Jesús Antonio (3)
He mencionado aquí que la música se convirtió en asunto esencial en la vida de Jesús, mi hermano mayor. La música era para él, aún en esas edades tan tempranas sobre las cuales estoy hablando, marcadas por su precocidad, como el hilo conductor, portador de la energía psíquica que lo llevaba hacia espacios emocionales que nos estaban vedados a sus hermanos, más típicamente infantiles. más naturales, más corrientes, menos selectivos. Podría decirse que menos inteligentes.
Pretender identificar orígenes con el fin de preguntarnos por qué Jesús Antonio y no alguno de los otros, nos llevaría por un territorio difícil y esencialmente especulativo que bien conocen, directamente o por referencia, los estudiosos de la psique humana. Pero hay sin embargo algunas cosas que están más a nuestro alcance.
Hay una sobre la cual he escrito en otra parte: lo que los Tenreiro Degwitz podríamos llamar, exagerando, herencia cultural. Específicamente la que nos dejó el abuelo Guillermo, padre de Cecilia nuestra madre.
Guillermo había nacido en Valencia, Venezuela, el 17-3-1869, hijo de inmigrantes alemanes. Falleció de angina de pecho también en Valencia el 3-4-1922 a los 54 años, una edad temprana que sin embargo no le impidió construir un pequeño imperio comercial-industrial (todavía hoy digno de admiración) que permitió a la familia Degwitz-Aigster, de nueve hermanos, vivir con comodidad. Y como buen alemán, o mejor, como buen recipiente de la tradición cultural en la cual se movía, fue un gran amante de la música. Poseía una muy completa colección de discos [1] de 45rpm que fueron objeto de nuestra curiosidad, llevando la delantera, como siempre, Jesús Antonio, quien dirigía las exploraciones de los álbumes almacenados en una vieja vitrola –como se les decía entonces– cuyo tocadiscos funcionaba a medias, comida de polillas, sita en el primer corredor de la casona familiar valenciana. Casa que fue nuestro hogar durante un año completo en el cual mamá planteó una crisis conyugal que nos alejó de Maracay y de papá (1946) hasta que tuvo lugar una bienvenida reconciliación.
Y en la discoteca del viejo Guillermo había mucho material. De Wagner había varios álbumes [2] con fragmentos de sus grandes óperas. Y recuerdo vagamente que entre las óperas de otros autores estaba El Cazador Furtivo de Weber. También había grabaciones incompletas de Beethoven, además de Mozart, que hoy en mi lucha con la memoria pienso que estaba escasamente representado. En todo caso lo que es muy cierto es que el manoseo de los discos, su imperfecta reproducción parcial o total (si lo permitía la Victrola y un pickup un poquitín más moderno que formó equipo con ella), además de la lectura de una muy trajinada Enciclopedia de la ópera que pasó repetidamente por todas nuestras manos, tuvo un impacto fuerte en cada uno de nosotros. Y particularmente en Jesús Antonio quien por ejemplo trajinó la Enciclopedia de arriba abajo movido seguramente por la intuición de que se le abría un espacio emocional personal, que sería su apoyo a lo largo de la vida.
Parecida a esta pero con mayor capacidad de almacenaje era la Victrola del abuelo Guillermo.
Jesus Antonio, Pedro Pablo y Enzio Matute (amigo de Maracay) en su Primera Comunión (probablemente 1944) Los acompañan como angelitos Enilde Matute y Carlota nuestra hermana.
Jesús y Carlota de angelito (1944) Esta foto ya la publiqué en este Blog anteriormente.
Vuelvo a mi comentario al principio de estas líneas sobre la suave presión que Jesús Antonio ejercía sobre nosotros sus hermanos menores. La llamé suave porque se basaba en la aceptación, no en la coacción, y además estaba alimentada –ese fue nuestro caso– por el amor fraterno en su dimensión más estimulante. Y a esto último quiero dedicarle unas líneas. Porque a pesar de los aspectos disfuncionales de nuestra familia, producto sobre todo del semi-abandono paterno, se mantuvo entre nosotros los hermanos un vínculo afectivo fuerte que se manifestó sin reservas hasta los tiempos adultos. Era sin duda amor fraternal que nos mantuvo unidos y abiertos hacia el otro por encima de las pequeñas disidencias y malentendidos.
Una de las razones para esta especie de comunión de afectos fue el papel tutelar como jefe de hogar de Cecilia quien mantuvo una presencia fuerte y unificadora que permitió una convivencia sin asperezas importantes hasta los tiempos de la adultez. A ese amor de hermanos le dediqué unas palabras que fueron leídas por mi hijo Juan Antonio el 13 de diciembre de 2007 durante la misa de cuerpo presente previa al entierro de Jesús Antonio.
El texto que sigue fue leído en la capilla del Cementerio del Este en Caracas, el 13 de Diciembre de 2007, durante la Misa de Cuerpo Presente que allí se celebró en memoria de Jesús Antonio Tenreiro Degwitz. En la entrada de la semana pasada (llamada 2) prometí hacerlo conocer aquí. Lo ubiqué en mis archivos y así lo hago.
EN LA AUSENCIA DE JESÚS EL JOVEN
Una escena de Beau Geste (filmada en 1939)
Cuando todavía éramos niños y vivíamos en Maracay, todos los hermanos Tenreiro vimos en el cine Roxy, que quedaba a media cuadra de nuestra casa, una película que nos impresionó. Era de aventuras, y trataba sobre el amor de hermanos. Transcurría en el desierto y creo que terminaba con la quema de una figurita vestida de uniforme que representaba a uno de los hermanos, fallecido en la lucha. Todavía recuerdo que salí del cine inflamado por una solidaridad fraternal infantil y poderosa. No tengo claro si hablábamos de la misma manera sobre la experiencia, pero de lo que sí estoy seguro, tan vivo es el recuerdo, es de que esa solidaridad nos invadió a todos durante cierto tiempo. Para mí fue la temprana e inesperada conciencia de lo que podría ser el amor entre hermanos de sangre.
Los cinco hermanos, hijos de Jesús el viejo y Cecilia, no hemos sido un dechado de concordia fraternal. Ha habido entre nosotros episodios difíciles que han dejado su huella. Pero siempre he tenido la impresión de que la religiosidad piadosa y expansiva de Cecilia y la rebelde e íntima de Jesús el viejo, quienes nunca renunciaron a encontrarse, nos señalaron la importancia del hilo misterioso y poderoso que es la relación entre hermanos de sangre.
Ya Carlota se fue hace más de veinte años arrastrada por una tragedia incomprensible. Ahora abandona el juego Jesús, como gustaba hacer en nuestras diversiones infantiles.
Pero entendemos mejor esta partida.
Cuando hace nueve años superó la crisis que casi lo llevó a la muerte, se inició una etapa que para mí fue la mejor de su vida. Porque se abrió al mundo y a las cosas con generosidad. Saltó por encima de los desencuentros y ejerció desde su sillón habitual una especie de sacerdocio de la aceptación y de la búsqueda de sentido en las cosas de antes y las de ahora. No pocas veces me ayudó a superar una tendencia depresiva vinculada al desasosiego por la marcha de las cosas en esta tierra nuestra. Jesús creía que vendrían mejores tiempos y vimos una muestra de ello el mismo día en el que comenzó su último calvario. Su cuerpo sufría, sin embargo, constantes disminuciones.
Ese mensaje de dignidad y de superación de la adversidad física es para mí su mejor legado. No quiero decir que se convirtió en otro, pero el Jesús joven de tiempos recientes fue más bien como un regazo paternal. Creo haber vuelto a encontrar a través de él, a lo largo de estos últimos años, la solidaridad fraternal, infantil y bienvenida de aquellos días de Maracay. También mantuvo una Fe sólida en la trascendencia vinculada al misterio cristiano, que marcaba con fuerza algunas conversaciones que incluían con frecuencia alusiones a un día como éste. Por eso, sabemos que recibirá tranquilo una oración personal.
Caracas 13 de diciembre de 2007
El tiempo y con él la progresiva transformación de las distintas personalidades, fue cambiando las relaciones entre los hermanos a medida que entrábamos a la adolescencia. Avanzábamos hacia una noción más clara de nuestras preferencias personales a medida que respondíamos a las exigencias del crecimiento de nuestro espacio social, el de las amistades y la correspondiente confrontación de puntos de vista, opiniones, tomas de posición; una dinámica que le exigió a Jesús antes que nosotros –la edad– situarse, dirigir su espíritu crítico hacia el rico y diverso espacio intelectual que él mismo había ido cultivando. Se fueron haciendo parte de su mundo interior los sueños y expectativas sobre lo que estaba más allá del ámbito doméstico de Maracay. El mundo estaba ahí, se había acercado. Se ensancharon sus fronteras. Junto con Jesús lo trajinaban e imaginaban los amigos y compañeros en la secundaria del Liceo Agustín Codazzi, algunos de ellos destinados a seguir cerca nuestro muchos años más, gentes que en esos años adolescentes ayudaron a afinar intereses. Amigos que exigen y son exigidos, parientes cercanos y lejanos, caras propias del mundo social al cual pertenecíamos. Aparecieron la confidencia y el relato como estímulos para las nuevas expectativas. Se establece la otra dimensión afectiva, la femenina. Con la adolescencia descubrimos a la mujer. La visión femenina – acaso el eterno femenino de Goethe– irrumpe en el panorama personal. Sin dejar de mencionar lo que le imponían las exigencias externas, los estudios, a este estudiante de primera fila recordado por sus maestros hasta fechas muy cercanas como ocurrió cuando hace poco, a comienzos de 2021, falleció la profesora Edina Barradas, quien –muy jovencita– le dio clases en 1949 en el LIceo. Fui testigo directo de como Edina se deshacía en elogios cuando se hablaba de su excepcional alumno.
Jesús Antonio estaba mucho más atento al mundo externo que se le iba abriendo y lo encaminaba hacia una adultez enriquecida con su singular capacidad para aprender, para asimilar lo aprendido, para adentrarse en la vida con voz propia. Voz que él sabía que destacaba y en cierto modo se imponía, debía imponerse, a la de los demás. Pero tener conciencia de una superioridad natural, reconocerse especial al compararse con los compañeros y amigos cercanos, rasgos acentuados por su papel como padre subrogante, crea sin embargo ataduras psicológicas sensibles que pueden ser problemáticas. Y así, en ciertos contextos, la brillantez de Jesús Antonio se convirtió en dificultad para aceptar y asimilar la realidad, un rasgo de su carácter que también nos afectó a nosotros sus hermanos menores. La mayor selectividad que acompaña al crecimiento y el aplomo de adulto superpuesto sobre la condiciónmás aparente de muchacho, lo llevó a estar demasiado seguro de sí mismo y lo hizo poco dado a reconocer la diversidad de los aportes de los otros, siempre mayores que él.
Jesús a los 17 años. A su lado la amiga Yolanda Palacios.
Jesús en Londres recién terminados sus estudios de arquitectura. Tenía algo más de 21 años aprox.
Jesús Antonio con Delia Picón quien sería mi esposa, en el patio interno del edificio de la UNESCO en París. Agosto de 1959
[1] Estaban hechos de «pasta». Tenían 10 pulgadas de diámetro, y giraban en el tocadiscos a 78 revoluciones por minuto. Eran sumamente frágiles. Se agrupaban en álbumes que hacían que por ejemplo la grabación completa de una ópera de Wagner ocupase gran volumen, tal vez hasta 5 álbumes de 10 discos cada uno. Estaban almacenados en un mueble con tocadiscos incorporado, tipo Victrola.
[2] Cada ópera exigía varios discos agrupados en álbumes que si no recuerdo mal, tenían unos diez discos o más.