Hoy me pido excusas a mí mismo por cortar el hilo del relato sobre Corbusier y Venezuela que inicié la semana pasada porque las cosas inmediatas de mi país en el terreno político me lo reclaman. Comienzo conmigo porque, realmente, me resulta a veces insoportable seguir sufriendo el absurdo venezolano. Y pido a quienes se acercan buscando algo más que lo inmediato que se sientan también aludidos por esta excusa.
Y es que en Venezuela lo institucional se ha convertido en simple instrumento del cinismo. Desde que el Jefe legitimó la huída hacia adelante frente a todo lo que ponía en cuestión sus decisiones, como medio de afirmar su derecho de hacer lo que le venía en gana, todo funcionario medio, o simple simpatizante, lo repite.
Una institución como el Museo de Arquitectura (Musarq) se ha convertido en instrumento de propaganda del Régimen porque su Director es un revolucionario apasionado y a cada crítica responde con acusaciones que aluden a los fantasmas terribles de la derecha, según él mucho más terribles que los de la izquierda a los cuales rinde culto, sin contar los intermedios (democráticos) que le exigían una conducta más recatada. Desde que se creó esa institución ha hecho tan poco que podría decirse nada, a favor del conocimiento de los temas fundamentales de nuestra disciplina, y sí mucho para tratar de demostrar que la opereta revolucionaria venezolana hace maravillas a favor de ella. Y ahora se esmera en lavarle la cara a esa empresa cargada de vicios que se llama Misión Vivienda convocando a «debatir», lo cual da risa que se haga a estas alturas si se toma en cuenta que quienes manejan ese monstruo de dólares y negociados nunca han querido debatir nada. Y también es risible la convocatoria si sabemos que, como siempre hacen, no se podrá disentir sin que te califiquen de vendido a la CIA y a los fantasmas que mencionaba hace un momento.
Da mucha risa por no decir rabia o indignación ante la impotencia que uno siente al ver como Venezuela sigue el guión de las dictaduras totalitarias, siempre, eso sí, tratando no rasgar la máscara democrática. Porque este «debate» recuerda mucho a esos foros internacionales que se convocan en Cuba de cuando en cuando, o los de tiempos de la Unión Soviética con invitados internacionales con viáticos y gastos de viaje bien pagados, que acuden a decir que todo es maravilloso.
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Por supuesto que no se tocará el tema corrupción, la característica más notoria de la «Misión», la más estridente, la que más ha trascendido. Y es importante hacer notar que no estamos llamando ladrones a los colegas más notorios envueltos en ese ovillo, los que figuran en la convocatoria del «debate». No estamos diciendo que ellos roban, que «meten la mano», pero de lo que sí los acusamos es de que sus modos de proceder, su absoluta discrecionalidad para señalar lo que debe hacerse rindiendo cuentas sólo a sus «compañeros», su papel de emperadores-de-lo-que-sea afianzado por los métodos abusivos y arrogantes de la dictadura, y, mucho más grave, su silencio cómplice frente a todas las barbaridades que se han hecho, los envuelve, se los lleva por delante y además, lo digo con cierto pesar porque con algunos de ellos tuve amistad cercana, marcará sus personas durante mucho tiempo. Porque han sido instrumentos activos de una de las aventuras políticas más contaminadas de la historia venezolana y el que se sientan por encima del bien y del mal en virtud de la elevada visión de sí mismos que los acompaña, no quiere decir que no sean reos del mismo mal que por todas partes carcome al Régimen: la hipocresía arrogante.
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Después están las otras cosas, digamos las técnicas, o, mejor, las disciplinarias desde el punto de vista de la arquitectura. Allí corresponde hilar un poco más fino.
Cuando veo desde lejos o desde un poco más cerca (tan cerca como los permiten los amenazantes personajes de camisetas rojas que los custodian) algunos de los edificios construidos en Caracas a cargo del «Ministro de transformación etcétera», reconozco que se ha avanzado en algunos casos en materia de acabados. Pareciera que se logró imponer el uso de materiales o, incluso, de métodos constructivos, que mejoran lo que había sido usual en la vivienda pública de bajo costo venezolana, tratada en el pasado, en ese aspecto, de forma mucho menos digna. Pero si reconocemos eso, de ninguna manera pensamos que la increíblemente disparatada idea de expropiar (o confiscar) terrenos en donde los hubiere, fuese justificada. Su justificación está sólo en lo expeditivo, porque no había que pensar mucho para hacerla mientras hubiera dólares y dominio del espacio jurídico. Y porque se hacía pasar por «revolucionaria» y «subversiva» argumentos de peso en un ambiente de ciegos donde el tuerto es Rey, aparte de que se complacía al Caudillo en tiempos pre-electorales.
Si se hubiese moderado un poco la obsecuencia, se hacían posibles intervenciones urbanas portadoras de renovación y mejoramiento. No fue así; y quien rubrique con su nombre esta oportunidad perdida, nunca podrá embellecer su torpeza.
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Los «viviendistas» de siempre, muchos de ellos en la oposición política, enarbolan números para discutir la Misión Vivienda. Y algunos acudirán a «debatir» al Musarq. Es un modo de seguir alimentando la visión populista que ha dominado por décadas el debate venezolano sobre vivienda, aunque alimento la esperanza de que la experiencia política de estos años nos ayude a dejar atrás ese funesto peso que reduce la visión de la vivienda y la ciudad y sobre todo excluye la mirada arquitectónica. Olvidan que si la «Misión» se ve sólo desde los números puede disfrazarse de éxito. Ocultarán las cifras de inversión totales (incluyendo todo lo que la rodea),no lo dejarán saber).
Quiero situarme pues mucho más allá de números o inversiones. Lo que me interesa es la calidad de la vivienda, el lado arquitectónico, que es el lado, tiene que serlo, humano, de calidad de vida, de satisfacción a largo plazo. No se trata del agradecimiento de quienes reciben las viviendas, como le gusta hacer notar al «Super-Ministro de la Transformación etcétera», porque quien no tenía nada siempre agradecerá. Enarbolar eso como mérito es hojarasca, es coyuntural, es propaganda barata. Lo fundamental va mucho más allá y atañe a nuestra disciplina, a las experiencias concretas de arquitectura con nombre y apellido más allá de la inmensa tontería, impuesta desde arriba, de prohibir nombrar autores.
¿Ha dejado la Misión, por ejemplo, algún estudio como el de Cerro Piloto de Guido Bermúdez, algún conjunto tan exitoso como las Veredas de Coche, o el Pomona en Maracaibo del Taller del Banco Obrero de Villanueva o un edificio tan paradigmático como Cerro Grande en El Valle también de Guido Bermúdez Briceño, o la Unidad del Paraíso de Villanueva y Carlos Celis, producto de ese mismo Taller? todas, experiencias de tiempos de Pérez Jiménez, pero también pueden mencionarse algunas (pocas) de tiempos democráticos, como el Conjunto Venezuela de Dante Savino, o los esfuerzos de investigación «Diseño en Avance» de Henrique Hernández.
Modelos o experiencias análogas a esas serían el lógico resultado de un programa de las dimensiones de la Misión Vivienda. Quizás los haya, no los conocemos porque el empeño propagandístico los envuelve en loas sin sustancia. Ese es su lado impresentable: negación del aporte individual del arquitecto o de equipos concretos, identificables; de sus posibilidades como agente de innovación y mejoramiento; ahogo de las posibilidades de exploración y proposición de modelos; sumisión a directrices atrasadas y rutinarias. En síntesis: la ha dominado una visión tímida, esquemática, culturalmente pobre, profesionalmente mediocre. Nada revolucionaria.
UN DEBATE INSINCERO
Oscar Tenreiro
(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 8 de Junio de 2013)
El Museo de Arquitectura (Musarq), convoca a un «Debate sobre la Misión Vivienda». Es un evento análogo a la Auditoría del Consejo Nacional Electoral: simulación, insinceridad, falsedad, ocultamiento. Porque todo lo relativo a la Misión ha sido opaco, una caja negra, un espacio rodeado de secretos, de confidencialidades, de medias verdades, muestra clarísima de lo que hace poco Alberto Barrera Tytzka denunciaba en la prensa: de él se sabe sólo lo que se quiere que sepamos, tal como ocurre en todos los demás aspectos de esta Dictadura disfrazada que se ha impuesto entre nosotros.
Y es por esa opacidad, ese misterio, por donde habría que comenzar un debate verdadero. Misterio que ha ayudado a hacer de esa Misión un inmenso caldo compuesto de tráfico de comisiones por compras en el exterior (torres-grúas, plantas de concreto, bombas de concreto, vehículos pesados, cabillas, cemento, importaciones de toda clase de insumos), contratos clientelares, expropiaciones arbitrarias o negociadas con porcentajes al negociador, enriquecimiento de allegados, amigos y oportunistas, influencias, y todas las formas posibles de corrupción con una inversión en dólares como nunca se ha visto para un sólo programa de ese tipo en la historia venezolana. Sus responsables no le han rendido cuentas sino a su propia gente, el asunto ha quedado entre ellos, salpicándolos con la podredumbre que se ha hecho distintiva del Régimen, cubriéndolos de toda clase de sospechas, de dudas, fundadas o no. Es la misma opacidad que permitió que, en el caso de Caracas, se tomaran decisiones que bien pueden calificarse de escandalosas por las consecuencias que tendrán.
II
No menciono a Fuerte Tiuna, ataque despiadado al futuro de la ciudad, voy a lo demás. Repetiré lo que he dicho otras veces, es necesario.
Se han expropiado terrenos desperdigados e inconexos entre sí, destinados a insertar edificios de vivienda para ingresos bajos. No los relaciona nada en especial, ni se los ha incluido (que se sepa) en una operación de renovación más amplia. Ostensiblemente fueron escogidos con el único argumento de que eran terrenos libres o sub-utilizados. No se sabe hasta hoy si se trató de confiscaciones y sobre todo y muy importante, cuánto se pagó por ellos. Lo que sí sabemos, porque lo hemos visto, es que son edificios sin espacios libres en Planta Baja, sin estacionamientos, en muchos casos rodeados por viviendas de costo medio-alto (con estacionamientos, espacios libres, etc.) o alto, y en algunos casos de oficinas, con lo cual se va a dar el fenómeno de contigüidad entre niveles económicos claramente disímiles.
El por qué de esta contigüidad de por sí problemática se ha explicado con el infantil argumento de que se quiere subvertir el orden social de la ciudad, lo cual puede interpretarse como que así se superarán las desigualdades sociales de Caracas. ¿No es eso aparte de simplista, abiertamente absurdo? ¿Cuál es la tesis sociológica que postula la colisión entre hábitos y modos de vida para impulsar la igualdad social? Se promueve además sin ningún mecanismo regulador intermedio, se enfrentan patrones de conducta diversos y en algunos casos radicalmente opuestos, estimulando una tensión que inexorablemente terminará en deterioro de la calidad de vida del sector, la ciudad pierde, se erosiona, porque el lado más débil llega allí de modo artificial, sin sostenibilidad económica, super-subsidiado por un Estado cuya inversión para sostener el ascenso social no puede ser recurrente por lo in-financiable de su naturaleza. Eso aparte de la pregunta más lógica; ¿Por qué no se expropió siguiendo planes integrales de renovación urbana? Y otra más espinosa: ¿Cuál es el costo por vivienda incluyendo el del terreno? La cifra real es escandalosa, de eso estamos seguros. Y resaltará entonces lo absurdo de no haber concentrado las inversiones en sectores de renovación y transformación de la ciudad. Y haber rechazado la inversión privada.
III
¿Y que pasó en un sector donde hubo cierta concentración de inversiones? Que se cedió a la urgencia política y se despreció a la ciudad. Me refiero a la Ave. Bolivar, en el centro mismo de Caracas. Allí se violentó un elemental principio de economía urbana: los lugares de mayor accesibilidad deben ser destinados a usos que respondan a necesidades colectivas vinculadas al trabajo, a la esfera institucional o a servicios comerciales metropolitanos; y si en ellos se incluye vivienda, debe ser de un nivel cuyos propietarios puedan asumir el costo de un alto nivel de mantenimiento, necesario en un contexto de máxima exigencia.
No es eso lo que se ha hecho. Se siguió hablando de subversión social pero ahora en el centro de la capital de Venezuela. Se rodea un eje urbano monumental de vivienda de bajo costo con mínimo nivel de acabados sin que su inserción aporte nada al espacio público. Igualmente sin estacionamientos, áreas libres en Planta Baja, o balcones. Todo dispuesto en dos hileras anónimas de ínfima calidad arquitectónica, baratas y adocenadas, una en cada margen de la Avenida, que culminan en el distribuidor de La Hoyada, donde el mismo tipo de edificio (de muy poca profundidad, una sola crujía) rodea lo que se supone será una enorme plaza de grandes dimensiones para fines cívicos. Un enorme vacío que se dice será una plaza (se desconocen sus características) rodeado de unos raquíticos edificios que son como una caricatura de los superbloques de otros tiempos. No creo que se haya podido proceder con mayor torpeza. Algo habrá que hacer, casi heroico, en el futuro para enmendar este monumental error.
¡Ah, lo olvidaba! ¿Informará alguien por qué la «Torre de David» no ha sido parte de la Misión? ¿Es utopía realizada?