Una de las virtudes de este Ingeniero excepcional que fue Augusto Komendant (1906-1992), tal vez de las más significativas, se me reveló a lo largo de los años posteriores a mi llamada impulsiva de Septiembre de 1976: me refiero a su forma de trabajo. Como su conocimiento era muy amplio y repleto de experiencias de construcción, algunas inéditas,[1]actuaba con extrema seguridad y ejercía sin apoyos distintos al que le aportaba su esposa Helmi, quien según él insistía en decir, hacía los cálculos ya en la etapa de proyecto, lo cual era posible por la formación matemática adquirida en su juventud.
Su amplia experiencia le permitía a Komendant entre otras cosas tener una idea clara de las dimensiones de los principales elementos estructurales en las etapas iniciales[2]las cuales establecía centrando su interés en el diseño de los aspectos más comprometidos para la definición formal del edificio. Y también le permitía algo que resultaba especialmente valioso: poner en primer plano el aporte personal, individual, como oposición al más anónimo, típico de las grandes empresas consultoras que operan aparentando un conocimiento que es en realidad la suma sin dirección precisa de las experiencias de un staff sobre-dimensionado a la búsqueda de contratos. En el fondo, la empresa de consulting aparenta un conocimiento que no tiene: conoce lo que conocen sus empleados, en realidad ocultos y relacionados entre sí jerárquicamente como lo dicta la fachada mercantil que exige el mercado tecnológico. Razón por la cual el consulting difícilmente transfiere conocimiento. Mientras que la forma de trabajo de Komendant se basaba precisamente en trasmitir conocimiento. Lo cual, en primer lugar, ocurrió parcialmente conmigo, al abrirme una ventana hacia el mundo del concreto postensado y sus posibilidades, área de conocimiento que manejaba con soltura, mientras sostenía, en alguna conversación liviana, que en los Estados Unidos los ingenieros se iban alejando del diseño en concreto armado de alta tecnología debido al apego a la estandarización y en general un conservatismo comercial del cual se mantuvo alejada la mejor ingeniería europea, heredera de los grandes nombres de la innovación del siglo XX: Eiffel, Maillart, Arup, Freyssinet, Torroja, Fernández Ordoñez, Morandi, Beyer, Dischinger, Finsterwalder y unos cuantos más que nunca dejaron de aspirar a la excelencia y la innovación en el diseño estructural.
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Fue ese modelo de colaboración entre personas que no sacrifican su individualidad en la búsqueda de un fin común, compartiendo a la vez expectativas similares respecto al proyecto que los vincula, el que permitió que la relación Komendant-Kahn se convirtiera en un caso especial de la historia de la arquitectura; ejemplar en el contexto estadounidense, dominado por lo corporativo. Se trataba para ellos de crear– o mejor elaborar– no de cumplir un contrato. Para sociedades como la nuestra cuyo desarrollo, una vez recuperada la democracia, deberá superar muchas limitaciones, este modo de trabajo, además de sus virtudes propias, estimula la creación de asociaciones de profesionales de pequeña escala y alta capacidad técnica, más adaptables a nuestra dinámica económica, que funcionan como multiplicadoras de conocimiento, cumpliendo con ello un papel educativo de alto nivel.
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Para Komendant el edificio que tomaba forma le pertenecía con tanto derecho como le pertenecía al arquitecto. Él no se ocupaba de lo que los arquitectos llamamos diseño refiriéndonos al control sobre los aspectos formales generales o parciales, sino estaba muy atento a que no se perdieran las líneas maestras de la propuesta estructural llamando la atención sobre decisiones que en su opinión pudieran afectarla; actuaba como un supervisor benevolente y a la vez comprometido. Compromiso que lo llevaba a insistir en principios que consideraba básicos y por ello debían respetarse. Uno muy importante, sobre el cual me habló muchas veces durante el tiempo (1981) que estuvimos trabajando en la Galería de Arte Nacional GAN, proviene directamente de Kahn: el del silencio psicológico, condición que según él debía buscarse en el diseño de un museo. Se resume en la idea de que el edificio debe pasar a un segundo plano como receptor de la obra de arte, favoreciendo el sosiego del visitante para la contemplación. Y si se necesitase un ejemplo de lo que quería decir, bastaría con acercarse al Kimbell o al Museo de Arte Británico de Yale[3]para entenderlo. Al tiempo que podría decirse que la arquitectura del espectáculo que ha estado en boga desdeña el silencio favoreciendo más bien un edificio chillón, estridente y saltarín, a la manera de un Guggenheim de Bilbao (Gehry) o un MAXXI de Roma (Hadid) de los cuales no muestro fotos porque se han publicitado por encima de sus méritos.
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Otro aspecto esencial de su visión de la arquitectura era su apego casi religioso, estricto y vinculado a toda una vida de estudio, prueba y error, al uso del concreto como material fundamental. Era en general reacio al uso del acero y respaldaba esa postura insistiendo en que la tecnología del concreto no exigía procesos industriales complejos y el material mismo provenía de recursos minerales como la piedra caliza y la arcilla, abundantes en casi todo el planeta. Cuya explotación y elaboración estaban al alcance de sistemas económicos modestos, mientras que la industria del acero está asociada a economías avanzadas.
Recuerdo al respecto como, por ejemplo, se opuso a que los corredores de la segunda planta de la Galería de Arte Nacional tuviesen una subestructura de madera, opción que estuve explorando tanto por mi interés en las estructuras híbridas como por un deseo expresivo respecto a ese componente arquitectónico que, como espacio intermedio que es, relaciona interior y exterior. Acompaño aquí un croquis–sin fecha– de esa exploración (página 25 del libro GAN, ver INICIO de este Blog) en el cual puede apreciarse la estructura de madera tanto en la sección de fachada de la izquierda como en el corte [4]; y en el borde superior, la lluvia con su nube dibujada por mi hija Victoria –6 años– un día de visita en la oficina. Pues bien, Komendant rechazó de plano la hibridación y me hizo observaciones didácticas sobre la indispensable durabilidad y bajo mantenimiento de un edificio institucional. Yo, por mi parte, un poco encaprichado, reaccioné incómodo, pero me tranquilicé cuando él resolvió el apoyo de la losa de piso y techo convirtiendo a la baranda y al remate del alero en vigas postensadas de casi 20 m. de luz libre. Lo cual fue posible debido al uso de cables lubricados y encamisados en plástico[5], posibles de colocar dentro del limitado grosor del elemento.
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Komendant cumplió un papel de primer orden en cuanto a hacer racional y económicamente construibles los principios de diseño que formaban parte del universo instrumental de Luis Kahn. Uno de estos principios, que él facilitaba en términos técnicos y cuya inclusión entre los criterios básicos de diseño él compartía, era el que los trayectos de las canalizaciones (eléctricas, mecánicas, sanitarias) estuvieran expresados en la estructura, alojados o arropados por ella[6], concepto que podía generar particularidades importantes en la definición formal del edificio.[7]De lo cual un ejemplo interesante es el uso del principio de las láminas plegadas envolventes que forman las vigas de luz libre en la etapa inicial del proyecto de los laboratorios Salk de Kahn. El perfil de las vigas es muy similar al de la parte superior (el doblez de la lámina es la razón) de los módulos de exhibición de nuestro proyecto para la GAN como puede verse en el croquis que ya mostré y en el que sigue: es la misma sección pero invertida; en Salk se abre hacia abajo para alimentar las canalizaciones de los laboratorios y en la GAN hacia arriba para buscar la luz natural. Lo esencial consiste en que las necesidades estructurales, en ambos casos, definen el perfil, la forma. Se trata de un objetivo esencial en la visión de la arquitectura de Kahn, el cual está asociado tanto históricamente como en la perspectiva renovadora elaborada por el Movimiento Moderno, con la idea de que la estructura sea la envolvente configuradora fundamental de los espacios que cubre: en gran medida la estructura es la arquitectura; es el edificio. Un principio –no está demás recordarlo– estrechamente vinculado a la gran arquitectura de la historia, la que perdura, con lo cual se recalca su carácter atemporal y por ello mismo vigente, despojándolo de cualquier etiqueta, como la de modernista en términos de estilo manejada hasta extremos lamentables en el mundo anglosajón y de buena parte de la crítica de arquitectura.
Un ejemplo que podría llamarse canónico de este principio es el Museo Kimbell, que carece totalmente de techos falsos (plafones en Venezuela). En él por ejemplo los espacios planos entre bóvedas, que son esenciales formalmente para la individualización volumétrica de cada bóveda, son a la vez cómodos pasajes para los ductos principales. Y los ductos secundarios, particularmente los de aire acondicionado, pero también los eléctricos y sanitarios, están dentro de las losas nervadas de doble piel de un poco más de 50 cm. de espesor correspondientes a los pisos de los niveles inferiores de oficinas, talleres, servicios y depósitos. Además de ello, la losa de doble piel permite cubrir importantes luces entre columnas, debido a su gran rigidez. Pude comprobar ambas ventajas, en nuestros proyectos de la Plaza Bicentenario y el Teatro el Oeste en los cuales ese tipo de losa fue utilizado ampliamente.
Y el Kimbell es ejemplar en muchos sentidos. Por eso Komendant nos insistió en algo que en cierto modo es insólito: que todos los participantes en el proyecto visitaran el edificio. Y con todo lo especial que fue su insistencia, lo hicimos. Sesto, Nubia mi esposa y yo, además de Meiser, Ali Johnston –a cargo de las instalaciones– y el Arq. Santana del Departamento Técnico de la GAN, estuvimos un par de días en el Kimbell estudiándolo hasta el mayor detalle, atendidos solícitamente por el personal que previamente había sido puesto al corriente por Komendant.
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Y aquí cabe mencionar que Martín Meiser, ingeniero alemán-venezolano, ya fallecido, y Andrés Prypchan ucranio-venezolano, aún profesor en mi Escuela de Arquitectura, fueron el apoyo más importante en los trabajos con Komendant que llegaron hasta el nivel de proyecto y construcción: la Plaza Bicentenario y el Teatro del Oeste. En ellos Andrés y Martín fueron iniciados por Komendant en muchos de los aspectos más críticos del uso del concreto postensado y particularmente en el conocimiento del principio de elasticidad controlada, clave para la construcción de pórticos sucesivos de concreto postensado: un aporte tecnológico de primera línea realizado en Venezuela con personal venezolano. La elasticidad controlada era una técnica que utilizaba Komendant para controlar la trasmisión de momentos en los nodos con fines antisísmicos o simplemente de estabilidad de las estructuras. Arriesgándome a dar una explicación incompleta lo resumo como unos recursos constructivos que se aplican al encuentro entre secciones de la estructura (los nodos); entre viga y columna por ejemplo. Se trata de interrumpir parcialmente la continuidad del conjunto mediante la colocación de una lámina de neopreno entre los elementos, que sumada a la colocación de espuma de goma arropando las barras de acero –cabillas en Venezuela– evitan la trasmisión de momentos indeseables entre las partes. Y sirve como anécdota que subraya la importancia del concepto, decir que en la Plaza Bicentenario al inicio de la obra (corría 1982), a consecuencia del ritmo acelerado de construcción se pasó por alto este principio, y ya desencofrados los primeros pórticos con vigas postensadas (dieciséis pórticos de 24 x 6 metros de luz) de la losa superior del nivel más bajo– estacionamiento– al comenzar a aplicar tensión a los cables, debido a los esfuerzos que se producían en el nodo las vigas se desplazaron unos centímetros produciéndose fracturas en la parte superior de las columnas de soporte. A consecuencia de ello, Komendant se trasladó a Caracas, y en una visita a la obra explicó lo que debía hacerse para lograr la deseada elasticidad. Resolvió el problema en conexión estrecha con Martín y Andrés, permitiendo la reanudación de los trabajos. Soy incapaz de dar una versión de los correctivos que se practicaron, lo que sí sé es que el principio técnico, bien asimilado ya por los ingenieros y los supervisores de obra, se aplicó celosamente en lo sucesivo. Hoy, Andrés Prypchan insiste en destacar el interés técnico del principio, el cual incorpora a sus clases de estructura de nuestra Escuela (FAU).
[1]Entre las inéditas estaban las de su papel como ingeniero militar en Europa al servicio del ejército norteamericano, desde 1945 hasta su emigración a los Estados Unidos , en torno a 1950. Se trataba sobre todo de la reconstrucción de muchos de los grandes puentes sobre el río Rhin parcialmente destruidos durante la guerra. De ello me habló muchas veces subrayando la excepcionalidad de la experiencia.
[2]Es lo que en lenguaje especializado se denomina pre-dimensionamiento.
[3]Sin Komendant. Construido después de la muerte de Kahn.
[4]Este croquis está en la pág. 25 del libro GAN (1985), cuyo pdf puede descargarse desde la pág de Inicio de este Blog. Era para mí especialísimo. Lo vendí –la necesidad, siempre– hace más de treinta años a una joven que se dedicaba a formar una colección de dibujos de arquitectura para un mecenas venezolano. Desconozco su destino actual.
[5]Desarrollados en USA con la participación de la DuPont, según él me dijo en una oportunidad. Este tipo de cables pueden ser utilizados en elementos de concreto de pequeña sección, porque su grosor es mucho menor a los usuales ductos utilizados en postensado. En español se les denomina cables no adheridos. A mi entender, Komendant los especificaba preferencialmente.
[6]Como es el caso de las Torres Médicas, los Laboratorios Salk y el Museo Kimbell.
[7]Una aproximación a la arquitectura radicalmente diferente a la de los exitosos actuales.