Oscar Tenreiro
Últimamente, como respuesta a algunos malentendidos, me ha parecido que debo hablar de nuevo de mi punto de vista acerca de lo que llamamos Crítica de Arquitectura. Poco me gusta y más bien me incomodan bastante, los usos y manifestaciones de lo que se denomina Crítica de Arte (que no es lo mismo que la Historia, la cual me interesa especialmente), de la cual la de arquitectura es hermana. Pero si del nombre hablamos, acepto el término. Y lo hago habiendo dejado claro, en un escrito (Sobre la naturaleza de la Crítica) de hace casi treinta años que hoy incluyo en este Blog, lo que yo entiendo de sus límites y su naturaleza.
El fundamento de esta posición que durante años he sostenido respecto a la Crítica de Arquitectura, tiene su origen en que un buen día toqué a la puerta en el legado de Ludwig Wittgenstein, quien en su obra cumbre había llegado a decir cosas como que la mayor parte de las proposiciones e interrogantes que se han escrito sobre cuestiones filosóficas no son falsas sino absurdas[1]frase que en cierto modo fuerza al discurso filosófico a confrontarse con su contenido de verdad más allá de las formas que lo disfrazan. Su modo de pensar y situarse frente a la lluvia de palabras –el lenguaje– que disfrazan no sólo el discurso filosófico sino gran parte de lo que se escribe en actitud de filosofar –ir hacia el fondo– es liberador, porque nos sitúa a todos, de modo parejo y más allá de las supuestas diferencias culturales, frente a lo que podemos y no podemos decir. Descubrí entonces lo que era por ejemplo tautología, una proposición que no dice nada, en la cual se pueden intercambiar o invertir los términos o sustituirlos por otros sin dejar de ser verdadera o falsa, y constituye según LW un componente principal del discurso filosófico. Descubrimiento que en su tiempo y aún hoy ha tenido una repercusión extraordinaria: sí, la filosofía está compuesta principalmente de tautologías.
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Otro aspecto que conocí hasta convertirlo en mío, fue el rechazo de Wittgenstein a la explicación, lo cual entiendo como el reconocimiento de la imposibilidad de expresar con palabras –verbalmente o mediante la escritura– lo que pertenece a la dimensión artística, filosófico-metafísica del mundo en el que vivimos. Lo dice así: Toda explicación tiene que desaparecer y sólo la descripción ha de ocupar su lugar [2]. Y si esa imposibilidad opera en general, con mucha mayor razón debe aplicarse al espacio más restringido del comentario sobre la obra o el proyecto, materia de la Crítica Arquitectónica.
Su aporte llega incluso hasta el campo religioso (Wittgenstein fue un hombre de Fe difícil). Destaco su muy conocida equiparación de la ética y la estética que nos ilumina sobre el por qué las proposiciones de ambos campos de la filosofía pueden ser siempre refutadas. Dicha por él así: …por eso no puede haber proposiciones éticas, las proposiciones no pueden expresar nada más alto. (T/6-421) Está claro que la ética no resulta expresable. La ética es trascendental. Ética y Estética son una y la misma cosa (T/6.522). Lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico.
Son pensamientos que ayudan a entender la razón del por qué los Evangelios por ejemplo son esencialmente relatos –descripciones– sobre circunstancias y personajes de la vida, de Una Vida, o parábolas que a su vez se refieren a hechos del mundo, guardando distancia de cualquier intención de explicación, con la sola excepción de San Juan en su enigmático discurso sobre el Verbo –el Verbo se hizo hombre…– o en el espacio simbólico de su Apocalipsis (que es enteramente descriptivo) las escrituras cristianas son sencillas historias de Una Vida y enseñanzas expresadas como cortísimos cuentos, a partir de las cuales se han escrito y pronunciado millones de explicaciones en todos los idiomas de la tierra durante dos mil años.
Pero tendría que nombrar muchas cosas más, lo cual traicionaría mi intención de brevedad, y más bien aprovecho para incitar a leer el texto que incluyo hoy a la vez que acudo a uno de los aforismos del filósofo:Me siento junto a un filósofo en el jardín; dice repetidamente: «Sé que esto es un árbol» mientras señala a un árbol junto a nosotros. Una tercera persona se nos acerca y lo escucha; yo le digo: «este hombre no está trastornado: tan sólo filosofamos» [3]
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Ahora bien, el título de esta nota habla de Entender e Interpretar, con lo cual quiero decir que son dos cosas diferentes que pueden o no estar asociadas. Cuando uno piensa que entendió algo complejo que exige extrema cautela al emplear las palabras –y ese es el caso del discurso filosófico– y se dedica a interpretarlo para exponerlo a otros, es muy fácil perder el hilo de lo que originalmente es claro y coherente hasta hacerlo confuso o incluso distante de las intenciones del original. Hay siempre el riesgo de que la interpretación termine en contradicción. Al interpretar, o creer que se interpreta, acecha el peligro de traicionar, alterar o restarle claridad a lo que se creyó entender. Esto ocurre constantemente en la esfera religiosa y con parecida frecuencia en el campo de la filosofía.
La pérdida de claridad en la interpretación la he vivido personalmente. Si bien es verdad que puedo dar la impresión de entender lo que Ludwig Wittgenstein le entregó a la humanidad a propósito del lenguaje –y creo en efecto haberlo entendido– me produce una constante decepción constatar que quienes se acercan a mi interpretación parecen no entenderme, es más, hasta ahora creo – a la luz de su conducta posterior– que son pocos los que me acompañan, específicamente, en mi manera de ver la Crítica.
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Lo anterior me lleva al motivo de estas líneas: haber leído un libro sobre Wittgenstein como arquitecto (Wittgenstein, arquitecto– Bernardí Roig, Fernando Castro Flórez y Agustín Fernández Mallo. Galaxia Gutenberg- Barcelona 2020 ), obra que en buena medida es una muestra de un modo de pensar y discurrir muy distante de Wittgenstein. Queriendo apoyarse en Wittgenstein lo traicionan e ignoran.
Como sabe quien se haya acercado a la vida del filósofo, LW ejerció la arquitectura brevemente –tres años– ocupado en la construcción de la casa de su hermana Gretl (Margaret), la Casa Wittgenstein, terminada en Diciembre de 1928[4]y ubicada en la Kundmanngasse, callecita de Viena. Incluso W se llegó a registrar en Viena como arquitecto. Es esa experiencia de la casa, en apariencia, el tema de la publicación.
Porque el libro, de tapa dura, edición muy cuidada, parece un empeño, en primer lugar, de establecer conexiones imposibles entre pensamiento filosófico y pensamiento arquitectónico, empeño radicalmente opuesto al pensamiento del filósofo, y en segundo término, de tomar aspectos de la vida del vienés y comentarios sobre su trabajo de arquitecto como pretexto para elaborar un discurso bien escrito, inteligente, que se ofrece al mercado de los frecuentadores de galerías y diletantes del arte, pero en el cual se razona y comenta usando un lenguaje que muy poco le debe, si algo, al aporte filosófico de Wittgenstein. Para sostener su empeño no tienen los autores más remedio, cada uno en su turno (son tres textos separados), que recurrir a los giros de lenguaje, muchos de ellos tautologías, que pueblan el mundo de la crítica de arte, lo cual maneja con facilidad Fernando Castro Flórez, quien es el autor del texto principal: treinta páginas…con nada menos que 166 citas. Luego del cual se incluyen los de Agustín Fernández Mallo y Bernardí Roig[5]que son en realidad comentarios a lo que ahora en el mundo del arte se ha hecho común, las performances, recurso muy al día que bien manejado resulta particularmente rentable y que en este caso es de una definitiva artificialidad. Una de ellas es la filmación de la escalada de un farallón de piedra cubierto de musgo en la orilla de uno de los fiordos noruegos (Sognefjord) cercano al pueblo de Skjolden, al borde del cual en la primavera de 1914 LW terminó de construir una cabaña para pernoctar durante varios veranos en los primeros años veinte luego de terminada la Primera Guerra.
Otra, consiste en deambular a pie desnudo (siendo el protagonista un filósofo según se informa en el texto), vestido con un camisón y sosteniendo una luz sobre su cabeza mientras recorre la casa Wittgenstein. La tercera es la manipulación de una pequeña maqueta de la casa con una luz dentro, evento que transcurre en un almacén de materiales de construcción. Y la última, la interpretación de una absurda –si realmente se hizo– transcripción para guitarra eléctrica del Concierto de Piano para la mano izquierda en Re Mayor de Maurice Ravel[6]. Las cuatro ocurrencias, filmadas, fotografiadas y dibujadas (buenos por cierto los dibujos) se presentan tal como si fuesen dignas de semejante despliegue de atención. Los autores parecen tomarse a sí mismos con una seriedad que asombra, la cual debe haber sido la actitud de la editorial que les edita el libro, de muy buena hechura, actitudes que sinceras o no, ponen en segundo término lo que parece evidente, que todo el asunto está manejado para inscribirse en ese mundo abstruso y pleno de triquiñuelas, que es el comercio del arte. Un subterfugio exitoso por supuesto, porque aquí estoy yo hablando del libro, lo cual me recuerda el dicho: no importa que hablen mal de uno, lo que importa es que hablen.
Y digo para concluir que podría pensarse que la intención de los autores –sin deseos de ofenderlos– ha sido burlarse de Wittgenstein…o trivializar su legado para vender.
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El libro me lo regaló y envió desde España mi querido ex-discípulo y gran amigo Antonio Ochoa Piccardo, residente en Madrid, de quien he hablado otras veces. Lo compró bajo recomendación de un librero, y en buena fe, con el afecto que nos tenemos y compartiendo nuestra admiración por Wittgenstein, me lo regaló. Antes de publicar estas líneas quise hablar un poco con él sobre mi impresión de la lectura, conversación que nos llevó por una parte hacia ese mundo, tan trillado ya, de las performances que han convertido en artistas a simples especuladores con éxito de ventas. Y también hablamos de hasta donde han ido las cosas en este mundo actual tan sobrecargado de información y sobre todo de convivencia permanente entre lo que vale la pena y lo que es simple hojarasca. Entre el oportunismo y la sinceridad. Y es fácil concluir que lo que está ocurriendo en política, campo donde han surgido tantos valores falsos hasta el punto de colocar en primer plano lo que antes se escondía, está ocurriendo por igual en todos los aspectos de la vida social. El libro en cuestión es una muestra útil: nos pone un poco más alertas.
[1]Tractatus Logico-Philosoficus 4.003, obra que identifico en el texto …Sobre la naturaleza… con la letra T, siendo el número el asignado por W.
[2]Investigaciones Filosóficas-109
[3]Ludwig Wittgenstein / Sobre la Certeza / Editorial Gedisa /Barcelona 1988 / Aforismo 467
[4]La visité en Mayo de 2011.
[5]Roig no escribe tautologías pero llega a decir esta perla: que LW atendió a un deseo de trasladar sus teorías filosóficas a la arquitectura. No es posible saber a quien se refería, tal vez a sí mismo, pero desde luego no era a Wittgenstein, quien dijo con toda claridad:…Y no podemos proponer teoría ninguna. No puede haber nada hipotético en nuestras consideraciones…(Investigaciones Filosóficas -109-)
[6]Fue encargado a Ravel por la familia Wittgenstein. Se estrenó en 1930