ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

oscar-tenreiro-Mano-abierta

Jesús Antonio Tenreiro Degwitz, cuando tenía tres sños (circa), en Valencia, Venezuela.

Jesús Antonio (1 y 2)

Oscar Tenreiro

Hace unos días surgieron del fondo de mi memoria, estos versos del poema Gratia Plena de Amado Nervo[1].

Era Llena de gracia como el Avemaría / Quien la vio no la pudo ya jamás olvidar

Nada de lo que yo venía pensando tenía que ver con el poema o su autor. Se trataba de una irrupción memoriosa que me llevó hacia atrás en el recuerdo para preguntarme origen y razón de esa especie de destello del pasado. ¿De donde? ¿Por qué? Podía repetir esos versos como si los hubiera oído el día anterior, sin saber de donde venían ni la razón de su incursión en mi conciencia.

En realidad, el poema lo había leído en distintos momentos a sus cuatro hermanos, juntos o por separado (una niña y tres niños), el mayor de los cinco Tenreiro Degwitz, Jesús Antonio. Porque Jesús tenía por costumbre Interrumpir los juegos o el infantil discurrir de sus hermanos para hablarles sobre ese poema o cualquier otro que le interesara o lo emocionara, acompañándolo de comentarios y referencias que él mismo había leído. Llevaba así, suavemente, a sus hermanos hacia un mundo personal, el suyo, compartiendo a la vez con ellos la emoción de lo que había descubierto; un compartir que siempre orientó su conducta adolescente.  Porque lo gobernaba su muy precoz pasión por la lectura– y por la música como intensísimo capítulo aparte– junto a sus impulsos por establecer vínculos entre todo aquello que iba estando al alcance de su singular capacidad para asimilar lo leído, oído o comentado. Se convertía así en jovencísimo maestro que iniciaba a los que lo seguían en edad o a sus siempre mayores compañeros de primaria y secundaria. Y Amado Nervo podía ser en los años cuarenta del siglo veinte, a pesar de esa liviana cursilería que flotaba en su obra y le abría espacio en la admiración de quinceañeras o dueñas de casa que anhelaban superar los obstáculos sociales, una referencia indispensable dentro del mundo poético que tomaba forma en ese tiempo. Tenía sin duda Nervo un valor cultural, incluso para alguien quien como yo muy poco sabía –y aún hoy muy poco sé– de orígenes y aspiraciones de su obra como muy conocido poeta que dormía en libros en las mesas de centro del mundo latinoamericano de mediados del siglo veinte.

Esa fue la actitud más notoria de los años infantiles y juveniles de Jesús Tenreiro Degwitz, la de ser para cada uno de nosotros –casi de su misma edad– tutor o incluso maestro. Nacido el 9 de abril de 1936 y fallecido el 10 de diciembre de 2007, en sus años juveniles estuvo siempre cerca para llevarnos de la mano si era necesario.  Actuaba como si hubiera sido nuestro padre espiritual abriéndonos hacia todos los temas que podían enriquecer nuestra formación–lo he llamado padre subrogante– actitud que contrastaba con la de nuestro padre biológico quien estuvo demasiado ausente, prisionero de los fantasmas y mitos de la sub-cultura machista de aquellos años.

Y así como Gratia Plena y su autor entraron en nuestra conciencia, así mismo se nos revelaron –guiados por Jesús– muchos temas, personajes, obras, que como diría César Vallejo repercutían en nuestra alma de niños. Si mi memoria no fuese tan escurridiza o mayor mi cultura literaria podría citar los nombres de los autores que poblaron el universo espiritual de Jesús Tenreiro D. mi hermano mayor. durante sus años adolescentes en la muy calurosa Maracay, ciudad que vino a ser un escenario para nosotros en cierto modo inolvidable pese a su áspera condición de simple pueblo grande que con su atraso alimentaba por contraste el deseo de superar fronteras y acercarse al corazón –Caracas– de un país que iba naciendo sin que nos diéramos cuenta. Y así, desde ese muy nutritivo caldo del cual Jesús era el principal cocinero, un nombre apareció súbitamente –así lo recuerdo- en el panorama que empezaba a abrirse ante nuestros ojos infantiles. Hablo, nada más ni nada menos, que de Antonio Machado y de su heterónimo Juan de Mairena. Nombre y discurso que se nos hicieron conocidos (ya parcialmente olvidados, claro) gracias al entusiasmo de Jesús con sus primeras letras como novel estudiante de secundaria, en vísperas de una de nuestras infaltables vacaciones anuales junto al Caribe, tradición que con especial tino estableció papá y aceptó mamá cultivándola, hasta convertirla en aporte esencial a la vida familiar de acuerdo a una sabiduría de pareja que se mostraba ocasionalmente, siempre en cosas importantes. Ocumare de la Costa vino a ser el lugar que en muchos sentidos nos hizo personas y que como hogar de temporada creó en todos nosotros un escenario emocional entrañable y permanente. Nuestro territorio infantil, con todas sus carencias, estímulos, sueños e ingenuidades pasó pues ese año, creo que 1947, a estar adornado, si nos sumábamos a las insistencias, irradiaciones e interpretaciones comentadas que venían desde nuestro joven tutor, por destellos del pensamiento de Antonio Machado-Juan de Mairena. Lo cual aún hoy me lleva a cavilar sobre mi actual convicción acerca de que  la poesía, el lenguaje poético, es  herramienta esencial para expresar el pensamiento filosófico que sin embargo pasa desapercibida a los filósofos académicos, que prefieren mejor jugar con las palabras que decir lo que no es posible decir, como lo advirtió Wittgenstein.

Y es esta cita poética de Juan de Mairena que he tomado de Internet, donde con pocas palabras que dicen mucho se resume el misterio de vivir y el estupor ante la ausencia de respuestas, la que me ha llevado hasta aquellos días en los que mi hermano mayor me hablaba del mundo poético de Antonio Machado y de su sorprendente heterónimo.

«Vivimos en un mundo esencialmente apócrifo, en un cosmos o poema de nuestro pensar, ordenado o construido todo él sobre supuestos indemostrables (…) Lo apócrifo de nuestro mundo se prueba por la existencia de la lógica (…) Y el hecho —digámoslo de pasada— de que nuestro mundo esté todo él cimentado sobre un supuesto que pudiera ser falso, es algo terrible, o consolador. Según se mire». Juan de Mairena

¿Estuvo ante nuestros ojos esta cita en aquellas vacaciones de Ocumare?

Jesús Antonio Tenreiro Degwitz a la derecha, Pedro Pablo a la izquierda y Oscar Rafael sentado

[1] México 1870-1894