ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Me envía el colega Jordi Castro desde Vigo la noticia de la Galería madrileña sobre la que escribo más abajo. Apenas media hora antes la había leído en El País de Madrid por Internet y de modo inmediato decidí escribir algo. Continúa la Madre Patria siendo escenario de fondo para las andanzas de las estrellas. Me recuerda los tiempos de Ava Gardner y su afición por los toros, o los toreros no lo recuerdo bien, cuando en tiempos del Caudillo colocaba a España en «la noticia» y nosotros bastante más jóvenes y más fácilmente dispuestos a la ensoñación por unos bellos ojos y una barbilla partida, «viajábamos» a acompañarla. Distancias guardadas sin embargo con la arquitecta británico-iraquí, mucho menos dotada que Ava para suscitar fantasías.

Porque las conexiones que disparó en mí la noticia fueron muy variadas.
Al recordar los tiempos posmodernistas me vino a la memoria una visita que he mencionado ya alguna vez, que hice con los estudiantes míos de Kentucky a la Cranbrook Academy en el estado de Michigan, cerca de Detroit.
Aprovecho para decir que ese año de docencia en uno de esos Estados de la América profunda, me enseñó mucho. Entre otras cosas aprendí a querer mejor el espacio del mundo en el que nací, donde las cosas fluyen sin las represiones de ese mundo del norte que a veces parece sofocante, tan corto de miras, tan inundado de sospechas, tan intolerante a ratos, tan cerrado en una cerrazón ideológica, es decir, pensada y rumiada, tan distinta e insoportable en relación a la cerrazón nuestra, impensada, espontánea, fácil de derribar o al menos dejar en un segundo plano con un mínimo acercamiento.

Pero sigamos con la visita, a la cual llevé al curso completo. Casi nada sabía del lugar salvo que había sido escenario para la arquitectura de Eliel Saarinen, el papá de Eero. Y de otros arquitectos anteriores, académicos, muy buenos, neo-góticos, que construyeron de modo impecable. Y valió la pena la visita, la disfruté mucho y pude atisbar hacia la herencia que en esa institución había dejado (corría el año 1984) el hoy muy famoso Daniel Liebeskind. Atisbo en que se apoderó de mí la antipatía, un asunto que me perturba mucho porque en atención a mis antecedentes gallegos (porque los alemanes disimulan esas cosas) me cuesta mucho vencerla.

Nos mostraron los trabajos del curso de Liebeskind, todos impregnados de esa presuntuosidad «artística» que tan ajena me parecía a mis puntos de vista sobre la formación de los arquitectos. Que encontraba pretenciosa, arrogante, directa consecuencia de todas las revisiones posmodernistas que también pululaban entre profesores de «teoría» en el College donde yo daba clases. El caso es que ese modo de ver la iniciación al diseño del polaco (origen nacional que insistía en recordar uno de los colegas de Kentucky, también polaco) cargado de literatura, retórico, refinado y exquisito me resultaba tan incomible que desde allí nace mi modo de ver al super-exitoso arquitecto. Modo que como una nube gris estuvo sobre mi conciencia cuando muchos años después visité su Museo Judío en Berlín, edificio al que jamás dedicaría una segunda visita, salvo que fuese para averiguar qué producto usan los alemanes para que no se ensucien las superficies de hormigón visto.

Pero antipatía y todo, Liebeskind se hizo célebre. Ante lo cual caben preguntas que no es viable contestar aquí, aparte de que la respuesta no está tan a la mano, de tantas que hay.
Para esos tiempos también era célebre Robert Stern con su modo «revival» de ver la arquitectura, modo que tanto complace al intelectual americano que quiere insistir en que el «modernismo» o sea la arquitectura más apegada a los códigos estéticos de la modernidad, es un estilo como cualquier otro al cual uno se puede afiliar o no, dependiendo de lo que dicte el momento. Pero Stern había ido dejando de ser famoso hasta el punto de que lo dí por fallecido.

Pero estaba vivo y bien, como lo demuestra que fue nombrado miembro del Jurado de la Bienal de Venecia, con lo cual en ese Jurado estaba representado todo un panorama «estilístico», tal vez lo que deseaba el curador de la Bienal, David Chipperfield: una periodista, Kristin Feireiss, alemana, lo cual garantiza la preponderancia de la actualidad, de lo inmediato; una arquitecta glamorosa como Benedetta Tagliabue heredera, debemos suponer, de Enric Miralles y toda su tradición antagónica con el ángulo recto y la verticalidad, muestra de una vertiente que ha proporcionado satisfacciones importantes al mundo de lo novedoso, siendo Benedetta además coautora del muy premiado Parlamento de Escocia, edificio evidentemente espectacular; Alan Yentob director Creativo de la BBC de Londres; y el holandés Wiel Arets, a quien ya me referí la semana pasada, arquitecto de sólida obra, nada torcida, amante del ángulo recto y no por ello menos interesante.
O sea que, aparentemente, en el Jurado estaban representadas todas las tendencias. Con el muy conveniente aderezo que todos, salvo tal vez Stern, están estrechamente vinculados al reino Unido y, en consecuencia, con Chipperfield.

Pero tanto en la invitación que Chipperfield hizo al grupo de oportunistas como a la luz del famoso premio es posible poner en duda si el Curador y su Jurado responden al conjunto de premisas que Carlos Raúl Villanueva propuso en su intento de definir al arquitecto y a la cual me refiero en la nota. Entre ellas ésta que encuentro demoledora en relación a los personajes de los cuales hablamos:
«El reconocimiento del mundo social donde el arquitecto está obligado a moverse, es la condición previa de su misma existencia».

Partir de eso, nada más, basta para poner en entredicho a muchas de las figuras que pueblan el panorama de celebridades que se nos ofrecen en la primera fila del mundo de la arquitectura. No hay que olvidar ese requisito porque equivale, simplemente, a exigir profundidad cultural.

Y termino transcribiendo un aparte del comunicado de nuestro Colegio de Arquitectos, dirigido específicamente al Jurado:
«Al otorgar un premio con argumentos de política populista barata, el jurado internacional ha quedado totalmente en evidencia. No solo muestra su lejanía e ignorancia de los problemas reales de la arquitectura y de los habitantes de nuestros países, y su acercamiento superficial y descontextualizado al drama cotidiano de miles de seres humanos sin hogar, sino que revela como en la civilización del espectáculo hay cabida también para los intelectuales que utilizan para sus propios fines, y hasta rindiéndoles cínicamente tributo, las condiciones más miserables del hábitat metropolitano. Y hacer esto hoy, en relación a Venezuela, tampoco tiene nada de ingenuo ni inocente.»

No he sido demasiado proclive a elogiar la gestión de nuestro Colegio, pero con el comunicado me identifico bien. Invito a leerlo completo en la Página web: cav.org.ve

UNA PROVOCACIÓN MÁS
Oscar Tenreiro / 8 septiembre 2012

I
Si yo fuera uno de esos «indignados» de Madrid, me hubiera acercado hasta la Galería Ivory Press de esa ciudad, el día en el que escribo esto, Martes 4 de Septiembre, a la charla que Zaha Hadid, Luis Fernández Galiano y Norman Foster dictaron en el marco de una exposición de la arquitecta iraquí en la que hace gala de sus dotes de escultora y pintora, actividades que ejerce a partir de la arquitectura, o mejor, tomando su visión de la arquitectura como punto de partida. Y lo hubiera hecho, no para oír las simplezas de la señora y los asentimientos del presentador local (porque Foster solamente sonreiría) sino para usar debidamente los tomates que habría llevado. Pero los indignados no hacen eso, prefieren seguir con la cantilena contra los banqueros y los políticos asumiendo que los demás son inocentes corderillos que no tienen la culpa de nada. Y son conducidos al despeñadero por los malignos de la política y las finanzas.
Porque la verdad es que se necesitan nervios para que LFG todavía siga siendo algo así como el promotor de la universalidad lúcida y muy al día, frente al cerrado y siempre tozudo medio español .

Pero así, hay que decirlo de nuevo, van las cosas de la arquitectura. A la señora la siguen elogiando y premiando a pesar de lo empalagoso que es todo lo que construye. Gracias, de paso, a Ove Arup and Associates y al hecho de que también es ciudadana británica, asunto que abre puertas por doquier y provee financiamiento. Y ahora se nos muestra no sólo con mayor control de su sobrepeso, sino como artista cuyas inspiraciones vienen, entre otros orígenes, de los planos del Plan Maestro para Madrid o el que hizo para Estambul, que ¡oh, ingenio! con un poquito de color aquí y otro menos allá y convirtiendo en 3D las manchas de usos comerciales más algún eje viario, se puede hacer un cuadro de lo más bonito o una escultura de plástico, eso sí, en blanco y negro, sus colores preferidos.

II
Este evento es contrapunto del que comentábamos la semana pasada sobre la Bienal de Venecia. Una muestra más de la insistente tendencia a utilizar los instrumentos propios del oficio para especulaciones glamorosas, inteligentes, exhibiciones de pasarela, que prescinden de su sentido originario como herramientas para un fin preciso.

Esa mirada que hace del impulso expresivo inmoderado la única ley, que reduce o amplifica artificialmente el alcance de la disciplina, es el origen no sólo de arquitecturas como las de la señora Hadid sino de muchas de sus compañeras del circuito de estrellas. Pueden hacerse y se hacen inteligentes excursiones retóricas que las justifican, pero el hecho simple es que su descrédito está a la vista, hasta darle a esta cita madrileña toda la apariencia de una provocación.
Claro, en el caso de la Bienal de Venecia y el famoso premio a la miseria las cosas se salieron de cauce. Y es más difícil decir eso en el caso de una arquitecta que sólo hace poco fue premiada por la estructura del complejo de piscinas de los Juegos Olímpicos. Premio que se le otorgó a la estructura (Ove Arup), que por cierto no se puede ver, porque la oculta un plafón azul cielo.

Pero entre ambas expresiones flota el tema de la neutralidad, del ensimismamiento. Los jóvenes protagonistas de la parodia veneciana dicen que no se pronuncian sobre antecedentes o consecuencias. ¿Y no es el silencio de la Sra. Hadid respecto al país donde nació, marcado por el drama y el sufrimiento, por la contradicción, también un correlato de su modo de ver la arquitectura? Ella es arquitecta de éxito, ahora galerista y siempre neutral, los de la Bienal reporteros que especulan. Para ellos y para los que los premiaron, Caracas puede ser Hong Kong, un asiático igual que un caribeño. Bagdad lo mismo que el West End.

III
En ninguno de los dos casos pide uno activismo político sino comprensión del mundo. Si a unos jóvenes ambiciosos eso les puede resultar difícil, no debería serlo para un curador, un Jurado o una figura de la arquitectura internacional. Para ellos, por lo visto, nada significa la idea de que el arquitecto, como decía Villanueva y lo recuerdo siempre, es un intelectual. Y ser intelectual significa entender mejor. No precisamente a la manera tan bien ilustrada por la portada de la última edición de la revista Arquitectura Viva que me envía un amigo gallego: muros de barro sobados por africanas de vestidos multicolores. Su editor, el mismo crítico que acompañó el evento madrileño, tal vez piensa que así documenta su deseo de regresar a lo simple. Repite la mirada light dedicada al último exitoso. Cero profundidad intelectual. La frivolidad al día.

Hace falta entonces ir hacia las tantas cosas que se han escrito sobre la complejidad de los vínculos ideológicos en la sociedad moderna. En las grandes democracias de hoy lo que prevalece en la esfera económico-política es también resultado, no sólo origen. En el mundo de la arquitectura se viene por décadas construyendo un corpus de ideas que ha servido de soporte a la arquitectura del espectáculo. El posmodernismo dejó fuera, gozándose en el todo vale, las exigencias éticas. Arquitecturas mediocres, ya olvidadas, coparon la escena, tal como han copado la escena de hoy arquitecturas, arquitectos y críticos destinados también a un pronto olvido. Sin excluir a los académicos, con sus ejercicios de creatividad a cargo de estudiantes ingeniosos. Se marcaron pautas que ahora se quieren recoger. Muchas universidades prestigiosas cedieron a la tentación. Los reflectores se orientaron al creador, se oscureció el resto del mundo: la modernidad había fracasado.

Y dio frutos indeseados la simplificación. Buen tema para indignados: no todo es culpa de banqueros y políticos, hay culpables por doquier. Saber verlos es la cuestión.

En cuanto a las fotografías:

En el MAXXI de Roma, arquitecto Zaha Hadid, la miseria es arte. ¿Casualidad?

Choza en el MAXXI de Roma

Regresar a lo simple»en la revista de LFG mientras se homenajean los espectáculos de Zaha Hadid