Oscar Tenreiro / 5 Enero 2009
1) No soy un admirador de la experiencia de los Sambil. No comparto la idea del “Mall” orientado hacia sí mismo que desdeña la oportunidad de crear espacio público. Me interesa más el concepto del Centro San Ignacio, abierto a la ciudad. La idea de “bunker”, de “container”, es herencia directa del mall americano de suburbios o de centros de ciudades con climas extremos. Pero aquí los promotores han preferido generalmente desconocer el clima y las necesidades de una ciudad sofocada. Una actitud que se repite en el Sambil de la Candelaria.
2) Pero lo anterior no me impide darme cuenta de que la reciente decisión de expropiar ese edificio casi terminado sea un monumental error. Se produce además sin que existan propuestas para ese fragmento de ciudad por parte de ningún organismo del Estado. No hay “causa de utilidad pública” que la sustente.
3) Se ha dicho que no se puede permitir un “templo del consumo” en el centro de la capital. Ese argumento habría que aplicarlo con mucha mayor razón, por ejemplo, para expropiar el edificio La Francia donde está un importante centro de venta de oro y diamantes, en plena Plaza Mayor, idea que tiene décadas esperando decisiones y que junto a otras expropiaciones adyacentes permitiría crear las condiciones para la necesaria ganancia de espacio público frente a la Asamblea Nacional. Hubo hace unas dos décadas un Concurso de Arquitectura ganado por el fallecido Arq, Pablo Lasala que permitía apreciar las posibilidades que esta decisión abría para el casco histórico.
Pero además ¿no es acaso la invasión de vallas publicitarias en la ciudad, que bajo la “revolución” se ha triplicado, una invitación al consumo que se traga el perfil urbano? ¿Y la buhonería que confisca aceras y espacio público una ofrenda al consumo de los que menos tienen? ¿Y los centros comerciales para buhoneros, “templos de consumo” subsidiados por el Estado?
4) Que el Estado decida gastar casi 100 millones de dólares al vuelo de un capricho me parece inaceptable. Por otra parte, cambiar de uso a un edificio ya terminado de modo radical (se ha llegado a hablar hasta de un centro hospitalario) requeriría una inversión de treinta o cuarenta millones más. ¿Cuál es entonces la lógica? ¿Por qué más bien no hacer realidad el gran centro hospitalario del Hospital Vargas proyectado hace cuarenta años por la Arq. Elena Seguías, a poca distancia de allí, del cual sólo se ha ejecutado una parte y nunca hubo dinero para continuarlo?
5) La impresión generalizada, recogida por el periodismo y repetida por el Jefe, es que esos centros comerciales aumentan la congestión del tránsito. Eso no pasa de ser una media verdad. Las condiciones de la circulación vehicular en cualquier sector urbano lo determina la capacidad de la red vial que lo sirve, muy baja en esa zona. Si los accesos a los estacionamientos se diseñan de modo tal que las colas de autos en espera no interrumpan los canales de circulación del perímetro, y se deja lugar a una buena integración de las salidas sin afectar negativamente el flujo ya existente, previendo además lugares de entrega y salida suficientes para el transporte público, el problema se resuelve. Para eso está precisamente la etapa de revisión de los organismos de control de construcción de las alcaldías. Que esa revisión pudiera haber sido más exigente, habla de la preparación de los que debieron controlar y no necesariamente de excesos del inversionista. Que esa misma revisión haya sido facilitada por asuntos oscuros no me consta. Y desconfío de la chismografía.
6) No fue un vocero de la derecha sino el revolucionario alcalde Jorge Rodríguez, quien dijo que los “mall” deben estar en los suburbios. No se dio cuenta de que la coherencia ideológica le exigiría promover la inversión en el centro de la ciudad; y sobre todo la de grandes magnitudes como la del Sambil. Porque defender la idea de hacer ghettos comerciales en los suburbios, accesibles por vehículo privado, es lo menos revolucionario que podría uno imaginarse.
7) Basta darse un paseo por los alrededores del nuevo edificio para notar el abandono que allí sufre la ciudad. La edificación del Sambil no puede traer sino beneficios a la calidad de vida del sector, al albergar actividad urbana de cierto nivel, flujo de personas hacia y desde él, valorización inmobiliaria, oportunidades de empleo para el sector, etc. etc. Además de ser mayor garantía de seguridad, de vitalidad positiva, de orden.
8) Podríamos decir mucho más sobre este absurdo que los aduladores se esfuerzan por justificar. Como lo hizo el Vicepresidente del partido de gobierno aseverando que el Caudillo es el ”máximo coordinador del urbanismo del país”. Ni Stalin tuvo esa atribución. Pero aquí la jaladera superó la del gomecismo. Ese personaje y muchos otros son los “mujiquitas” de hoy. No son ya pueblerinos estudiantes de derecho fracasados, como el personaje de Gallegos, sino defensores de contratos y privilegios políticos o ¨revolucionarios” expertos en flotar en todos los mares. Porque aquellos a los que les reconocemos autenticidad no dicen nada pues sacrificaron hace tiempo su entendimiento.
Incluimos dos fotos útiles: una, la de los alrededores del Sambil, que muestran hoy las características de todo lo que la «revolución» toca: abandono. La segunda es muestra de una actitud positiva de concierto entre sector público y sector privado: la recién terminada plaza cercana al acceso del Centro Millenium, de los arquitectos Pimentel y Capiello, Esperamos que ese espacio público sea mantenido adecuadamente.