ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

Este encierro de la pandemia, combinado al tipo de encierro que es vivir en la Venezuela actual, depara sin embargo ciertas cosas de interés.

Una de ellas, la de encontrar sorpresas que pueden ser gratas entre los escritos o imágenes que uno guarda en sus archivos. Sorpresas que lo son debido a que no nos recordábamos sino muy levemente de su existencia y reencontrarlas abre nuevas vertientes; o porque contribuyen al desarrollo de lo ya pensado y ayudan a concebir proyectos que captan nuestra energía.

Esto último ocurrió cuando descubrí que no había escaneado–para conservarlas y hacerlas útiles– algunas fotos tomadas a la obra en construcción o recién terminada de la casa de hacienda de Carolina Solórzano Vásquez quien fue mi estudiante en 1998 y como trabajo de fin de carrera, bajo mi dirección, la proyectó y construyó, junto con Reina Vásquez, su madre, en el borde de una extensa planicie para cultivo de arroz –sustento de la familia–de las que caracterizan el Estado Portuguesa en los llanos venezolanos. A unos 400 kilómetros de Caracas en un sitio llamado el Playón no muy lejos de la más conocida Turén, colonia agrícola muy exitosa fundada a comienzos de la década de los cincuenta del Siglo XX.

Dar con las fotografías y digitalizarlas sumándolas a las que ya tenía me llevó a recordarme de las incidencias de aquella experiencia docente que permitió a una estudiante como Carolina vivir los distintos momentos, con frecuencia problemáticos, que acompañan a la transformación del proyecto en realidad construida. En esa etapa de realización –el proyecto tomó un semestre completo, la construcción casi dos– mi presencia en el proceso se hizo más decisiva sin que por ello Carolina haya bajado en ningún momento la intensidad de su compromiso, todo lo cual se expresó en el resultado, que todavía hoy, después de más de veinte años transcurridos, me emociona y me impulsa a documentarlo. Es una propuesta de arquitectura sólida, atractiva y sobre todo conectada, me parece, de modo claro, con una geografía y un clima: es expresión de arquitectura nacida de un medio natural. Fue para mí un trabajo en colaboración en el cual el diálogo entre mi persona como profesor y el aporte del estudiante, fue conduciendo a una síntesis en la cual se suman intenciones que lograron ser expresadas en el resultado final. Y disfruto hoy al recorrer las imágenes de hace dos décadas. Disfrute que asocio a valores de la arquitectura que han sido claves para mí  (los principios estructurales, los materiales, los tipos arquitectónicos heredados, cortar el sol tropical con la sombra de los aleros y sus prolongaciones, el color pintado o embebido mediante pigmentos minerales en el revoque) que esta joven contando con el apoyo de su madre y la muy bienvenida soltura procedimental de nuestra Facultad de Arquitectura –su mejor atributo, sin duda– logró edificar en las planicies de nuestro país.

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Pero la puesta al día documental ha sido imposible porque le perdí la pista a Carolina, a su madre y a la casa misma. Dejé de tener noticias en 2013 – 2014, cuando ella me comunicó por teléfono que la casa había sido transformada en posada turística con el nombre de «Ático del Atardecer». Años después, en 2018, tiempos en los cuales preparábamos el libro Todo Llega al Mar, quise hacer contacto con ella para publicar y me resultó imposible saber donde se hallaba y averiguar algo sobre el destino de nuestra empresa común. La parte de la familia que vivía en Caracas tal vez se sumó a la diáspora venezolana porque no he podido hasta hoy localizarlos. En resumen, nada he sabido a pesar de todos mis esfuerzos.

Busqué entonces ayuda en sus antiguos compañeros. Primero en Manuel Bolívar, residente ahora en São Paulo, Brasil, con quien había yo tenido contacto reciente, y a través de él con Guillermo García, quien vive con su familia cerca de Cambridge en el Reino Unido. Ambos habían sido compañeros de Carolina, si no en el tiempo exacto de su experiencia, sí en los años inmediatamente anteriores. Y juntos, hace un par de meses, usando una reunión Zoom como ahora se ha hecho común, recorrimos las fotos de la casa, unas cuantas de la etapa de construcción y muchas menos de la casa terminada. Carencia esta última que se explica, por una parte por la distancia desde Caracas, y además porque luego de que el Jurado designado por la Facultad  (los colegas profesores Francisco Sesto y Harry Frontado además de mi persona)  visitaran la casa para la sesión final, visita que después se hizo festiva, más nunca regresé y se nos fue haciendo difícil a Nubia mi esposa y a mí viajar hasta allá y pasar un tiempo de ocio combinado con el ejercicio fotográfico.

Y mientras Manuel, Guillermo y yo hacíamos comentarios sobre la casa fueron surgiendo preguntas. Yo iba explicándoles lo que se iba mostrando –la cualidad ostensiva de la arquitectura– lo que iba saliendo, manteniendo con ellos una conversación que tenía mucho de auto-examen de mi parte y de observaciones críticas de parte de ellos. Todo ello a partir de las fotografías y lo que los tres recordábamos.

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Hablaba al principio de estas líneas de los proyectos que surgen cuando se busca en los archivos. Pues bien, del examen compartido de las fotos de la casa de Carolina surgió la idea del Seminario Seis Décadas, del cual hay ya información completa en este Blog ( https://www.youtube.com/watch?v=cLmmYDGRb-w). Por que si aquel intercambio entre un profesor y sus antiguos estudiantes había sido útil y estimulante ¿por qué no hacerlo a partir de las muchas otras cosas que han sido parte del continuo esfuerzo de búsqueda de la construcción, tema principal de la vida de un arquitecto? La idea me capturó convirtiéndose en propósito que poco a poco va adquiriendo forma final. A Manuel y Guillermo se les sumó durante el proceso preparatorio Augusto Terán, También mi ex-estudiante, colaborador muy activo durante los últimos veinticinco años. Los tres fueron contribuyendo a configurar la mecánica a seguir. Surgió además durante las conversaciones iniciales la intención – siguiendo algún impulso, como siempre en mi caso– de pedirle que participaran a personas de otros mundos Latinoamericanos que podían simpatizar con la propuesta. Con cuyo propósito hice contacto con mi antigua amiga Ruth Verde Zein de São Paulo –profesora, crítica, activísima en nuestro continente– cuya positiva y dispuesta actitud me impactó de tal manera que surgió la idea de estructurar las sesiones del Seminario (el formato me lo propuso mi hija Victoria) con participación activa de personas del mundo de la Crítica y el pensamiento sobre arquitectura quienes serían interlocutores y colaboradores activos con el papel de co-relatores durante las diferentes sesiones. Y para ese rol están comprometidos Jorge Pérez Jaramillo de Colombia, José María Lozano de España, Enrique Larrañaga y Antonio Ochoa Piccardo de Venezuela, personalidades que con seguridad vivificarán el intercambio; además por supuesto, de Augusto, Manuel y Guillermo.

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No abundo más sobre el Seminario porque todo está bien explicado en la página de inicio de este Blog, pero dedico unas palabras adicionales a la casa de Carolina Solórzano, origen –como hemos visto– de tantas cosas.

Cuando veo el noble perfil de la casa y me adentro un poco en los aspectos menos aparentes, no puedo dejar de decir que veo en ella una muestra –que repito me conmueve– de ciertas figuras que tienen condición arquetípica, surgidas de la acción del hombre como constructor a lo largo del tiempo y sin embargo siempre presentes como imagen que nos alcanza en este mundo tropical: el techo que se muestra claramente, el corredor que ofrece la sombra, la construcción como origen, las texturas y los colores minerales…y muchas otras cosas. Recuerdo entre todas ellas el punto, que fue de partida,que le propuse a Carolina: construir un cuadrado de piedra ciclópea que recibiría la tierra sacada para la piscina y a la vez serviría de fundamento para una estructura híbrida –madera y acero sobre una losa de concreto apoyada en la piedra. De allí surgirían todas las consideraciones de diseño posteriores que pueden observarse en las plantas y en los cortes que debo suponer que Carolina conservó.

Si no ha ocurrido lo que ha sido común en la situación venezolana con tantas cosas buenas, como sería el deterioro radical de la casa debida a circunstancias difíciles o la acción destructiva de nuevas manos con incultura y dinero sobrante dispuestas a modificar lo recibido, tengo la esperanza de que antes de irme de por aquí definitivamente haya la posibilidad de estar una tarde cualquiera en aquel corredor viendo el atardecer sobre las lagunas del arroz, con Carolina, sus hijos, y Reina si aún está, rememorando lo bueno ya vivido y abriendo el alma en reflexión íntima hacia las imágenes que parieron ese punto en el paisaje. Punto que también puede ser de partida.