela, no tanto por su tamaño sino porque era un ejemplo interesante de auto-sostenimiento para la época. Producía su propia electricidad. Cubría todo el proceso industrial. Nosotros los Tenreiro, de niños, la conocimos bien y hasta trabajamos en ella. Lo describo más adelante. Guillermo fundó también, asociado a otros, una empresa de energía hidroeléctrica, La Cumaca, pionera en el país.