Oscar Tenreiro / 21 de Diciembre 2013
Cuando la semana pasada me ocupé, una vez más, de la Misión Vivienda en Caracas, no mencioné lo que este programa ha realizado en la Ave. Bolívar, la arteria vial más importante del casco histórico de Caracas. Hoy me dedico a comentarlo porque puede ser considerado un caso especial que reviste además una importancia muy grande para nuestra capital. Y será un comentario largo, dividido por lo menos en dos entregas, incluyendo la semana que viene, mientras esperamos Navidad y Año Nuevo. Y lo hago además ahora, a continuación de lo de la semana pasada porque lo considero indispensable para clarificar mi posición sobre las políticas de acción sobre la ciudad que el autoritarismo ha venido siguiendo. Postura que coincide con la de muchos pero que no ha sido expresada ordenadamente. Me veo obligado pues a hablar aquí de la Navidad y Año Nuevo después que hayan pasado, tal como me suele suceder con ciertas fechas familiares importantes, que las revivo y las celebro en las semanas posteriores, para el leve disgusto de mi esposa, que ya se va habituando, y de mis hijos, que (creo) me lo perdonan.
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Como en general es sabido entre los caraqueños que se ocupan de esta ciudad y como me empeño ahora en comunicarlo a quienes no son de aquí, la Ave. Bolívar es un eje vial que desde 1939, con el Plan Rotival (por Maurice Rotival 1897-1980, ingeniero-urbanista francés que fue su autor, contratado entonces por el gobierno venezolano) aspiró a convertirse en el centro monumental de la capital de Venezuela. Siguiendo algunos de los supuestos del plan, específicamente la apertura de la Ave. Bolívar, que se contempló entre las manzanas 2 y 3 del conjunto, se construyó, entre 1941 y 1944 la Reurbanización de El Silencio proyectada por Carlos Raúl Villanueva, conjunto de viviendas que fue la primera obra de grandes dimensiones que modificó radicalmente el tejido urbano tradicional de Caracas y cuya organización contempló en el cruce vial de las viejas direcciones de entrada a la ciudad, como lo propuso Rotival, una gran plaza, la Plaza O’Leary, que fue en su momento y es aún hoy el centro monumental de la ciudad, a escasas cuadras de la Plaza Bolívar o Plaza Mayor. Desde esa plaza arranca la avenida en dirección al este de la ciudad, y en sus primeros trescientos metros se construyeron, entre 1949 y 1958, tanto el Centro Simón Bolívar como, más hacia el este, algo menos de dos kilómetros de la nueva avenida, sobre tierra arrasada, en espera de la continuación de las obras.
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El Centro Simón Bolívar es un importante conjunto de oficinas gubernamentales con comercio en planta baja y sótanos, además de varios cruces viales subterráneos, cuyas fachadas se caracterizan por un sistema de protección solar directamente derivado del Ministerio de Educación de Niemeyer en Rio de Janeiro. El conjunto remata en dirección al este de la ciudad con un par de torres y una plaza que cubre un terminal de autobuses y un estacionamiento. Es proyecto del Arq. Cipriano Domínguez (1904-1995), quien propuso además la continuación de la avenida según criterios de diseño urbano a base de arquitectura controlada, que fueron la base de las muy importantes expropiaciones de terrenos que se hicieron a lo largo de la arteria vial.
Podría decirse que la propuesta de Domínguez, consolidada como realidad urbana con la importantísima inversión del Centro Simón Bolívar, fue la concreción de lo que el Plan Rotival había supuesto. En efecto, la arquitectura de Domínguez en el Centro Simón Bolívar así como sus imágenes sobre lo que podría ser el eje vial en su continuación, se caracterizaron en su momento y aún hoy, como referencia indiscutible respecto a lo que hemos venido llamando los caraqueños Avenida Bolívar, sobre todo porque todas las intervenciones (o los proyectos) posteriores, construidas o no, desdeñaron la posibilidad de conformar espacialmente al eje vial como una avenida urbana. En definitiva, para ser más veraces, deberíamos, en lugar de como se ha hecho costumbre, hablar del Plan Rotival, hablar del plan Rotival-Domínguez.
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El proyecto de Domínguez fue ampliamente publicitado por la dictadura de Pérez Jiménez (1948-1958), y una muestra de ello fue la separata inserta en la muy popular entonces revista Elite en su número del 31 de Diciembre de 1949, en la que se incluyen fotografías de la maqueta y comentarios explicativos muy completos. Con el tiempo ha venido a ser el documento por excelencia para conocer los puntos de vista de Domínguez y del poder político de entonces acerca de la obra. Incluyo algunas al final, copiadas de un ejemplar de la publicación que me fue cedido por el colega Ricardo Domínguez, hijo de Cipriano. Y digo, al pasar, que su poder de atracción como imágenes del futuro de la capital fueron tan importantes que recuerdo bien en mi niñez, a los 10 años, en Maracay, haber estudiado con especial atención lo que allí aparecía. E ilusionarme con la transformación moderna, que unos años después contemplaba con gran admiración, a los catorce años y viviendo en Caracas, cuando pasaba por los sótanos comerciales del conjunto en dirección a la Plaza Miranda (del otro lado de los edificios) para alcanzar al autobús Silencio-Los Cedros que me llevaría diariamente de regreso a casa. Porque es necesario decir, con todo el énfasis acumulado ante el escandaloso olvido que los venezolanos cultivamos, que esos sótanos comerciales fueron durante décadas extraordinariamente exitosos, hasta que el abandono populista y la mediocridad gubernamental de tiempos de la Cuarta República los fue abandonando progresivamente y hoy son muestras del deterioro de Caracas.
Domínguez contemplaba un desarrollo arquitectónico simétrico cuyo eje central sería la Avenida. En sus márgenes junto a la Plaza O’Leary de El Silencio y continuando los alineamientos de los bloques 2 y 3 que Villanueva, como dije antes, había ubicado según lo requería la futura vía, se proponían los edificios gubernamentales del Centro Simón Bolívar, con los sótanos comerciales ya mencionados. Los edificios son de perfil bajo en las tres primeras cuadras y rematan en las dos torres, inicialmente de 26 pisos y luego de 28 (la anécdota es que el dictador ordenó dos pisos más para llegar a la cota mil).
Siguiendo hacia el Este se construyó una plaza sobre los estacionamientos y el terminal de autobuses (que sería bautizada en el futuro, luego de su rediseño, como Plaza Diego Ibarra) que se abría hacia el desarrollo de la avenida, flanqueada por edificios de oficinas en sus márgenes «de arquitectura controlada» que llegaban hasta el gran espacio llamado de La Hoyada definido por el cruce con una Ave Norte-Sur (la que sería la Ave. Fuerzas Armadas), sobre la cual se edificaría un gran centro administrativo público, pensado por Domínguez como edificios no alineados y lejanos del eje central, sobre grandes plataformas comerciales e institucionales. De ese punto en adelante, hasta el Parque Los Caobos, propuso edificios residenciales con balcones, también de arquitectura controlada. Repito que de todo el desarrollo propuesto se ejecutó, en tiempos de dictadura, el tramo que va desde la Plaza O’Leary, en El Silencio de Villanueva, hasta las torres del Centro Simón Bolívar y su adyacente plaza, futura Diego Ibarra, hacia el este, según puede verse en las fotos que anexo.
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En tiempos de democracia (1958 hasta 2003 cuando cristaliza el autoritarismo actual) comienza un largo período de cuestionamiento de lo planteado por el Plan Rotival-Domínguez, asociado a una serie de decisiones que no pueden sino calificarse de erráticas.
Esos cuestionamientos, que parecían dirigidos más a negar en bloque lo que había comenzado a tomar forma con las obras iniciales sin proponer alternativas serias para crear las bases de un debate, anticipan lo que vino a ser la actitud de la democracia populista respecto a la ciudad de Caracas: críticas al modelo de crecimiento heredado fuertemente asociadas a una perspectiva marxista, consciente o no; cultivo de la noción de que era necesario un nuevo comienzo (que se enarbolaba en cada período de gobierno); propuestas de nuevas formas de actuar expresadas con una retórica a menudo vacía; afirmación de la parálisis como conducta correctiva de la intensidad típica de los tiempos dictatoriales; acciones aisladas que no pertenecían a una visión de conjunto. Esa mezcla de argumentos paralizantes resalta el hecho de que, pese a sus fallas y aspectos no previstos, la propuesta de Domínguez era un Proyecto Urbano coherente con las ideas iniciales de Rotival, y, sobre todo para nosotros hoy, cuando nos hemos despojado de los dogmatismos modernos, un punto de partida muy preciso para hacer ciudad abriendo paso a decisiones de zonificación especiales para el casco de Caracas que, en virtud de ese dogmatismo y de la falta de sustento teórico y profesional, nunca se tomaron. En consecuencia, se abrió espacio para la toma de decisiones que se anulaban unas con otras, o de acciones, en ciertos casos arbitrarias, tomadas por algún nivel de autoridad. Se impuso en el caso de la Ave. Bolívar y en general en la política sobre Caracas la dificultad para darle forma a una visión de conjunto compartida por la ciudadanía. Una falla fundamental de la democracia anterior al actual autoritarismo. Agravada hoy hasta extremos dictatoriales.
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La comunidad de arquitectos que ya en los primeros años sesenta era algo más numerosa (dos centenas tal vez), contribuyó en gran medida, gracias, como he dicho, al peso ideológico de los puntos de vista modernos transformados en dogma, o en moda que sería más preciso, a fundamentar un rechazo que pudiéramos llamar ideológico al desarrollo simétrico respecto a la Avenida. Desde la visión moderna esa simetría parecía un vestigio de un vetusto academicismo que debía ser superado. Se planteaban opciones y se especulaba sobre lo que debía hacerse, hasta que el Arq. José Antonio Ron Pedrique (1927-2001) obtuvo el contrato para una continuación de las obras en la zona inmediatamente contigua a la futura Plaza Diego Ibarra al este de las torres de Domínguez, encargo que asumió conservando la simetría mediante la inserción de dos edificios gemelos de poca altura que se construyeron entre 1964 y 1966. Al conocerse su propuesta se produjeron discusiones que tuvieron como foro, lo recuerdo claramente, a la Sociedad Venezolana de Arquitectos, lo cual no impidió la construcción, que se llevó a cabo según recursos de ejecución inferiores al nivel establecido por los edificios dictatoriales (los prejuicios políticos estaban vivos) del Centro Simón Bolívar. Posteriormente, Ron Pedrique propuso para La Hoyada un esquema radicalmente asimétrico que mostramos más abajo, más acorde con uno de los aspectos del dogmatismo moderno.
En la realización de ese proyecto se muestra ya lo que sería el enfoque de la arquitectura pública por parte del populismo democrático: acabados de prestaciones limitadas; soluciones de diseño presionadas por la menor inversión que desdeñan el costo a largo plazo; disminución del rol promotor de la calidad de vida urbana de la arquitectura de las instituciones; menosprecio a los contenidos culturales de la arquitectura; asignación de encargos a amigos y clientes y otros hábitos que han terminado por convertirse en tradición, entre ellos la lentitud de ejecución y el riesgo permanente de abandono y paralización.
En cuanto a la plaza aérea entre los edificios de Ron Pedrique y las torres de Domínguez, fue bautizada como Plaza Diego Ibarra después de la ejecución del proyecto de su rehabilitación en 1966-67, realizado por los paisajistas Fernando Tábora (fallecido en 2007) y John Stodard, antiguos colaboradores de Roberto Burle Marx en el Parque del Este. Fue durante dos décadas un interesante espacio urbano que permaneció inalterado hasta que fue progresivamente abandonado y dejado a merced del caos urbano (buhonería improvisada que lo fue destruyendo mientras lo invadía, estimulada por el actual autoritarismo en sus años iniciales) hasta terminar en demolición y ser reconstruido lentamente y reabierto en 2012 a partir de un nuevo y mediocre proyecto de autor desconocido.
Seguiremos con esta pequeña historia.